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          Las mujeres en el Moncada 
			Marta Rojas 
			
			
			 ¡Haydée 
			Santamaría Cuadrado!", gritó el alguacil. 
			La mención a ese nombre provocó en la Sala una intensa emoción, 
			toda vez que ella era considerada por todos los miembros del 
			tribunal como el principal testigo de descargo después de Fidel. 
			Eso anoté en la quinta vista de julio por los sucesos del 
			Moncada. Ella y la doctora Melba Hernández Rodríguez del Rey fueron 
			las dos mujeres que integraron el contingente de jóvenes 
			revolucionarios que bajo el liderazgo del doctor Fidel Castro 
			protagonizaron la gesta del 26 de julio de 1953. 
			
			
			
			 Melba 
			Hernández y Haydée Santamaría en el Vivac de Santiago. 
			 
			
			Había expectación por escucharlas en el juicio, en tanto las dos 
			muchachas formaban parte de la retaguardia dirigida por Abel 
			Santamaría, el segundo jefe del movimiento, que ha pasado a la 
			historia como el de la generación del centenario de Martí. Serían 
			las dos testigos más contundentes de los crímenes cometidos a un 
			grupo mayor de combatientes en la mañana del 26, los que junto a 
			Abel Santamaría Cuadrado y una veintena de compañeros ocuparon el 
			Hospital Civil Saturnino Lora. Solo ellas dos vieron salir con vida 
			a los demás, incluyendo al doctor Mario Muñoz, asesinado a la vista 
			de ambas cuando lo llevaban detenido hacia el Moncada, a una cuadra 
			del Hospital Civil. 
			No pudieron acallar su voz. Relató Haydée: "Abel reiteraba: ‘El 
			que no puede morir de ninguna manera es Fidel, es el que debe vivir; 
			si Fidel vive triunfará la revolución’. Así nos dijo a Melba y a mí 
			en el Hospital cuando se dio cuenta de que no se había logrado el 
			asalto por sorpresa". 
			
			
			
			 Leocadia 
			Garzón, hija de congos esclavos, le dijo a su nieto Esmérido que 
			guiara a Fidel por la montaña. 
			
			El Tribunal había hecho esfuerzos para que ella no declarara. 
			Sabía de antemano que su acusación sería demoledora. Por su parte el 
			joven abogado de oficio, Baudilio Castellanos, su defensor, quería 
			que ellas salieran absueltas. Tenían a su favor el hecho de que se 
			aceptaba, jurídicamente, su presencia en el Hospital como enfermeras 
			(móvil noble), junto al doctor Muñoz, y el "móvil noble" era una 
			atenuante, pero ella insistió en ser juzgada y condenada, al igual 
			que Melba y sus demás compañeros sobrevivientes. E insistió en 
			denunciar los crímenes con fortaleza increíble. 
			Dijo: "Un guardia preguntó cuál de nosotras era Haydée. Le 
			respondí que Haydée era yo; entonces me pidió que dijera quién era 
			Boris y le dije que Boris era mi novio. Le pregunté que dónde lo 
			tenían (porque había salido vivo del Hospital, como los otros); me 
			dijo el guardia que al lado, en una habitación; le pregunté qué le 
			habían hecho y lo que me contestaron es lo que yo no querría decir 
			ante el tribunal, por pudor... Me dijeron que le habían extirpado 
			los testículos para hacerlo hablar. Uno me dijo: ‘Si no lo hemos 
			matado todavía puedes salvarle la vida; di quiénes son los que están 
			metidos en esto’. Yo le contesté: ‘Si él supo guardar silencio, no 
			voy a traicionarlo ahora, ¡criminales!’". También le dijeron: "Si a 
			tu hermano le faltaba un ojo de mentira, ahora le falta de verdad". 
			
			
			
			 Las 
			alumnas de enfermería del Hospital Civil Saturnino Lora. 
			
