En
cuerpo y alma, Míriam Ramos es la canción. A su voz cálida una
inteligencia, cultura, buen gusto y, sobre todo, un arraigado
sentido de pertenencia y un irreductible compromiso con el rigor del
acto creador. Sabe que la interpretación es mucho más que un hecho
sonoro. Asume riesgos pero no se lanza al vacío. Conoce el terreno
que pisa y posee la sensibilidad suficiente como para orientarse sin
perder el rumbo. No trabaja para sí, sino para compartir horizontes
y repartir maravillas.
Estas cualidades y convicciones la acompañaron en el proceso de
gestación y cosecha de una monumental empresa fonográfica, los tres
volúmenes que bajo el título Míriam Ramos. La canción cubana
grabó para el sello Producciones Colibrí, del Instituto Cubano de la
Música, y que le valieron nada menos que el Gran Premio Cubadisco
2013, proclamado este último fin de semana en el Teatro Nacional.
La trilogía fue previamente reconocida con el Premio Cubadisco en
la categoría de Compilación. También recibieron lauros el volumen 1
en el acápite de Trova Tradicional y el volumen 2 en el de
Cancionística.
Las piezas seleccionadas responden a una antología personal de lo
que Míriam considera constituyen joyas imprescindibles de la canción
cubana de todos los tiempos, agrupadas en tres etapas: De la
tradición (vol. 1), Entre 1948 y 1960 (vol. 2) y Entre
1962 y 2012 (vol. 3). Podrán objetarse ausencias, pero cada una
de las obras escogidas representa por sí misma una elevada cota en
la evolución de un género que define y nutre el desarrollo de una
identidad, tanto como el son, la rumba y las tonadas rurales.
Particularmente llamativo es el tratamiento del primer disco. Al
principio de cada corte, se escuchan fragmentos de las voces
originales que hicieron eternos esos entrañables reclamos de amor y
aquellos páramos de desdicha que marcaron las rutas de la trova
primigenia.
El inefable centenario Chicho Ibáñez asoma su voz en Ojos
malignos, María Teresa y Lorenzo trenzan sus dúos irrepetibles,
Eusebio Delfín asombra con su timbre abaritonado; Dominica Verges,
Adriano Rodríguez, las hermanas Martí, Guillermo Portabales, Los
Naranjos y Voces del Caney acompañan a Míriam mientras desgrana las
melodías y los versos de Veinte años, La guinda,
Mercedes, Aquella boca, Tormento fiero hasta
llegar a El fiel enamorado, como para hacernos saber que
Sindo, Pichardo, Corona, Delfín, Don Miguel, Teofilito, María Teresa
y Paquito Portales son ángeles tutelares del alma popular.
Excelente laudista y músico integral, Barbarito Torres, al frente
de un pequeño conjunto instrumental, orquestó las piezas. Y dejó
para sí en dúo con Míriam uno de los instantes de mayor intensidad
del fotograma: la interpretación de Pensamiento.
El periodo entre 1948 y 1960 siguió la pauta del filin y la
canción lírica popular que en aquellos años tuvo un cultor de lujo
como Adolfo Guzmán. Sienta bien el rescate de René Touzet, uno de
los imprescindibles que no debe ser olvidado, pero sin lugar a duda
al visitar los predios de Orlando de la Rosa, César Portillo de la
Luz, Rosendito Ruiz, José Antonio Méndez y una Marta Valdés para
nada tópica en Llegadas y Demasiado que pedir, Míriam
alcanza alturas inusitadas.
Otra vez resulta decisiva la colaboración del arreglista
principal y líder de la alineación instrumental, en este caso Ernán
López Nussa quien recrea con fineza e imaginación la estética de los
combos de la época, que de la apropiación del jazz fundaron la
llamada descarga cubana.
Para el tercer volumen Míriam apeló a otro pianista como
compañero de viaje, Rolando Luna, uno de los mayores talentos
emergentes del jazz cubano, para pasear por temas que en las últimas
décadas han devenido clásicos —Tú, mi desengaño (Pablo
Milanés), Rabo de nube (Silvio Rodríguez), Si de tanto
soñarte (Lázaro García), Regalo (Augusto Blanca), Una
palabra (Carlos Varela)—, por obras de autores reconocidos pero
que poseen partituras que merecen una mayor difusión —Sobre un
dato falso (Noel Nicola), Eres nada (Gerardo Alfonso)— y
sus propias composiciones, ante las cuales muchos se sorprenderán.
Dejo para el cierre de esta reseña una valoración del poeta
Guillermo Rodríguez Rivera que comparto a plenitud: "Míriam Ramos ha
construido uno de esos discos que la cultura cubana necesita, pero
que no todos pueden hacer. Ella ha conseguido que los documentos que
ya son estas canciones devengan asimismo, como quería el maestro
Hypolite Taine que ocurriera con las obras de arte, monumentos".