Carlos Rafael Rodríguez, un cabal periodista

Juan Marrero

Coincide el año del centenario del natalicio de Carlos Rafael Rodríguez con el aniversario 50 de la fundación de la UPEC y con el Noveno Congreso de los periodistas cubanos. Es, sin duda, un buen momento para desde nuestras filas recordar a ese ejemplar dirigente político revolucionario, humanista y periodista.

La última vez que tuvimos el privilegio de estar junto a él fue en la sesión final del Sexto Congreso de la UPEC, el 23 de diciembre de 1993. Ya entonces su salud estaba seriamente quebrantada, y aquel poderoso timbre de su voz no existía, incluso los médicos le habían ordenado descanso absoluto, pero él tenía aún suficiente fuerza para "cumplir mi pequeña porción que me toca en el Sexto Congreso de la UPEC".

La mente y la pluma de alto vuelo de Carlos Rafael Rodríguez no descansaron desde que escribió en el periódico El País, en 1931, su primer artículo, que, en su médula, planteaba la absoluta necesidad de la intervención del Estado en la economía nacional e internacional. "El Estado —dijo entonces aquel inquieto joven, de solo 18 años de edad— debe controlar la producción como salvaguardia para el proletariado, el consumidor y aun el mismo productor". Es decir, desde tan temprano las ideas del liberalismo no forman parte de su pensamiento económico.

Los delegados asistentes al Sexto Congreso de la UPEC, efectuado en uno de los salones del Palacio de Convenciones, escuchamos, en presencia de Carlos Rafael, una carta que dirigió al entonces presidente de la UPEC, Julio García Luis, la cual es, en su esencia, reafirmación de su talento, sabiduría y condición de intelectual revolucionario.

Debemos recordar que ello ocurrió en un momento bien difícil para el país y, en particular, para el periodismo cubano. Cuando empezaban a sentirse fuertemente en la prensa los efectos de la debacle del socialismo en Europa y el imperialismo estaba más fortalecido como nunca antes. La paralización de las importaciones de papel desde la desaparecida Unión Soviética y la falta de recursos financieros obligaron al país a cerrar decenas de publicaciones, dejar solamente unas pocas que comenzaron a salir con una periodicidad semanal, quincenal o mensual, y todas las sobrevivientes debieron de reducir el número de sus páginas.

En medio de tal coyuntura, Carlos Rafael nos trasladaba los siguientes consejos:

"... los periodistas, como los demás ciudadanos, tenemos un doble tarea: afianzar el presente y preparar el porvenir. Hace falta defender lo que hemos conseguido con tan pocos elementos como los que tuvieron los mambises en el campo de batalla o de los que dispuso José Martí para preparar su revolución, porque ahora el adversario es más poderoso y fuerte.

"Estamos en un momento en que cada uno de los medios de comunicación tiene importancia y juega su función. Ahora, el pedazo de papel, la onda radial, un minuto de televisión, nos es precioso y necesario. Usarlos indebidamente es malgastar el potencial revolucionario que tan abundante resulta en nuestra tierra.

"A eso debemos dedicarnos. A sacar de cada uno de nuestros papeles, de cada minuto de la radio y cada imagen televisiva, lo mejor para la cultura, la educación y la información del país. Y no siempre es así. Nunca han sido más fuertes e incisivos algunos artículos de nuestra prensa escrita o hablada; pero nunca nos ha dolido más, tampoco, el calificativo incorrecto, la frase mal hecha, la chapucería y el mal gusto que algunas veces vemos en otros artículos.

"Transformar todo eso en excelencia, es nuestra aspiración, y podemos hacerlo. Así iremos aprendiendo para cuando tengamos más espacio, porque en la prensa de nuestros días el buen gusto y la frase bien hecha son el verdadero símbolo de la excelencia a que aspiramos. Yo sé que ustedes están empeñados en eso. Pero hace falta hacer más, exigir más, y solo así cumpliremos con nuestro deber. Es decir, recordar que no hace falta escribir mucho, sino que es mejor escribir bien. Y no olvidarnos nunca que, como se sabe, hay tres tipos de escritores: los que escriben sin pensar, los que piensan para escribir y los que escriben porque han pensado; y nuestra gente debe pertenecer al tercero de estos grupos".

LETRA CON FILO

Carlos Rafael Rodríguez fue un cabal periodista. En toda su vida de revolucionario jamás dejó de ejercer esa profesión, en medio de sus múltiples responsabilidades como dirigente político marxista, profesor universitario, economista, escritor o en la esfera de las relaciones internacionales, antes o después del triunfo de la Revolución Cubana. Pendiente aún está hacer un estudio profundo sobre su práctica periodística, aunque mucho se puede conocer de ella leyendo la obra Letra con filo que en tres volúmenes recoge muchos de sus artículos, crónicas y entrevistas.

