Semana tras semana, a lo largo de diez años, ha sido vasta la
cosecha. Mucho más pródiga de lo que imaginamos. El Canal Educativo
tiene en La danza eterna un programa que sin aspavientos
publicitarios ha sobrecumplido sus funciones y expectativas al abrir
ventanas al entendimiento y el disfrute de una expresión artística
pujante y particular, ensanchar los horizontes para su justa
apreciación y mostrar cómo se articulan los avances y las conquistas
de la danza cubana con las de otras latitudes.
Quienes pensaron que La danza eterna iba a circunscribir
su campo a la exaltación, por demás justificada, de la Escuela
Cubana de Ballet y su más encumbrado exponente, el Ballet Nacional
de Cuba, pronto descubrieron que no era así.
La impronta múltiple y legendaria de Alicia, desde luego, ha sido
punto de partida y destino. La extraordinaria labor fundacional de
Fernando fue mostrada más de una vez en toda su intensidad, incluida
una memorable entrevista en la que manejó conceptos de perenne
actualidad y fue evocada su etapa de bailarín. Por la pantalla han
desfilado figuras tutelares —esas joyas de siempre: Josefina, Mirta,
Loipa y Aurora—, los varones que le han dado un sello peculiar al
perfil de la compañía, las contribuciones de los más relevantes
coreógrafos, la sucesión generacional y el repertorio que distingue
a la institución.
Pero también se han registrado los hitos de otras compañías y
figuras cubanas. Recuerdo la presencia del Ballet de Camagüey, de
Danza Contemporánea de Cuba, del Conjunto Folclórico Nacional, del
Ballet Español de Cuba, del Ballet de Lizt Alfonso y de otras
agrupaciones y trabajos coreográficos de mérito, como los de Carlos
Acosta, Menia Martínez, Jorge Lefebre y José Manuel Carreño, tanto
en el orden clásico como en la más decidida innovación.
Esa misma amplitud e idéntica diversidad se ha observado en el
tratamiento a la universalidad danzaria. Del Bolshoi al American
Ballet Theater, de Gades a las Rockettes, de Maurice Béjart a Pina
Bausch.
Las palmas en la concepción y realización del espacio se deben a
Ahmed Piñeiro, comprometido con la investigación y la promoción de
la manifestación tanto como los que por otras vías sobresalen en ese
desempeño, entre quienes debo citar al profesor Miguel Cabrera, a
Pedro Simón, José Ramón Neyra e Ismael Albelo.
No es Piñeiro solamente un gran conocedor del arte danzario, sino
un inteligente entrevistador y un eficaz comunicador, siempre atento
al balance temático y estético, el equilibrio entre la tradición y
la novedad y con un aguzado sentido de la historicidad y la
oportunidad.
Por momentos las presentaciones pudieran ser más desalmidonadas y
mejor ambientadas. En otras echo de menos un mayor aprovechamiento
de las posibilidades infográficas del medio.
Pero sin lugar a duda La danza eterna ya ha hecho época.
Si tan solo fuera por haber llevado ese arte a todos los confines
del país y permitir el lujo de su recepción desde San Antonio a
Maisí, un programa como este merecería un monumento.