Desde Haití

Una historia de amor en Marmelade

Leandro Maceo Leyva,
enviado especial

En algunas partes de Haití, la distancia se mide en tiempo, no en kilómetros. Un corto paseo puede tardar horas. Es un trabajo duro conducir aquí y requiere paciencia.

Foto del autor Ángel y Ana imparten una charla educativa a niños de la comuna.

El destino del viaje era el pueblo de montaña Marmelade. En el camino se retuercen cintas de asfalto que llevan a pequeñas fincas cafetaleras y vistas fastuosas, donde los ascensos y descensos prometen una experiencia épica.

Es un jardín de montaña donde el aire es limpio, nítido y fresco, con una vegetación exuberante y hermosa. A lo largo del trayecto quedan iglesias abandonadas, plantaciones diversas y mercados de carretera.

Al mirar al otro lado del valle tropical, uno siente que está en algún lugar sin nombre que desafió fronteras y nacionalidades.

Marmelade descansa sobre una colina en el extremo derecho de la carretera. Allí Ángel y Ana tejen una historia única. El destino los unió por primera vez en La Habana, unos siete años atrás. Luego los condujo a Río Cauto, en la oriental provincia cubana de Granma y finalmente a Haití para brindar sus servicios de asistencia médica junto a los colaboradores cubanos de la Salud.

De conjunto, y de la mano de la solidaridad, desafían cada mañana la barrera del creole (dialecto haitiano), el cual —al decir de ellos— ha sido lo más difícil de la linda tarea que realizan, pero que gracias al constante intercambio con los pacientes y la ayuda de nativos, hoy logran dominar con soltura.

Ángel y Ana solo abandonan la comuna una vez al mes, cuando se dirigen a Gonaïves, la cabecera del Departamento Artibonite, para recibir la docencia correspondiente a la especialidad de Medicina General Integral que desarrollan de conjunto a su misión en la nación caribeña.

Para estos jóvenes peruanos graduados en la Escuela Latinoamericana de Medicina, de 26 y 25 años, respectivamente, Haití representa una oportunidad única de desempeñarse como profesionales, de mostrar el humanismo que entraña su carrera, así como de conocerse y compenetrarse como pareja.

De tal cercanía —aseguran— surge el aliento que los conduce al hospital, a cada casa o paraje cercano, y les permite regalar a su paso esperanza y conocimiento.

En esta tierra extranjera, cultivan un sentimiento que no todos tienen la suerte de experimentar y construyen una historia difícil de relatar, pero digna de ser contada. Una experiencia que habla de dos personas, un destino y mucho amor.

 

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