En uno de esos tomos, como prólogo, Ángel Augier Proenza, alguien que estuvo muy cerca de él, como militante revolucionario y profesional del periodismo, ofrece alguna información sobre el paso de Carlos Rafael por distintas publicaciones para proclamar sus ideas.

Bajo su dirección surgió en Cienfuegos una revista que desde el título mostraba su inesquivable filiación insurgente: Juventud, tomado quizás de la homónima que dirigiera Julio Antonio Mella en La Habana años antes. Sus páginas desafiaban a la tiranía machadista, llamaban a derrocarla como una necesidad para poder empezar a resolver los problemas fundamentales del país. Augier cita, a modo de ilustración, el artículo titulado El oro que nos mata, donde Carlos Rafael da un grito de alarma ante los empréstitos norteamericanos que hacían más dependiente al país de los consorcios financieros y apuntalaban el mando arbitrario de la tiranía. Esta revista fue prontamente clausurada y su director arrestado.

En las páginas del diario La Correspondencia de Cienfuegos, entonces el periódico más importante de Las Villas, los artículos que publica en 1932 son elogiados por hombres consagrados en las letras cubanas, entre ellos Medardo Vitier y Jorge Mañach. Vitier le escribe una carta diciéndole que sus artículos eran admirables tanto por lo que tienen de juicio como por sus excelencias estilísticas, mientras Mañach le dice que tienen un nervio de prosa que no se da a menudo entre nosotros, y lo llama a madurar, con un buen plan de trabajo, el talento.

Son los días en que Carlos Rafael expone su conciencia antimperialista en la crónica Alrededor de América y desde su centro sobre la heroica lucha de Sandino frente a la ocupación norteamericana de Nicaragua; escribe sobre la poesía de Martí, sobre el epistolario de Martí y Máximo Gómez, sobre la ideología del indio Rabindranath Tagore; sobre Unamuno y Ortega y Gasset, y de otros temas. La actualidad lo ocupa, los hombres de ayer lo ocupan, los cubanos y los de otros países, pero siempre desde la visión de los tiempos en que vive.

SEMBLANZAS HISTÓRICASS

En el periódico habanero El País, la revista Segur —fundada también por él en Cienfuegos—, Diario de Cuba, de Santiago de Cuba, Orto, de Manzanillo, el semanario La Palabra, las revistas Universidad de La Habana, Resumen, Mediodía, El Comunista, Fundamentos, Dialéctica y el periódico Noticias de Hoy, la inquieta pluma de Carlos Rafael Rodríguez se hace presente en las décadas de los años 30 y 40. En algunas de esas publicaciones ocupó responsabilidades como director o subdirector. Escribe sin descanso. Tiene mucho que decir, pero a la vez que hacer como revolucionario. Decir y hacer cabalgan juntos. Es capaz de simultanear sus tareas políticas, sus responsabilidades periodísticas y sus deberes como estudiante, primero, y profesor después.

Son de gran significación las semblanzas que escribió en la revista teórica Fundamentos sobre distintas figuras de la historia de Cuba. Siempre lo hizo con el espíritu de indagar si la actividad y el ideario del personaje tratado merecían formar parte de la herencia cultural y política de Cuba, de los revolucionarios cubanos. Su formación marxista, su pensamiento dialéctico, que tuvo siempre en cuenta, tiempo, espacio y los factores de diferentes tipos, le permitieron analizar con profundidad cada figura, sin rehuír aspectos dudosos, negativos o erróneos. Las herramientas del materialismo dialéctico, en fin, le permitieron situar a cada personaje en su justo lugar, sin dejar de reconocer tanto sus méritos y virtudes como sus errores y debilidades.

Trató, por ejemplo, en 1947 sobre José de la Luz y Caballero partiendo de que dos grandes patriotas, Martí y Maceo, lo vieron de modo diferente. Martí, conocedor de las dudas y sospechas que la actitud callada de Luz provoca en muchos ánimos, asegura que "es desconocido sin razón por los que no tienen ojos con que verlo" y trata de demostrar que dentro de su aparente tibieza andaba la inconformidad patriótica. Maceo, en cambio, reprochará a Luz que su actitud frente a la esclavitud no permite ver esa figura como un hombre puro. Partiendo de esas dos posiciones diametralmente opuestas, Carlos Rafael, con información e investigaciones suficientes que no estuvieron al alcance de Maceo o de Martí, logra salvar a Luz y Caballero. Demuestra que fue un opositor tenaz de la trata de esclavos, y que en sus ideas y prédicas está patente la condena a la colonia y a la esclavitud. "Don Pepe —escribe como conclusión Carlos Rafael Rodríguez—, menos militante que Agramonte y Martí, más ponderado que Varela, tiene, sin embargo, un sitio entre nosotros. Hay en toda su existencia la marca del decoro y el patriotismo... Con sus limitaciones, hija de la época, y sus grandezas, pruebas de su dimensión universal, Luz y Caballero nos pertenece. Sabremos superar sus límites y andar en el camino de sus grandes huellas".

