"Si me hubieran matado por sacar al hombre grande de esa
ratonera, estaría agradecido de la muerte y mis huesos estarían
contentos". Y continuó: "Ya que insiste en preguntarme le voy a
contar"...
Aquella mañana su abuela le dijo: "Mi nieto, aquí llegó una gente
de la que atacó el Moncada, curamos a un herido, Justina y yo... ve
a ver, andan por el río". Le refirió más cosas pero él estaba
rendido de cansancio por la fiesta y la caminata y se acostó pero
"se me quedó eso en la cabeza y lo del hombre grande que
también le oí decir". Empezaron a ladrar los perros, Esmérido miró
por la ventana y vio "como un cabecerío; no sé si eran
guardias; entonces me levanté pensando en lo que me dijo mi abuela,
que iban por el río y salgo a buscar a esa gente, salgo por la
ventana, sigo el rastro y los encuentro. Ahí estaban en la manga,
especie de cerca, que separaba por el río las fincas de
Andrés Nogué y Pancho Fernández (... ) estaban entre el camino del
arroyo y el camino de la Gran Piedra. Del camino del arroyo los
guardias podían subir para ese lugar donde ellos estaban y los
encontraban seguro. Aquello era una ratonera. Al que me dio el alto
le decían El Catalán. Les dije: Miren, los vengo a sacar... y ellos
mandaron a buscar al jefe. Me dice él, el hombre grande del
que me habló mi abuela: "Óyeme, llévame a la Gran Piedra". Y le
digo: "No, a la Gran Piedra, no, porque los guardias nos van a coger
en el camino. Para mí estaba claro que iba a seguir con ellos. Vamos
a Ocaña, a los Altos de Ocaña. Y entonces cojo adelante, me siguen.
Los llevé por otro camino, siguiendo la ruta del río Carpintero,
porque por allí había una mata que se llama guamá, una planta que
sirve para remedio de los riñones y es muy, muy coposa. No nos
podían ver los guardias. Por donde pensaban ir era lomas limpias. Yo
era bruto cuando aquello pero me daba cuenta de eso. Acerté".
Esmérido recuerda que en el camino encontraron una mata de
mamoncillo, muy grande y se sentaron debajo y allí notó
perfectamente de que el hombre grande era el único que venía
medio vestido de guardia. Tenía puesto un pantalón de kaki de
los que usa el ejército y una camisa blanca de sport, de
mangas cortas, con muchos huequitos, como tejida. "Me parece que lo
estoy mirando". Y es cuando yo propongo cambiar mi pantalón por el
de él pues era de la misma talla, más o menos. El hombre grande
llevaba una pistola... ellos todos andaban con escopetas o
fusiles marca "U".
"Al llegar al otro lado del camino de la Gran Piedra, por donde
había una mata de jobo y un algarrobo, otra de güira, guatapaná,
verdecito y palmitas y güines de río, el hombre grande
(Fidel), me dice: "Hasta aquí".
"Cuando estamos hablando ahora le digo todavía el hombre
grande a él, porque en ese momento no sabía quién era y así me
lo representaba, como me dijo mi abuela, por lo alto que era en
comparación con los otros. Entonces empiezan todos a darme la mano
para despedirse y dice el hombre grande cuando me dio la
mano:
"¡Óyeme, para la otra te aviso!".
"Mira que ese hombre perdido, perseguido por los guardias y
decirme que me avisa para el otro ataque, porque eso fue lo que
quiso decirme. Así yo lo interpreté. Aquello me llegó a mí... ¡hasta
el alma!... Bueno, ahí fue mi despedida como guía; caminamos como
hora y media, juntos. Sé que más adelante, por Ocaña, en El Café, en
Soledad y hasta en Las Delicias, hubo otra gente que los ayudó. Pero
aquel día temprano los guardias estaban desaforados. Si lo cogen...
lo matan".
Los guardias se encontraron con Esmérido por el camino, cuando el
joven regresaba a la estancia de su abuela Chicha y lo cogieron para
matarlo. Lo llevaron junto a un farallón y entre golpes de culatas,
empujones con los cañones e insultos con los más denigrantes
epítetos lo interrogaron.
¿Qué le preguntaron?
"Me preguntaron si yo había sacado a esa gente que estaba allí, y
yo que no, que no la había sacado: "Que si la sacaste". Y yo que no
he sacado a nadie. Me pegaron a un farallón pero en eso un guardia
que estaba subido en un camión, al parecer el jefe de todos ellos
dijo: "Suelten al negro de mierda ese, que ese negro no sabe
nada". Y esas palabras se la agradezco toda la vida... La verdad es
que yo no hablé porque quise parecerme a mi abuelo Leonardo Rivera,
Nanito el veterano. Quise ser igual que él. Desde chiquito,
él me contaba cosas de la guerra de independencia, y yo quería
parecerme a él. Quería parecerme a mi abuelo mambí, y a mi papá
cabecilla de huelga en los cortes de mineral de Firmeza y de Juraguá.
Era minero, causa por la cual lo mataron en La Pimienta cuando no
tenía aún 30 años".
Los guardias no dejaron del todo tranquilo a Esmérido y de hecho
él se convirtió en una especie de cimarrón en la finca del
catalán Nogué donde trabajó desde los 12 años casi como esclavo. Al
cabo hizo contacto con el Movimiento 26 de Julio y se enroló de
lleno en la lucha, participando en el cerco al cuartel Moncada el 30
de Noviembre de 1956. Fue hecho prisionero, los guardias le pegaron
con rabia. En la cárcel de Boniato, Frank País habló con él, "y
Frank y José Ponce Díaz me enseñaron a leer y escribir porque yo no
sabía ni la O"—me reveló Esmérido.
Cuando salió de la cárcel se dedicó a recoger armas entre los
campesinos de la zona y a juntar gente: los llamaban "Los
escopeteros de Esmérido".
Luego participó en combates, incluso en el de Moa, dentro de la
Columna perteneciente al Segundo Frente Oriental Frank País, junto a
Pedro Soto Alba y llegó a alcanzar el grado de primer teniente del
Ejército Rebelde. "Pero para mí —decía Esmérido Rivera— "el acto más
revolucionario de mi vida fue sacar al hombre grande de esa
ratonera, el 26 de Julio de 1953".