Leal
a su recuerdo, agradecido por las lecciones recibidas, el maestro
Frank Fernández dedicó a quien fuera su profesor y guía en los días
de perfeccionamiento interpretativo en el Conservatorio Chaikovski
de Moscú, Víctor Merzhanov, el recital que ofreció este último fin
de semana en la Basílica Menor de San Francisco.
Fallecido el año pasado, Merzhanov, también recordado por su
promoción de los vínculos culturales entre Rusia y Cuba, contribuyó
a abrillantar el ya sobrado talento del pianista cubano, un artista
que a medida que pasa el tiempo afianza aún más sus valores ante el
instrumento, sobre todo en los territorios que le son más afines, el
recorrido del clasicismo al romanticismo europeos y los pilares del
pianismo nacionalista insular.
Precisamente navegó por esas aguas en su recital homenaje,
coronado por uno de los mayores ejemplos de su cosecha como
compositor (Suite para dos pianos) y una sorprendente versión
propia del archiconocido Danubio azul, de Strauss, con la
mirada puesta en una próxima incursión por Viena.
Defensor y promotor de las virtudes de Cervantes y Lecuona,
incluidos en el programa, quisiera, sin embargo, detenerme en la
manera con que Fernández aborda páginas clásicas y románticas que
constituyen caballos de batalla para no pocos pianistas en el mundo
y a las que él saca partido con singular agudeza.
La selección de Mozart, Variaciones sobre "Ah vous dirais ja,
mamam", permite al público apreciar en todo su esplendor la
organicidad con que el genio de Salzburgo supo conjugar en grado
supremo rigor formal e imaginación. A partir de una melodía anónima,
común en los juegos infantiles de la época y extendida hasta hoy,
Mozart desarrolló 12 variaciones que ponen a prueba la ductilidad
expresiva de los intérpretes, desde el más puro virtuosismo hasta la
evocación lírica. Esa gama, que no siempre se hace evidente en los
registros contemporáneos de la obra, fue la carta de triunfo de
Frank.
En cuanto a Beethoven, el pianista ha tenido siempre muy presente
el carácter innovador del compositor que rompió, sin negarla, la
arquitectura clásica e inauguró la escuela romántica europea.
Paradigmática en tal sentido, la Sonata quasi una fantasía op. 27,
conocida por Claro de luna. Frank eludió la interpretación
tópica de una obra que muchos reducen al tránsito de un supuesto
estado de ensoñación —el Adagio inicial, vulgarizado hasta la
saciedad— a la exaltación hiperromántica del movimiento final.
Trabajó, como lo ha venido haciendo en su largo y fecundo trato con
el legado beethoveniano, con los claroscuros de un pensamiento
musical en el que conceptos y sentimientos se enfrentan en una trama
de profundas resonancias. Cabría decir que siendo fiel a ese
Beethoven transparente e insondable a la vez, Frank Fernández es
también fiel a sí mismo.