Miguel
Barnet no se dio cuenta de qué le hablaban sus compañeros de la
Asociación de Escritores de la UNEAC. ¿Cincuenta años? ¿Tanto tiempo
ya de la publicación de su primer libro, el poemario La
piedrafina y el pavorreal? ¿Tan poco tiempo con tanta poesía por
delante? ¿Merecería celebrar algo que para él ha sido parte de la
misma existencia? "Mi tarea es promover a los demás, a los que desde
diversas expresiones hacen posible la vitalidad de la cultura de mi
país", dijo, pero Nancy Morejón y Alex Pausides insistieron, y
organizaron la velada en la Sala Martínez Villena y el mismo Miguel
se llevó más de una sorpresa en las palabras de Lina de Feria, quien
advirtió la temprana consistencia de un modo de decir transparente y
auténtico, y en las de Guillermo Rodríguez Rivera al reconocer cómo
los jóvenes de la generación del primer Caimán Barbudo admiraron en
el autor de aquellos versos a un compañero de ruta y sensibilidad.
Ya lo había dicho Roberto Fernández Retamar al saludar la
aparición en 1963 del poemario: Barnet tocaba el alma de las cosas
reales del país. Y en esa realidad, como lo volvió a demostrar el
bardo al repasar en rápida lectura algunos poemas, se juntaban las
huellas de una sociedad en transición, los ecos de la gente común,
el asombro ante las renovadas esperanzas y el flujo de una identidad
subterránea, entrevista por quien era ya discípulo de Fernando Ortiz
y Argeliers León. Justicia poética; sin el peldaño inicial de La
piedrafina y el pavorreal no se puede explicar la evolución
literaria hacia los mundos de la novela testimonial que luego
cultivaría Miguel ni de los brotes líricos que siguen empinándose en
un ejercicio de nunca acabar.
Entre versos, canciones y danzas, la celebración tendría su
momento culminante con la recitación única e irrepetible de los
versos de Miguel por Luis Carbonell. ¡Zumba la curiganga, poeta!