			En cuanto al ojo, el guardia se refería al hecho de que al grupo 
			de Abel, fallido el asalto por sorpresa, las enfermeras del 
			Hospital, al cerciorarse de que eran revolucionarios y no soldados, 
			aunque vestían igual, trataron de salvarle la vida vistiéndolos con 
			ropa de enfermos y haciéndolos acostar en camas del hospital. A Abel 
			lo llevaron a la sala de Oftalmología, aunque él insistía en 
			continuar combatiendo. 
			Haydée, muy pálida, vestía de negro: "Si lo desea puede 
			abstenerse de declarar", insistió el Fiscal, pero ella prosiguió su 
			denuncia, la frente en alto, procurando controlar su emoción. En 
			aquella Sala el único sonido perceptible era el timbre de su voz que 
			estremecía a todos. 
			Pronto se escucharía la declaración de Melba denunciando 
			igualmente los crímenes y diciendo en voz alta: "Fidel no está 
			enfermo", cuando fue retirado de la sesión el joven abogado acusado, 
			convertido en acusador. Fue ella quien, en su condición de abogada, 
			portó oculta desde la cárcel de Boniato y entregó al Tribunal la 
			carta escrita por Fidel en la prisión, en la cual hacía constar que 
			no estaba enfermo como se aducía para retirarlo del juicio en esa 
			sala, al que asistían muchas personas y su voz resultaba demasiado 
			"inconveniente". 
			Tanto Haydée como Melba habían integrado el núcleo central del 
			movimiento revolucionario, desde que Fidel conoció a Abel, y de 
			hecho el apartamento de 25 y O, en el Vedado, donde vivían Abel y su 
			hermana, se había constituido en el centro de dirección del 
			movimiento. 
			
			Otras mujeres 
			
			Desde los días preparatorios otras mujeres cubanas participaron, 
			a favor de "lo que venía", en otra tarea: cosiendo algunos uniformes 
			en el apartamento de los padres de Melba, entre ellas su propia 
			madre, Elena Rodríguez del Rey; Elita Dubois, esposa de José Luis 
			Tasende, Nati Revuelta, Delia Terry y Lolita Pérez —esta última 
			bordó los galones en los uniformes. 
			Antes y después del 26 de julio de 1953 se haría patente la 
			participación de las mujeres cubanas que, desde los albores del 
			centenario del Apóstol, organizaron el Frente Cívico de Mujeres 
			Martianas. A una de sus integrantes, la profesora Aida Pelayo, cuya 
			voz no se callaba ante la policía, se le involucró en el juicio, 
			aunque no había formado parte del contingente que irrumpió en 
			Santiago y Bayamo. 
			La relación de las mujeres que se solidarizaron con los 
			revolucionarios es extensa. Mas, en ella se distinguieron en 
			condiciones de extremo riesgo, fundamentalmente, las alumnas de 
			enfermería del Hospital, entre el personal sanitario. De ellas fue 
			la idea de ocultar a los jóvenes combatientes y de curar a algunos 
			heridos. En su alegato de defensa Fidel reconocería la actitud de 
			ellas: ¡Muchos fusiles se lo cargaron a los combatientes las 
			enfermeras del Hospital Civil! Ellas también pelearon. Eso no lo 
			olvidaremos jamás. 
			
			En la zona de Bayamo una cadena solidaria, integrada por Bélica 
			González, Narcisa Rodríguez, Esmeregilda, Inés María y otras 
			modestas campesinas, le salvaron la vida al combatiente torturado 
			Andrés García, "El muerto vivo". 
			Fidel no quedó exento de la solidaridad de las mujeres campesinas 
			en la ruta de caminos tortuosos próximos a la Gran Piedra. Aún 
			vestido con el traje militar de kaki amarillo llegó al bohío 
			de la vieja mambisa Leocadia Garzón, conocida por Chicha, hija de 
			esclavos congos, nacida en Juraguacito. La anciana curó a uno de sus 
			compañeros; no los conocía pero sí adivinó que "el grande" entre 
			ellos era Fidel Castro, el nombre que había oído en la radio. Así se 
			lo dijo a su nieto Esmérido Rivera Ruá (1), quien tenía la misma 
			estatura de aquel joven e hizo que se apurara en buscarlo por el 
			camino del río para que lo guiara hacia donde encontrara un camino 
			seguro. El nieto obedeció a la abuela y hasta le dio su ropa a 
			Fidel, y él se puso el pantalón de kaki. Vestido con la ropa de 
			Esmérido prosiguió su internamiento en las montañas guiado por este 
			en un largo trecho loma arriba, hasta que el propio Fidel agradeció 
			la guía. En la ruta que siguió después el joven Fidel encontraría el 
			apoyo de las mujeres y los familiares de varios campesinos. Entre 
			ellas: Delia Echeverría, Efigenia y Juana Despaigne, la esposa del 
			campesino Justino Rigel y otras vecinas de Altos de Ocaña, que le 
			hicieron comida y le lavaron la ropa durante la semana de la 
			resistencia. 
			Los asaltantes asesinados, echados en una fosa común en el 
			cementerio de Santa Ifigenia, tuvieron en otra mujer —la 
			revolucionaria Gloria Cuadras— una perenne custodia de sus restos 
			hasta que estos fueron conservados subrepticiamente en el propio 
			cementerio por René Guitart, padre de Renato. 
			
			(1) Esmérido Rivera Ruá falleció hace pocos años como militante 
			revolucionario.  | 
         
       
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