Carlos Rafael fue también un estudioso de la figura de Enrique José Varona. Bajo el título Varona: la muerte acercadora publica un breve artículo sobre él en Orto, en 1934. Quince años después en Fundamentos ve la luz un ensayo bien enjundioso sobre este intelectual camagüeyano que tuvo, según dice, una vida no exenta de quiebras, nunca abrazó ideas radicales, asumió una postura cautelosa y autonomista tras el Pacto del Zanjón, adoptó criterios conservadores en asuntos como el sufragio y la cuestión social, dio juicios equivocados acerca del problema negro, formó parte del gabinete elaborado por los interventores yankis y no vio, como lo hicieron Martí y Maceo, el papel del imperialismo en relación con Cuba. Llevando al lector de la mano, paso a paso, el articulista va caracterizando al autor de algunos de los documentos más severos contra el colonialismo español y a quien ocupó la dirección del periódico Patria, tras la muerte de José Martí. Ni lo despoja de méritos y virtudes, ni esconde su cautela política. Admira el sentido de lo moderno que late en Varona, su hondo conocimiento, su pluma impecable, y lo defiende con ardor frente al reaccionario Diario de la Marina que intentó utilizar su ideario filosófico y político para la lucha contra la justicia social. "No importa —añade como conclusión Carlos Rafael Rodríguez— que no coincidamos con todo lo que Varona pensó... seguimos el camino que él emprendiera, no nos detenemos en los límites que él se trazó. Y miramos hacia atrás, como él quería, pero no para quedarnos con el cuello torcido, sino para aprender mejor sus señales que nos animan a seguir adelante".

CONGRESO DE LA SIP

Hay un episodio en el ejercicio del periodismo de Carlos Rafael Rodríguez que es de obligada mención y comentario. Perteneció al comité ejecutivo de la Sociedad Interamericana de Prensa desde el tercer congreso de esa organización en Caracas, donde fue elegido Tesorero, y reelegido sucesivamente en Bogotá y Quito. En 1950 viajó a Nueva York para asistir al VI Congreso. Al llegar a esa ciudad fue detenido y, en lugar de ir al Waldorf Astoria, sede de la reunión de la SIP, su alojamiento fue la Isla Ellis. Por el hecho de ser comunista consideraron "inadmisible" su entrada a Estados Unidos. La guerra fría, entonces, estaba en uno de sus momentos más significativos.

Al regresar a Cuba, en la publicación Vanguardia Cubana, en el número del 22 de octubre de 1950, Carlos Rafael Rodríguez publicó una deliciosa crónica sobre su arresto y confinamiento en la mencionada isla que es donde está enclavada la famosísima Estatua de la Libertad. Allí, en aquel entonces, eran encerrados todos aquellos que las autoridades norteamericanas consideraban no calificaban para entrar a Estados Unidos, el país "modelo" de democracia y libertades.

Luego de que agentes del FBI lo interrogaron, se hizo saber al periodista cubano que si quería regresar de modo voluntario a Cuba, esa misma tarde tomaría el avión. Les replicó que "estaba en Nueva York para cumplir mi deber como Tesorero de la SIP, asistiendo al Congreso, y que para esa visita me consideraba en pleno derecho como ciudadano cubano, de acuerdo con los tratados vigentes. No abandonaría Estados Unidos hasta que se me informara oficialmente que no se permitiría mi entrada durante los días del Congreso, en cuyo caso yo podría denunciar ante el mundo que los dirigentes norteamericanos que pretenden vender a los otros pueblos su ‘democracia’ junto con la carne en lata, la coca-cola, los chiclets y los empréstitos, habían impedido la entrada de un periodista a un Congreso de prensa, dando con ello un ejemplo cabal de lo que entienden por libertad de información".

Indigna y cobarde fue la actitud de los ejecutivos organizadores del Congreso de la SIP en Nueva York. Dijeron que Carlos Rafael Rodríguez no había sido invitado, aunque por derecho, en su condición de Tesorero le correspondía estar presente, y, además, la dirección del periódico Hoy, que entonces era miembro de esa organización, recibió la invitación para el envío de un representante, y designó a Carlos Rafael Rodríguez en su condición de redactor de esa publicación.

La SIP, a partir de entonces, evidenció que no era otra cosa que un dócil instrumento de la política imperialista en el periodismo.

