Estas referencias son solo algunas de las que en torno a la
creación lírica esgrimió la poeta, narradora y dramaturga colombiana
Piedad Bonnett —la más reconocida nacional e internacionalmente
dentro de ese grupo intelectual— en una velada que tuvo lugar la
pasada semana en la sala Nicolás Guillén de la UNEAC, en la que leyó
poemas y en los cuales deja ver el inquisitivo poder de sugerencia
que debe caracterizar al género.
De esa intensidad vital de su obra, que sacude y provoca una
singular catarsis —al decir de Gustavo Bell Lemus, embajador de
Colombia en la Isla, presente en el encuentro—, la escritora puso al
tanto a un público que aplaudió no solo la belleza y hondura de su
palabra, sino también la disertación sobre cruciales apuntes de la
faena artística, que tendría un segundo momento en la Casa de las
Américas, donde departió sus experiencias en torno a la imaginación
y al oficio de escribir.
Poemas como Las cicatrices, donde le atribuye a esas
huellas el fin de algún dolor y las define como las costuras de la
memoria y "la forma / que el tiempo encuentra / de que nunca
olvidemos las heridas"; y Las mujeres de mi sangre,
concebido a partir de la idea de "una larga cadena de temblores"
vividos por las que han pertenecido a su entorno familiar, fueron
suficientes para reconocer el calibre de la Bonnett, quien concluyó
su lectura con textos inéditos dedicados a la muerte por suicidio de
su hijo Daniel, triste circunstancia que la autora recogió en su
libro testimonio, que recientemente ha visto la luz, y que ha
titulado Lo que no tiene nombre.
Sobre los muchos fines de la poesía, que "no es solo una carrera
al éxito y al reconocimiento, sino una opción de vida, una compañía
y una manera de comunicarse con los demás", y sobre cómo la
experiencia de vida va transformando la obra —y en su caso la ha
convertido en "una poeta más seca y más concisa, que le hace menos
concesiones a la palabra más ornamental"—, comentó la escritora,
que, en su afán de conseguir la síntesis deseada, pretende ser "como
un hueso en el sentido esencial".
El "estallido" que experimenta el poeta en el proceso de
creación; las diferencias entre la concepción de la obra narrativa y
lírica, y la honestidad que presupone el acto mismo de escribir
poesía, entre muchos otros tópicos artísticos, fueron móviles de su
intervención en la sala Manuel Galich de la Casa de las Américas,
para cuyo final reservó los fragmentos del libro dedicado a su hijo.
La prosa testimonial que recrea la historia de Daniel, joven de
28 años al que la esquizofrenia lo condujo al suicidio, advierte una
denuncia a la negligencia médica y toca, entre otros temas el
suicidio, la enfermedad mental y los prejuicios que en torno a ella
se generan.
En esas páginas, de las que escogió para leer sentidos
fragmentos, están también sus valoraciones acerca de una sociedad
que prepara al individuo con una idea del éxito y cuyos cánones
inculcan los padres. "Daniel no se quiso apartar de esos parámetros
—explicó— porque había sido formado en una sociedad que le señala
unas metas, cuando la vida tiene otras posibilidades, pues lo que la
vida busca en última instancia no es el éxito, sino la felicidad".
El libro es otro modo de expresar las desgarraduras de estas
experiencias que han recogido los versos de la Bonnet, que "abren y
cauterizan al mismo tiempo las heridas": "Pido al dolor que
persevere/ que no se rinda al tiempo/ que se incruste como una larva
eterna en mi costado/ para que de tu mano/ cada día/ con tus ojos
intactos resucites".