RENATO GUITART
“Todo ideal, todo amor, todo dignidad, todo carácter,
todo inolvidable ejemplo”
-Fidel
El periodista Santiago Cardosa Arias retoma un
reportaje que hizo a la familia Guitart y publicó en Granma el 26 de
julio de 1967, con la idea de acercarnos a la vida de aquel joven
santiaguero a quien Fidel le confió muchas de las tareas de
aseguramiento para llevar a cabo el asalto al Cuartel Moncada
Renato Guitart y su padre, un día, estaban parados en el espigón
de la Marítima Parreño. La rada santiaguera sentía el peso de
grandes buques de carga de distintas nacionalidades y el jovencito
de alegre carácter enturbió el rostro.
Renato
Guitart.
—Mira, viejo, qué cantidad de barcos extranjeros. Nos gastamos
millones de pesos en flete. ¿Cuba no podrá tener su Marina Mercante?
La casa, otra vez. La madre, la buena Dinorah, nos recibe. "René
no está. Debe andar por la Placita o quién sabe. En estos días no ha
parado un minuto. Pasen, por favor".
Este es el hogar de un mártir. Renato está en todas partes: en su
habitación, situada en un primer piso. Allí están el librero y el
pequeño escaparate que él mismo construyó con el gusto de un
incipiente carpintero. Está Renato en un afiche, con un párrrafo de
la carta que Fidel envió a sus padres desde la antigua Isla de
Pinos, situado a la entrada de la casa. Está en un cuadro, al
creyón, que Otto Parellada les regaló a Dinorah y a René. En suma,
el héroe del Moncada se mueve con los cansados pasos de la madre por
el reluciente piso de granito salpicado de orlas carmelitas y verde
oscuro; por la habitación de Miguelín, el hermano que ocupó su
puesto, llenó el piano de armas y, luego, se fue a la Sierra.
Renatico —como le llama el padre— se presiente en el patio de tupida
enredadera, donde el sol da de lleno y la claridad descubre una de
las tres maletas que un día el adolescente santiaguero transportó
desde La Habana... cargadas de armas. Y a un extremo, sobre la mesa
del comedor, vive en la serie de álbumes que guardan, celosamente,
desde las fotografías de la infancia, hasta el pasaporte acuñado por
la inmigración en Belice, Mérida, Chetumal, St. Elena, Jamaica,
Costa Rica y New Orleans, caminos recorridos en busca de armamento
por el "muchacho que nunca hablaba de política", cuyo nombre de pila
era René Miguel Guitart Rosell.
Renato tenía unos 18 años. El padre, como consignatario de
buques, había encontrado un medio de vida que al principio le fue
difícil. Pero el negocio prosperó. Vinieron días mejores y los hijos
no supieron de estrecheces económicas.
—Ven acá, Renatico, ¿qué tú quieres estudiar? ¿Te gustaría
estudiar Medicina o cualquiera otra cosa?
En la mente del hombre de negocio rondaba una idea: "Me gustaría
que se fuera al Canadá, a hacerse técnico en bacalao. Mister
Ritecey podría ayudarlo en eso".
También se lo sugirió. Mas, Renato, que siempre fue sincero con
el padre, no titubeó al responderle a la pregunta inicial:
—No, papá. Yo quiero trabajar contigo, a tu lado. Prefiero
trabajar contigo.
Fue en la reducida oficina del consignatario René Guitart,
situada en Aguilera número 8, esquina a Factoría, donde el graduado
de Comercio en "La Progresiva", el religioso colegio de Cárdenas,
Matanzas, comenzó a trabajar.
—Allí, al principio, él me llevaba los "libros secretos".
¿Ustedes entienden? Yo tenía que enfrentarme a la competencia, a los
abusos, ¡ustedes saben! El dinero que trataban de sacarle a uno —y
el que nos sacaban— se lo robaban los políticos. Así que yo llevaba
los libros normales y "los secretos". En ellos anotaba los gastos y
la ganancia. Un día Renatico me dijo: "Papá, esto no es trabajo para
mí. ¿Tú crees que debo llevar estos libros? Estoy perdiendo el
tiempo".