En su artículo sobre el episodio de Nueva York, Carlos Rafael Rodríguez expresaba que Estados Unidos había tenido que confesar que un periodista no puede entrar en ese país si tiene ideas opuestas a las que prevalecen en el gobierno de Washington. De un golpe se vieron obligados a confesar que la famosa "libertad de información" a que aluden constantemente es pura patraña.

AMIGO CERCANO DE TODOS LOS PERIODISTAS

Cuando entré a trabajar en el periódico Hoy, a principios de 1962, Carlos Rafael Rodríguez entregaba su dirección a Blas Roca, en razón de que había sido nombrado al frente del Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA). No tuve, pues, la oportunidad de trabajar en el diario como su subordinado, pero los que sí lo hicieron guardaban muy gratos recuerdos de él por su audacia, iniciativas y talento profesional.

En diversas coberturas internacionales coincidí con Carlos Rafael, bien porque integraba delegaciones encabezadas por el Comandante en Jefe o bien porque presidía las delegaciones de Cuba a diferentes encuentros del Movimiento de Países No Alineados, el Sistema Económico Latinoamericano y otras organizaciones. Recuerdo las cumbres de Argel, Sri Lanka, Nueva Delhi y Harare, por ejemplo, así como el primer viaje de Fidel a Vietnam, en 1973, y el recorrido por diversos países africanos, en 1977, o las tomas de posesión de distintos presidentes latinoamericanos.

Puedo decir que siempre tuvimos en Carlos Rafael Rodríguez un magnífico colaborador. Jamás olvidó a los periodistas cubanos que participábamos en las coberturas. Se acercaba para avisar sobre actividades no programadas o para indicar algo que resulta sustancial para el ejercicio de la intencionalidad: advertir, por ejemplo, sobre la temperatura de una entrevista, si había sido cálida y cordial, o fría.

En 1994, en ocasión del treinta aniversario de la muerte heroica del periodista Jorge Ricardo Masetti en las montañas de Salta, Argentina al frente del Ejército Guerrillero del Pueblo, cursé una invitación a Carlos Rafael Rodríguez para que participase en una actividad organizada por la UPEC en recuerdo del primer director de Prensa Latina. La idea fue reunir a algunos de los periodistas que participaron, luego de los sucesos de Playa Girón, en el interrogatorio a los mercenarios capturados. Carlos Rafael Rodríguez y Masetti estuvieron juntos en ese trabajo. No fue tampoco posible su asistencia a ese acto. Su estado de salud continuaba empeorando, en aquel entonces. Pero me dirigió un sentido mensaje escrito, que leímos en aquella actividad, en el cual expuso su valoración sobre la figura de Masetti, de su espíritu revolucionario y su militancia activa por América Latina, y, en particular, contó lo que recordaba sobre la intervención de Masetti en el interrogatorio periodístico a los mercenarios que tuvo lugar en el teatro de la CTC.

Les traslado lo que sobre ese aspecto me escribió, en una carta personal, Carlos Rafael:

"En uno de los momentos más heroicos de la Revolución, vemos a Masetti integrado al grupo de periodistas a quienes nos correspondió interrogar a los mercenarios de Playa Girón, participando en la gran batalla que dimos entonces por esclarecer las raíces de aquel episodio, en el que un grupo de ricos contrarrevolucionarios unió su destino a connotados asesinos y al imperialismo norteamericano para atacar la Revolución. Masetti esclarece entonces el papel de los representantes de la contrarrevolución al vincularse a los defensores de Idígoras Fuentes antes de lanzarse a la aventura contrarrevolucionaria cubana, mostrando de esta manera la intervinculación de las fuerzas reaccionarias de América Latina. Sus claras palabras condenatorias hacen ceder al excomandante de la tiranía batistiana Martínez Suárez. Ridiculiza a los prisioneros que tratan de ocultar su papel contrarrevolucionario disfrazándose de simples "cocineros", pretendiendo así evitar sus responsabilidades. Masetti, con su palabra certera, hizo confesar a los prisioneros lo diferente que era la Cuba revolucionaria de la Cuba que ellos querían hacer regresar, y también hizo ver, con su firme interrogatorio, que al incorporarse a las fuerzas agresoras, el padre Ismael de Lugo se hacía cómplice de la invasión mercenaria. Así lo recuerdo en aquel interrogatorio a los mercenarios".

Estas pinceladas y recuerdos sobre Carlos Rafael Rodríguez, nacido en Cienfuegos el 23 de mayo de 1913, hace ya un siglo, y fallecido en La Habana el 8 de diciembre de 1997, hace más de 15 años, quizás puedan servir como punto de partida para emprender un estudio más ambicioso de su ejercicio periodístico, una porción importante en la vida de este gran pensador revolucionario cubano.

En estos días de Congreso recordarlo y beber de su sabiduría es un deber, y más que eso, un momento de sumo placer.

 

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