La vida en un instante

Alfonso Nacianceno
alfonso.gng@granma.cip.cu

Aquel camión casi asomaba la nariz a la intersección de la calle Beltrán y la Calzada de Güines, justo cuando un Chevrolet 51 pasó repleto de bote en bote, afeitando el contén.

Rápido no, rapidísimo, sonándole hasta el último tornillo como si quisiera desvencijarse sobre el asfalto, así volaba al mando de la "almendrada" nave su mancebo. No imagino qué hubiera pasado si el gigante de diez ruedas hubiera avanzado un metro más.

Iracundo e irreflexivo, sumergido en el éxtasis de la velocidad, vivía su hora de realización el guía del automóvil, sin reparar en los niños que temprano en la mañana caminaban junto a sus padres hacia la escuela, ni atender a otras decenas de personas al acecho del P-7 en la mencionada esquina, preparados para emprender la carrerita del día, porque el ómnibus a menudo se detiene fuera de la parada.

Coronada la leve cuesta, el Chevrolet retó a un congénere de su sexagenaria generación, quizá par de años "más moderno", para probar cuál corría más. Al volante —simulando no mirarse el uno al otro— los noveles pilotos asumieron de inmediato una rivalidad como si compitieran en el Grand Prix Fórmula 1.

No valieron los gritos ni regaños de los reunidos en la acera, atónitos ante tan increíble porfía, tampoco los detuvo la cercanía de una curva al bajar la cuesta de la Calzada, donde, cual fatal presagio, radica una funeraria.

¿En qué condiciones viajaban ambos? A sus excesivas velocidades por un tramo de vía regulado —zona escolar incluida— agréguenle estas innovaciones al estilo de conducir: el brazo izquierdo descansando sobre el borde de la ventanilla, mientras la mano derecha, asida al timón, apretaba el fajo de billetes cobrado a los "usuarios". Pasajeros, imagino yo, soliviantados ante la experiencia en la que podían perder la vida en un instante.

No hablo de erradicar los "almendrones", pero sí exigirles cautela a sus conductores. Debido a la afluencia de público en nuestras ciudades —que también debe comportarse más respetuoso en pos de preservar la seguridad vial— y al incremento de los vehículos en marcha, es preciso extremar las medidas de seguridad para evitar accidentes.

Ha aumentado el número de choferes con poca experiencia, una buena cantidad sobre carros de alquiler, quienes en ocasiones —por tal de demostrar cuánto pueden sus temibles corceles—, aceleran tanto a esas vetustas máquinas que pareciera salírseles los pistones. Lo mismo "tiran" un corte brusco (sin activar el farol intermitente para indicar el giro) desde la senda izquierda para incorporarse a la derecha, empeñados en recoger a alguien, que si encuentran un conocido en medio de una avenida no les importa ponerse a conversar, uno paralelo al otro, aunque obstruyan el tránsito, confiados en que nadie intentará chocar contra una carrocería casi blindada.

La falta de educación para no cederle el paso al peatón —aunque este muchas veces camina por la calle— conspira igual contra el orden. Incluso, favorece una disputa que puede hallar su punto más ácido en cualquier mala palabra lanzada al aire, en una discusión al galope o desembocar en un intercambio de golpes.

Onza a onza suman toneladas las irregularidades. Piense si en alguna de ellas incurre usted cuando va al volante de un vehículo. Comprobará que, si prevalece la prudencia, aunque el cántaro vaya mil veces a la fuente, no tiene por qué romperse.

 

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