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El primero de los primeros

Camilo Villa Juica

Siempre vi el primero de mayo cubano por televisión. De todas las marchas del mundo que la pantalla mostraba, esta era la única que no terminaba en disturbios ni en enfrentamientos con la policía. Algo difícil de asimilar para quienes vivimos en sociedades donde la represión impacta de frente contra los "atrevidos" trabajadores y estudiantes que alzan su voz para exigir respeto a sus derechos.

"Algún día estaré allí", me decía mientras el locutor informaba los miles de asistentes al desfile. Y aquí estoy, maravillado aún con la experiencia.

Qué grato es caminar por este gran mar de fueguitos, como diría Eduardo Galeano, sin la amenaza de un chorro de agua deseoso por apagarnos, y sin palos, y sin gases, y sin esposas. Nada ni nadie nos extingue.

Deseé que mis compatriotas vieran esto, de seguro no me creerán cuando les cuente de las banderas mapuche flameando al compás del viento. En mi país, los mapuche son brutalmente reprimidos. Paradójicamente, a miles de kilómetros de su tierra, reciben educación gratuita y desfilan libremente por las calles.

Pese a que el cielo estaba cubierto por nubes grises, un arcoiris imponente se erguía por entre este y nosotros: eran banderas de todas las naciones, que enarboladas por hombres y mujeres de los distintos rincones del mundo, hacían solo una, la bandera de la humanidad.

Y allí estaba el Presidente Raúl, saludando a quienes pasábamos por la plaza decididos a defender la patria, que hace muchos años dejó de ser solo de los cubanos, pues es de todos quienes nos sentimos hijos de Cuba, quienes estudiamos en ella y quienes creemos en su proyecto, como este chileno que escribe emocionado después de pasar su primer primero de mayo en la Isla.

Fotos: Juvenal Balán, Jorge Luis González, Ricardo López Hevia y Alberto Borrego.

 

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