Miranda,
Venezuela.— Artistas cubanos subían por las calles empinadas,
apresurados, preocupados por el comienzo de la actividad. Los
esperaban, desde las más tiernas miradas hasta las canas más
peinadas de los Cerros de Petare. Un encuentro cultural era el
principal acontecimiento para la magia que inundaba el espacio, la
cual fue superior a los bailes, la música y la plástica.
Abuelas frescas y joviales ensayaban algunos pasos, los maestros
ultimaban detalles. Mientras los niños corrían, sus compañeras de
trajes largos danzaban previo al comienzo. Las madres, dedicadas a
resaltar la belleza de sus pequeños, quienes le piden un beso a la
maestra, y el padre, cámara en mano y listo, recoge el momento.
No fue un espectáculo en un "gran teatro"; lo que presencié fue
una obra maestra. El gozo dio rienda suelta a la creatividad, al
rescate de tradiciones, a valores que son visibles en el interior de
los famosos cerros.