Ello nos lleva a hacer memoria. A ponderar la quijotesca hazaña
de quienes en la primera mitad del siglo XX fundaron y alentaron la
Sinfónica de La Habana y la Filarmónica, y a evocar los nombres de
Gonzalo Roig, Pedro Sanjuán y Amadeo Roldán. A saldar una deuda de
gratitud con los músicos que convirtieron hacia la cuarta década de
la centuria a la Filarmónica en una formación de excelencia, con la
que trabajó el mítico Erich Kleiber y acompañó a figuras de primer
orden que sentían a la capital cubana como una privilegiada plaza en
el contexto latinoamericano.
Sin embargo hay que resaltar cómo la existencia de varias
agrupaciones de formato sinfónico forma parte de la temprana cosecha
de la política cultural de la Revolución en el campo de la cultura
musical, que se tradujo en la fundación en 1960 de la Orquesta
Sinfónica Nacional, que de manera ininterrumpida lleva más de medio
siglo de tesonera labor iniciada por los maestros Enrique González
Mántici y Manuel Duchesne Cuzán, y la creación sucesiva de los
organismos sinfónicos de Oriente, Las Villas y Matanzas, así como de
la orquesta del Teatro Lírico Nacional.
En el despegue del movimiento sinfónico de la etapa
revolucionaria debe valorarse el aporte de decenas de profesores
extranjeros, muchos de ellos procedentes del antiguo campo
socialista europeo, aunque también hubo amigos solidarios de América
Latina.
Con el desarrollo de la enseñanza artística, las líneas
instrumentales se fueron nutriendo de egresados de nuestros
conservatorios y de otros centros de formación en Europa del Este,
adonde viajaron becados por el Gobierno Revolucionario. Muchos de
ellos han sido, a su vez, los maestros de los jóvenes que hoy, en
número apreciable, ocupan los atriles.
Al mismo tiempo en este medio siglo han emergido directores de
notable talento, entre los que se cuentan Guido López Gavilán, María
Elena Mendiola, Elena Herrera, Gonzalo Romeu, Jorge López Marín,
Zenaida Romeu, Marlene Urbay, Iván del Prado y Enrique Pérez Mesa. Y
están los más jóvenes que ahora mismo toman la alternativa con bríos
y conocimientos. Es necesario citar los aportes al organismo
nacional por parte de Leo Brouwer, Roberto Valera, el pianista Jorge
Luis Prats, este último durante una etapa asesor de la OSN, y el
actual director general de la institución, Roberto Chorens.
Precisamente, el programa de desarrollo del movimiento sinfónico
tuvo como punto de partida el diálogo sostenido por el Comandante en
Jefe Fidel con los creadores e intelectuales en el Congreso de la
UNEAC de 1998 y los plenos del Comité Nacional de la organización en
los años subsiguientes, los cuales dieron lugar a la implementación
de diversos proyectos culturales de vasto alcance social.
Atención prioritaria a los repertorios, al completamiento de las
líneas instrumentales, a la programación y a la cobertura, siempre
que ha sido posible, de los requerimientos técnico-materiales, así
como a la gestación de nuevos organismos como el de Holguín,
constituyen pilares del programa de desarrollo.
Aun cuando algunas de esas premisas no han podido cumplirse a
plenitud, no deben dejarse de plantear nuevos y más desafiantes
objetivos, el primero de todos la jerarquización de la programación
regular por temporadas, con la mira puesta en la interrelación entre
desarrollo profesional, nivel interpretativo y consolidación de
públicos.
Cuenta pendiente a saldar será también una mayor y consistente
articulación entre compositores, solistas invitados y orquestas,
nexo que debe trascender la conjunción episódica para convertirse en
un estilo de trabajo.
Estamos en el momento justo de dar otro gran salto.