Aquel
camión casi asomaba la nariz a la intersección de la calle Beltrán y
la Calzada de Güines, justo cuando un Chevrolet 51 pasó repleto de
bote en bote, afeitando el contén.
Rápido no, rapidísimo, sonándole hasta el último tornillo como si
quisiera desvencijarse sobre el asfalto, así volaba al mando de la
"almendrada" nave su mancebo. No imagino qué hubiera pasado si el
gigante de diez ruedas hubiera avanzado un metro más.
Iracundo e irreflexivo, sumergido en el éxtasis de la velocidad,
vivía su hora de realización el guía del automóvil, sin reparar en
los niños que temprano en la mañana caminaban junto a sus padres
hacia la escuela, ni atender a otras decenas de personas al acecho
del P-7 en la mencionada esquina, preparados para emprender la
carrerita del día, porque el ómnibus a menudo se detiene fuera de la
parada.
Coronada la leve cuesta, el Chevrolet retó a un congénere de su
sexagenaria generación, quizá par de años "más moderno", para probar
cuál corría más. Al volante —simulando no mirarse el uno al otro—
los noveles pilotos asumieron de inmediato una rivalidad como si
compitieran en el Grand Prix Fórmula 1.
No valieron los gritos ni regaños de los reunidos en la acera,
atónitos ante tan increíble porfía, tampoco los detuvo la cercanía
de una curva al bajar la cuesta de la Calzada, donde, cual fatal
presagio, radica una funeraria.
¿En qué condiciones viajaban ambos? A sus excesivas velocidades
por un tramo de vía regulado —zona escolar incluida— agréguenle
estas innovaciones al estilo de conducir: el brazo izquierdo
descansando sobre el borde de la ventanilla, mientras la mano
derecha, asida al timón, apretaba el fajo de billetes cobrado a los
"usuarios". Pasajeros, imagino yo, soliviantados ante la experiencia
en la que podían perder la vida en un instante.
No hablo de erradicar los "almendrones", pero sí exigirles
cautela a sus conductores. Debido a la afluencia de público en
nuestras ciudades —que también debe comportarse más respetuoso en
pos de preservar la seguridad vial— y al incremento de los vehículos
en marcha, es preciso extremar las medidas de seguridad para evitar
accidentes.
Ha aumentado el número de choferes con poca experiencia, una
buena cantidad sobre carros de alquiler, quienes en ocasiones —por
tal de demostrar cuánto pueden sus temibles corceles—, aceleran
tanto a esas vetustas máquinas que pareciera salírseles los
pistones. Lo mismo "tiran" un corte brusco (sin activar el farol
intermitente para indicar el giro) desde la senda izquierda para
incorporarse a la derecha, empeñados en recoger a alguien, que si
encuentran un conocido en medio de una avenida no les importa
ponerse a conversar, uno paralelo al otro, aunque obstruyan el
tránsito, confiados en que nadie intentará chocar contra una
carrocería casi blindada.
La falta de educación para no cederle el paso al peatón —aunque
este muchas veces camina por la calle— conspira igual contra el
orden. Incluso, favorece una disputa que puede hallar su punto más
ácido en cualquier mala palabra lanzada al aire, en una discusión al
galope o desembocar en un intercambio de golpes.
Onza a onza suman toneladas las irregularidades. Piense si en
alguna de ellas incurre usted cuando va al volante de un vehículo.
Comprobará que, si prevalece la prudencia, aunque el cántaro vaya
mil veces a la fuente, no tiene por qué romperse.