Uno de los lazos que unen a los internos con el resto del país es
la incorporación al trabajo socialmente útil y remunerado. Este
derecho que poseen las personas que han cometido un delito es uno de
los pilares de su rehabilitación y, al mismo tiempo, una forma de
ayudar a sus familiares y resarcir el daño que causaron.
El resultado de su labor está a la vista de todos, pero en el
ajetreo de la vida diaria muchas veces se pasa por alto.
Algunos de los objetos que se encuentran en tiendas y otros
puntos de venta, son fabricados por internos. En el establecimiento
penitenciario de Quivicán se producen tanques plásticos para
almacenar agua, cubos, juegos de comedor de metal y madera, sillas
para niños, estanterías, mesas y cercas tipo Peerless.
Lázaro Mitchel lleva cuatro meses trabajando en la fábrica de
tanques. "Puedo ayudar a mi familia y obtengo una calificación de
obrero, que me sirve para la calle. Además, estoy todo el día
ocupado y cuando llego a la celda ya son las 5 ó 6 de la tarde y el
tiempo pasa más rápido", cuenta.
La Constitución cubana establece que "el trabajo en la sociedad
socialista es un derecho, un deber y un motivo de honor para cada
ciudadano" y "es remunerado conforme a su calidad y cantidad". Estos
principios son válidos también en el caso de las prisiones, pero
respetando las condiciones legales específicas en que se encuentran
estas personas.
En el caso de Lázaro Mitchel, su sueldo está vinculado a los
resultados: "Gano entre 700 y 800 pesos, dependiendo del
cumplimiento de la norma. Nosotros aquí no andamos con dinero, o se
guarda en una cuenta o se lo envían a quien uno decida. Casi todo el
mundo se lo manda a la familia, la esposa, la mamá", relata.
Cuando Lázaro llegó a Quivicán, dos años atrás, pidió una
ubicación laboral, pero tuvo que esperar varios meses hasta que se
desocupó una plaza en la fábrica de tanques. Uno de los desafíos a
los que se busca solución en los establecimientos penitenciarios
cubanos es poder ofrecer un puesto a todos los internos que demandan
trabajar.
A finales de la década de los ochenta la situación era mucho más
favorable. El 65 % de la población penal cubana estaba vinculada al
trabajo y los establecimientos penitenciarios contaban con una mayor
capacidad industrial. La producción de artículos de amplia demanda
popular en el año 1988, por ejemplo, alcanzó la cifra de 46 millones
de unidades, en 90 renglones de artículos de artesanía, bisutería,
textiles, madera, plásticos, muebles, entre otros, según un reporte
de Granma de esa fecha.
Pero el periodo especial provocado por la caída del campo
socialista, unido al recrudecimiento del bloqueo estadounidense
contra Cuba, deterioraron la capacidad instalada y frenaron las
inversiones económicas necesarias para garantizar mayores volúmenes
de empleo en las prisiones.
Hoy en el establecimiento penitenciario de Quivicán solo trabajan
entre un 29 % y un 43 % de los internos, según la fluctuación de la
materia prima que llega a las fábricas. Mientras, en el Combinado
del Este, en La Habana, esta cifra se reduce a un 27 %.
Aun en estas condiciones, el Estado cubano ha llevado adelante
planes de formación dentro de las prisiones, que combinan la
superación personal de los reclusos con la utilidad social de su
trabajo.
En el Combinado del Este funciona un polígono de capacitación,
donde se imparten cursos para ser albañil, ferrallista, carpintero,
electricista, plomero y soldador.
Esa fuerza de trabajo se revierte en múltiples planes
productivos, como una brigada de 58 internos que fabrican 250 mil
bloques mensuales, buena parte de los cuales están destinados a la
venta liberada a la población. Existe también una fábrica de
plástico, donde se producen cubos, palanganas, cestos de basura y
pequeños vianderos.
Otra de las tareas en las que están ocupados es la clasificación
de ropa reciclada. Cuatro contenedores pasan cada mes por las manos
de 60 internos, quienes las diferencian por tipo y calidad. Por ese
trabajo reciben un salario acorde a su desempeño.
Para garantizar sus derechos, la Ley N° 105 del 27 de diciembre
del 2008 (Ley de Seguridad Social) establece un grupo de beneficios
que los equiparan con el resto de la fuerza laboral del país. Entre
ellos se incluyen la acumulación del tiempo de trabajo durante el
cumplimiento de la sanción para su expediente laboral, ayudas
económicas para sus familiares, derecho a jubilación y remuneración
por certificado médico a tiempo parcial y completo.
