No hay registro exacto sobre el número de periodistas que se
encuentran en Haití, pero se calculan decenas de reporteros de
medios de comunicación de todo el mundo. ¿Qué tipo de cobertura
están realizando? ¿Cuál debería ser su papel, más allá de describir
el desastre? ¿Dónde queda el respeto al sufrimiento e intimidad
haitianos?
Una y otra vez se alude a Haití como "el país más pobre", cual si
este no atesorara riqueza alguna: su historia, su cultura, su gente
y su sonrisa única, la que cura y responde a la cotidianidad.
Comprender el alma haitiana pasa por escuchar su voz en primera
persona. Por mucho que hayamos leído o documentado antes de llegar,
nada como la voz de los propios haitianos.
Es necesario conocer y amar la excepcional historia de Haití. Un
pueblo que desterró la esclavitud y llevó a cabo la primera
revolución negra de América, el mismo cuya belleza se tiñe de
alegría o tragedia, color y formas, es enteramente musical y posee
un espíritu de resistencia insospechado. Una nación que tendrá que
resurgir, pues un país no muere.
El Gobierno de Michel Martelly se ha propuesto cambiar la imagen
de la nación caribeña con miras a atraer más inversión extranjera y
generar recursos para satisfacer las amplias demandas internas. La
otrora perla del Caribe posee asimismo, singulares atractivos
naturales que el sector turístico —por desarrollar al mismo nivel
que en otras naciones de la región—, tal vez hoy pueda explotar con
ese propósito.
Si se quiere trasladar la idea de que un futuro positivo para
Haití es posible, hay que desterrar cualquier imagen que desgarre
tal empeño y revertir la práctica obstinada de vender prolijamente
la pobreza haitiana.
Puede que el futuro de Haití pase, primero y entre otras muchas
cuestiones, por retratar y contar al mundo sobre la nación que se
levanta con la voluntad de alcanzarlo. Con dignidad dentro de la
pobreza. La dignidad que enmarca el rostro de hombres y mujeres de
miradas apacibles, quienes ofrecen hospitalidad y agradecen la mano
amiga.