Huellas y oficio de Piedad Bonnett

Madeleine Sautié Rodríguez

"La poesía tiene en sí misma un acto de fe, de esperanza, pero no debe plantearlas desde el lenguaje, no debe mandar mensajes de nada. Yo creo que el poeta trabaja sobre la incertidumbre. La literatura es un arma para interrogar al mundo, para hablar de nuestras dudas y no de nuestras certidumbres."

 Foto: Anabel Díaz MenaPiedad Bonnett ha merecido, entre otros lauros, el Premio Nacional de Poesía y el Casa de América de Madrid de Poesía Americana.

Estas referencias son solo algunas de las que en torno a la creación lírica esgrimió la poeta, narradora y dramaturga colombiana Piedad Bonnett —la más reconocida nacional e internacionalmente dentro de ese grupo intelectual— en una velada que tuvo lugar la pasada semana en la sala Nicolás Guillén de la UNEAC, en la que leyó poemas y en los cuales deja ver el inquisitivo poder de sugerencia que debe caracterizar al género.

De esa intensidad vital de su obra, que sacude y provoca una singular catarsis —al decir de Gustavo Bell Lemus, embajador de Colombia en la Isla, presente en el encuentro—, la escritora puso al tanto a un público que aplaudió no solo la belleza y hondura de su palabra, sino también la disertación sobre cruciales apuntes de la faena artística, que tendría un segundo momento en la Casa de las Américas, donde departió sus experiencias en torno a la imaginación y al oficio de escribir.

Poemas como Las cicatrices, donde le atribuye a esas huellas el fin de algún dolor y las define como las costuras de la memoria y "la forma / que el tiempo encuentra / de que nunca olvidemos las heridas"; y Las mujeres de mi sangre, concebido a partir de la idea de "una larga cadena de temblores" vividos por las que han pertenecido a su entorno familiar, fueron suficientes para reconocer el calibre de la Bonnett, quien concluyó su lectura con textos inéditos dedicados a la muerte por suicidio de su hijo Daniel, triste circunstancia que la autora recogió en su libro testimonio, que recientemente ha visto la luz, y que ha titulado Lo que no tiene nombre.

Sobre los muchos fines de la poesía, que "no es solo una carrera al éxito y al reconocimiento, sino una opción de vida, una compañía y una manera de comunicarse con los demás", y sobre cómo la experiencia de vida va transformando la obra —y en su caso la ha convertido en "una poeta más seca y más concisa, que le hace menos concesiones a la palabra más ornamental"—, comentó la escritora, que, en su afán de conseguir la síntesis deseada, pretende ser "como un hueso en el sentido esencial".

El "estallido" que experimenta el poeta en el proceso de creación; las diferencias entre la concepción de la obra narrativa y lírica, y la honestidad que presupone el acto mismo de escribir poesía, entre muchos otros tópicos artísticos, fueron móviles de su intervención en la sala Manuel Galich de la Casa de las Américas, para cuyo final reservó los fragmentos del libro dedicado a su hijo.

La prosa testimonial que recrea la historia de Daniel, joven de 28 años al que la esquizofrenia lo condujo al suicidio, advierte una denuncia a la negligencia médica y toca, entre otros temas el suicidio, la enfermedad mental y los prejuicios que en torno a ella se generan.

En esas páginas, de las que escogió para leer sentidos fragmentos, están también sus valoraciones acerca de una sociedad que prepara al individuo con una idea del éxito y cuyos cánones inculcan los padres. "Daniel no se quiso apartar de esos parámetros —explicó— porque había sido formado en una sociedad que le señala unas metas, cuando la vida tiene otras posibilidades, pues lo que la vida busca en última instancia no es el éxito, sino la felicidad".

El libro es otro modo de expresar las desgarraduras de estas experiencias que han recogido los versos de la Bonnet, que "abren y cauterizan al mismo tiempo las heridas": "Pido al dolor que persevere/ que no se rinda al tiempo/ que se incruste como una larva eterna en mi costado/ para que de tu mano/ cada día/ con tus ojos intactos resucites".

 

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