SANTIAGO
DE CUBA.— Recia, inapagable, con sus ojos como piedras de rayo, Totó
la Momposina se destaca como un torbellino en la alta noche
santiaguera. Ha cantado y bailado cerca de dos horas en la
inauguración de la Casa del Caribe Colombiano, plaza de la ciudad
donde, mientras transcurra la Fiesta del Fuego, podrán verse los
componentes musicales y danzarios de la región Invitada de Honor del
festival; y sin embargo, para sorpresa nuestra, llega a la Casa del
Caribe y por dos horas más discurre acerca de la naturaleza del
canto y sus afinidades con Cuba.
"Con la gente de esta Isla tengo una relación íntima —confiesa—.
Es lo menos que puede hacer una persona cuando ve a un pueblo que
entrega todo lo que tiene a sus hermanos, que cuida a sus hijos, que
les enseña y protege. Uno de mis hijos, Marcos Vinicio, se formó
aquí y yo le digo que eso nunca lo podrá olvidar. Luego tengo amigos
acá. Y una a la que admiro mucho es a la gran Celina González".
Al nacer al final de los años cuarenta en una de las comunidades
de la isla de Mompox, en el interior de la llamada zona atlántica
colombiana, la nombraron Sonia, hija de Daniel Bazanta y Livia
Vides, percusionista él y ella bailarina. De modo que bebió
tempranamente la música de los suyos y comenzó a comunicarla al
mundo.
"Cuando se tiene el don de la voz, no se puede negar. Pero con la
voz solamente nada se hace; por eso estudié los ritmos de la costa,
las maneras de cantar. Tengo el privilegio de haber crecido en un
lugar donde África se encontró con América: el negro, el indio, el
europeo, todo se fue mezclando y somos hijos de esa mezcla".
Entre las sorpresas de este paso por la Fiesta del Fuego, Totó la
Momposina recibió un reconocimiento de la Universidad de Oriente,
que recordó la contribución de su música al triunfo del movimiento
de aficionados a la danza en la casa de altos estudios.
"Lo de las mezclas étnicas es algo que se da de un modo muy
particular en nuestro Caribe. Mira, en el Pacífico colombiano hay
una gran influencia de los africanos en su música. Pero es distinta.
Se baila y canta con el centro de gravedad hacia abajo, como
aguantándose de la tierra. En mi región no es así; nuestro canto y
nuestro baile tienen un componente aéreo, solar, como de conexión
cósmica. Estoy convencida de que eso viene de las etnias africanas
que fueron transplantadas allá".
Detrás de Totó, siempre los tambores. Suena la gaita que denota
la presencia indígena y el aire en algún momento se puebla de
melismas al estilo andaluz, pero antes y después siempre resuenan
los tambores.
"El tambor es a nosotros lo que la guitarra es para otros.
Utilizamos guitarra, instrumentos de viento; somos libres en la
recreación de los más diversos géneros de la región, pero sin el
tambor, sin su fuerza, nada somos".
La fama internacional de Totó comenzó a cimentarse a partir de su
participación en la investidura de Gabriel García Márquez como
Premio Nobel de Literatura. Pero en realidad conquistó los momentos
más encumbrados de su carrera con los discos La candela viva
(1993), Carmelina (1995) y Pacantó (2000).
"Soy una mujer de hábitos tranquilos y de vida sencilla. Cuando
estoy en el escenario, me entrego a fondo. Qué más puedo pedir de la
vida".