Se realizó en el año 2012 y su director, David O. Russell (Los
peleadores) es un producto de los Festivales de Sundance,
luego tentado él por la gran industria. Su comedia romántica, con no
pocos tintes dramáticos, llegó al Oscar de este año con ocho
nominaciones y finalmente solo ganó uno, el de mejor actriz, a la
joven de 22 años, Jennifer Lawrence.
La muchacha, última gran revelación taquillera del cine
norteamericano, demostró su valía en Huesos de invierno, pero
ahora, en un personaje con no pocos matices y concebido para su
lucimiento, se balancea entre lo óptimo y, a ratos, la
sobreactuación.
En este conflicto entre el bipolar (Bradley Cooper) que sale de
un sanatorio por agredir al amante de su esposa, y la joven recién
conocida (Lawrence), marcada por un desequilibrio emocional que le
hace ir demasiadas veces al lecho con parejas diferentes, el
director despliega un cuadro de ribetes familiares, por cuanto el
padre del joven (Robert de Niro) será también un desencadenante
dramático.
El filme es un clásico ejemplo del "te prometo y luego no cumplo"
Lo primero está dado por una parte inicial con personajes
perfectamente delineados dentro de una estructura narrativa tan
movida como original en el planteo de sus incertidumbres. Luego
pareciera como si al director se le extraviara el talento y empujara
la película hasta el final a puro golpe cliché.
Las más sobadas estructuras del Hollywoood comercial (con ciertos
disfraces, claro) para darle al filme un matiz a lo Frank Capra, el
maestro capaz de convertir cualquier historia en un ejemplo de
resonancias sociales y finales felices.
Pero a esta historia de amor de rápida (demasiado rápida)
transformación amorosa de sus protagonistas cuando el metraje está a
punto de llegar al fin, le falta lo principal: que creérsela cuesta
trabajo... , no obstante esa primera parte, que buen cine prometía.