Amor tres veces coronado

Dilbert Reyes Rodríguez

"Esto se llama materia orgánica, semilla y agua, ¡ah!, y mucho trabajo; pero nada más".

Foto del autorCultivar el amor les ha dado a César y Yuya las mejores cosechas.

César Santí intenta ser concluyente, sin sospechar que lo desmiente el brillo en la mirada fija sobre Yuya, la mujer de su vida, quien desde el puesto de venta se acerca al cantero con el canasto vacío.

Claro que hay algo más, mucho más, para hacer parir tanta verdura todo el año en aquel tercio de hectárea, clavado entre edificios, casas y un par de guarderías de un sector residencial de la ciudad de Bayamo.

Si no hubiera algo más, César habría respondido de inmediato a la pregunta repetida tres veces, que no oyó mientras duró el avance hipnótico de Yuya hasta él:

"Viejo, hace falta más rábano y lechuga en el quiosco", dijo después de una sonrisa y un pícaro pellizco en el mentón.

"Claro", respondió devolviendo otra sonrisa cómplice, y al recordar de pronto la presencia de un tercero, carraspeó ligeramente la garganta y se volvió con los ojos aturdidos todavía: "¿Decía usted...?"

Por supuesto que había algo más. Yuya despejó la duda: "Somos pareja hace 27 años. Aún recuerdo el día en que lo vi por primera vez".

"Sí, señor —se le nota a César el rubor sobre la piel dorada por el sol—, yo era maestro allá en La Guanábana de Guisa, y esa jovencita de 24 años me ‘enganchó’ para siempre".

Evidentemente, el amor ha sido el mejor aliño de la historia familiar de estos campesinos urbanos, movidos hacia Bayamo cuando la construcción de la presa Cautillo incluyó su parcela.

Incorporado él como maestro a una escuela especial y ella ama de casa, la preparación para el cultivo de un terreno yermo frente al edificio la sacó de la cocina un día del difícil 1993 y la involucró en la gestación del organopónico Pequeños Constructores, de referencia hace una década y merecedor recientemente de la Triple Excelencia, que otorga como máxima distinción el Grupo Nacional de Agricultura Urbana.

Gladys María Popa es el nombre completo de Yuya, quien confiesa no haberlo pensado dos veces cuando inició el proyecto.

"Ángela Infante y yo nos encargábamos de todo aquí, aunque solo eran 40 canteros de 19 metros, sin agua para el riego todavía. Teníamos algunos cultivos de secano y no se parecía a lo que es hoy; pero enseguida se notó el impacto en el vecindario con las primeras ventas, cada vez más crecientes, variadas y permanentes.

"Al llegar de la escuela, César se incorporaba mientras hubiera luz del sol, hasta que en el 98 pasó definitivamente como trabajador. Los ingresos se multiplicaron en la casa, y mantenerse juntos todo el día fortaleció más el cariño y la unidad familiar, que incluía dos niños.

"Ese amor tuvo consecuencias en el trabajo. La primera corona de Excelencia fue en el 2004, en el 2010 la segunda y hace unos días la tercera. El mismo Adolfito (Rodríguez Nodals, jefe del Grupo Nacional), vino un día con una balanza y muestreó el rendimiento, que dio 13 kilos de vegetales por metro cuadrado. Las ganancias de cada uno de los cinco obreros promedian los mil pesos mensuales", detalla Yuya.

A la vista resaltan algunas de las cuestiones técnicas que avalaron el reconocimiento: todos los canteros sembrados, actualmente 13 tipos de cultivo, intercalamiento, barreras biológicas, lombricultura, producción de semillas, riego y drenaje, comercialización y otros requerimientos.

Un círculo infantil les queda a un costado, y con toda la frescura que permite la cercanía llegan a los pequeños los vegetales del almuerzo; en tanto, la casa de niños sin amparo filial, ubicada al fondo, recibe diariamente y sin costo alguno las verduras necesarias.

Pero el amor es inconforme y como en César y Yuya este sentimiento echó raíces a la vez en el corazón y en la tierra, sus sueños inmediatos no pierden nunca ese apego.

En cuanto a la tierra, dice César, el deseo mayor es colocar la manta que ya compraron y convertir en semiprotegido todo el huerto, multiplicando producción, calidad y rendimiento.

 

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