—Renatico me modernizó, con esa siempre fresca idea de los
jóvenes, aquel sistema que yo usaba. Lo cierto es que esos libros
casi eran igual que los otros: yo ponía el número de las facturas,
fecha de las llegadas de los barcos y otras cosas burocráticas. Él
me dijo: "Viejo, solo hace falta que sepas cuánto ganas y cuánto
inviertes. No lo compliques".
Así fue cómo Renato pasó a ser el "enlace" de su padre con los
capitanes de los buques que arribaban a Santiago de Cuba cargados de
bacalao, harina, cemento, dinamita y otros productos.
—Renatico sabía hablar inglés y esto facilitaba su labor. Su
trabajo consistía en ir a esos barcos y resolver cualquier problema
que presentaran los capitanes, pues yo era como el agente de esas
compañías.
Cuando realicé este reportaje en 1967 fui con René al puerto, a
la Marítima Parreño, que ya había cambiado en algo su fisonomía.
Aquí —nos contó— un día le compré una pistola Star, en un
barco español. Recuerdo que siempre estaba detrás de algún arma.
Entablaba amistad con los capitanes y finalmente trataba de
conseguir una pistola o un revólver. Pero él nunca la pudo
conseguir, y por eso le compré la Star con su estuche, Yo
tenía una Lugger y un Winchester calibre 22, el mismo
que más tarde llevaron los muchachos a El Escandel, cuando aquel
asunto...
En ese momento se truncó el diálogo, pues René, después de 14
años, identificó entre los trabajadores del muelle a un viejo amigo
de su hijo.
José Palacios Gutiérrez, ciertamente, iba por el muelle. Su
trabajo estaba a una cuadra, en la antigua Casa Mercadé, convertida
en ferretería de artículos domésticos.

Fragmento de la imagen del anuncio publicado en primera página con
la letra de Fidel refiriéndose a Renato.
—Renato —dijo el jornalero— era muy tratable. Un verdadero amigo.
Yo recuerdo que cuando supimos la noticia de su muerte, todos nos
sentimos, además de tristes, sorprendidos. Aquí nadie sabía que él
andaba en asuntos políticos. ¿Usted quiere saber quién era él? Mire,
él tenía un carro y aquí, su papá, eso se sabe, tenía otra posición.
Sin embargo, él veía a cualquiera de nosotros, al pasar con el
carro, y nos decía: "¿Qué, van para arriba? ¡Vamos!" Y nos llevaba,
aun así, con la ropa sucia y sudorosos. ¡Era un buen amigo!
Después, fue emocionante, cuando nos encontramos en el camino a
Wilfredo Mosqueda, un estibador (alza y monta), de entonces 42 años,
que apretó junto a su pecho al padre de Renato.
—Siempre lo recordaré —exclamó, refiriéndose al joven asaltante
del Moncada—. Aunque no hablaba nunca de política, siempre estaba
armado. Él decía que era para hacer práctica, allá, por donde está
ahora la Renté. Pero uno se imaginaba algo. Yo no hubiera pensado,
por su carácter, que iba a ir al Moncada.
Transcurrieron los años, pero René recordaba aquella, su
inquietud, que era una crítica:
—Un día, estando por aquí, él veía entrar los barcos extranjeros,
con banderas de distintos países, y me dijo: "Mira, viejo, cuánta
riqueza se pierde. ¡Qué Cuba no tenga su Marina Mercante!". Muchos
de los barcos eran americanos, que procedían de Nueva York, New
Orleans y los puertos del sur de los Estados Unidos. También venían
los de la Siguenay Terminal, de Canadá. Ese día me habló
mucho sobre el asunto. Me repitió: "¡Mira qué cantidad de barcos
extranjeros, viejo! Nos estamos gastando una millonada de pesos en
flete los cubanos. ¿Cuba no podrá tener su Marina Mercante?".
Sí, esa era su aspiración. Su sueño, un sueño que la Revolución
convertiría en realidad, aunque sufriría luego el impacto del
periodo especial.
René Guitart no nos habló de Renato solamente como si fuera su
hijo. Lo mencionaba como si se tratara de un amigo, de un compañero.