El presidente del Tribunal Supremo Popular, Rubén Remigio Ferro,
ratificó a Granma que en Cuba no existe el trabajo forzado.
El principio institucional del país es que todas las personas aptas
física y mentalmente puedan vincularse laboralmente, siempre que sea
su voluntad. Además —precisa—, cuentan con los mismos derechos,
salvo aquellos que entran en conflicto con la situación legal en la
que se encuentran.
Así lo demuestra la historia de Makensy, quien trabajaba en la
desarmadora de carros del Combinado del Este y sufrió un accidente
laboral. "Enseguida me atendieron. Me pasaron por el Somatón
(Tomografía Axial Computarizada)", recuerda.
El accidente lo obligó a estar tres meses sin trabajar: "Me
dieron un certificado médico y me pagaron 107 pesos de los 230 que
ganaba. También me dieron fisioterapia en la mano".
Ahora, como no puede hacer grandes esfuerzos físicos, cambió de
plaza y pasó a trabajar en el comedor.
A los internos cubanos no solo se les ofrece capacitación en
oficios, sino instrucción escolar a todos los niveles, incluidas
carreras universitarias como la Licenciatura en Cultura Física, que
estudian dentro de las prisiones y pueden ejercer luego de cumplir
la sanción.
Otra especialidad por la que pueden optar desde el 2004 son los
cursos de enfermería, que se imparten en colaboración con el
Ministerio de Salud Pública. Para esta profesión son más rigurosos
los criterios de selección de los internos. Entre otros requisitos,
no pueden haber cometido atentados contra la integridad física de
otra persona.
Una vez que se gradúan, la enfermería puede "cambiar la manera de
pensar". Esas fueron las palabras de Didiet, quien ya terminó su
curso y labora en el Hospital Nacional de Internos, en el Combinado
del Este.
"Tengo una nueva visión de la vida para no cometer los mismos
errores. Me siento mejor porque ahora puedo ayudar a la gente, a mis
propios compañeros, que ahora me ven y me dicen: Didiet, ayúdame,
ponme esta inyección. Y me alegra poder ayudarlos".
Hasta el momento, 51 internos se han graduado de enfermeros, y de
ellos los 16 que cumplieron sus sanciones se encuentran trabajando
en hospitales civiles.
La libertad no siempre significa el fin de la vinculación laboral
de los internos. Ese fue el caso de Norberto, quien ahora es
ejecutor de obra en el nuevo salón de espera del Combinado, que
ofrecerá mayor comodidad a los familiares en los días de visita.
Durante los diez años que estuvo preso, Norberto se hizo plomero,
carpintero y albañil. "Empecé a trabajar y a superarme, y cuando
terminé, la empresa con la que trabajaba me mantuvo el contrato",
asegura.
Norberto recibe entre 800 y 900 pesos y según cuenta, le gusta la
construcción. Pero lo que mejor lo hace sentir de su trabajo es que
no hay prejuicios de sus compañeros por tratarse de un exinterno.
"Aquí no hay eso de que si estuve preso. Ya yo cumplí, ahora soy uno
más".
"En la calle los trabajos no están fáciles, y además aquí yo hago
falta. Lo que hago es útil", añade.
Rosa Maures Prieto, oficial de tratamiento educativo del
Combinado del Este, asegura que la inmensa mayoría de los internos
piden trabajar.
Prieto destaca la importancia del trabajo en la rehabilitación:
"Integro un equipo multidisciplinario que da atención diferenciada a
cada uno de ellos. El trabajo ayuda a modificar conductas, les da
una disciplina, un orden. Se acostumbran, porque casi todos antes de
estar presos no trabajaban. Hasta sus conversaciones cambian.
¿Normalmente de qué habla un interno? De a quién le robó o qué hizo,
y están todo el día pensando en eso. Cuando trabajan, ya es
diferente".
Estas son solo algunas de las historias cotidianas que se viven
en los establecimientos penitenciarios cubanos, experiencias que
contribuyen a la rehabilitación de quienes un día torcieron el
camino, oficios que ofrecen a cada hombre, incluso tras las rejas,
la posibilidad de ser útiles.