Si nos llevó hasta Punta Limeta, a la entrada del puerto
santiaguero, hasta la Ensenada Cajuma, a la vieja oficina de
Aguilera 8 y a otros lugares de la ciudad natal del héroe caído
junto a la Posta 3, es, pienso yo, porque tampoco él lo sabía
muerto.
Renato
en su oficina.
Lo presentía aquí, en Punta Limeta. Justamente donde estaba su
casa y ahora se yergue simbólica, como señal de una Cuba nueva, la
termoeléctrica Renté. Aquí, sobre el muellecito de madera y donde,
con el padre, pescaba y veía pasar los buques mercantes extranjeros.
Aquí, donde él abrió la tierra para encender las armas que pelearían
luego.
Y rememoraba, René, rumbo a Aguilera 8, cuando él le dijo:
"Viejo, llevo cuatro años trabajando contigo y todavía no me has
dado vacaciones. Necesito que me des el mes de julio de permiso.
Vienen los carnavales y vendrán amigos de La Habana". Y recuerda,
René, que le dio el mes de permiso, aunque sabía algo por boca de su
amigo Chacón: "Tú debes hablar con tu hijo. Le alquilé una casa en
el reparto Sueño y como se trata de él, no le hice contrato. Pero
investiga de qué se trata.
Aquí, por el Santiago libre, como Cuba, René iba como hablando
con su hijo. Lo sabe con asma, en el juicio heroico, le ve llegar
tarde a la casa, sin saber que andaba buscándoles habitaciones a sus
compañeros en el hotel Rex, en la Perla de Cuba, frente a la
Terminal de Ferrocarril. Lo sabe, sin que se hablara del tema,
conspirando. Preocupado por una Marina Mercante para Cuba. Por un
mejor modo de vida para sus amigos de los muelles; para todos.
Y le vió, en la oficina, marcar con lápiz rojo, sobre un
almanaque, el día 26. Sin interesarse, René, por la razón.
"Porque los padres, cuando saben a sus hijos metidos en algo
justo, no preguntan nada. Y les desean que triunfen".
Anecdotario
1
—Oye,
Renatico, me dijeron que alquilaste una casa en Sueño. ¿Para qué tú
la quieres? ¿Tú no tienes esta? —Viejo, vienen los carnavales. Tú
sabes cómo es el ambiente. Tengo una amiga...
—Muchacho...
—Papá,
uno es joven, ¿no?
También
había alquilado, junto con Abel, varias habitaciones en el hotel Rex,
en La Perla de Cuba y había sondeado otros lugares.
En todos
ellos, los combatientes esperaron para partir hacia la granjita
Siboney y de allí al Moncada.
2
En los
muelles, cuando andaba trabajando para el padre, se producían
comentarios.
—Oye,
Guitart, ¿qué tú crees de la situación?
—¿Yo?
Imagínate, ¡Batista es el hombre! Tiene al ejército con él. ¡No hay
quien lo tumbe, compadre! ¡El hombre está fuerte!
3
La joven
lo miró. Era lógico que pensara en el matrimonio. Renato le dijo:
—Mira,
por ahora yo no me puedo casar contigo. Tengo un compromiso con mi
primera novia...
—¡¿Cómo
tu primera novia?!
—Sí: la
Revolución.
4
Le dieron
una especie de queja al padre:
—Guitart,
tu hijo está...
—¿Qué le
pasa?
—Nada, el
otro día se apareció al Yatch Club con un negro...
—Mira, mi
hijo me ha dicho que él no escoge sus amigos por el color. Basta que
sean decentes y limpios.
5
La misma
mañana del 26, indignado, Otto Parellada llegó a su casa.
—¡Guitart,
Renato no me avisó, no me avisó!
—Pero,
¿qué te ocurre?
—El tenía
un compromiso secreto conmigo. Me dijo que si había algo aquí, me
avisaría. ¡Él está en el Moncada!
—Cómo va
a estar en el Moncada! Renatico debe de estar en los carnavales.
Búscalo por La Trocha o por donde tú sabes.
—¡No!
—dijo Otto llorando—. ¡Él está en lo del Moncada! |