Sueño de una mañana de febrero

Apoteosis coral en la Tercera de Mahler

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

Cada ejecución de varias de las obras sinfónicas del compositor bohemio-austríaco Gustav Mahler (1860–1911) —la Segunda, la Tercera, la Octava y la Canción de la Tierra— demanda empeños de producción gigantescos que solo plazas con un desarrollo musical consolidado y una vida cultural activa han podido encarar con éxito.

De ahí que la ejecución el pasado domingo en el Teatro Nacional de la Tercera sinfonía, antes de cualquier otra consideración, deba calificarse como una hazaña confirmatoria. El director invitado, Thomas Gabrisch, de Alemania, titular de la Deutsche Oper am Rhein de Dusseldorf, encontró en La Habana condiciones y motivaciones para llevar adelante la empresa: una Orquesta Sinfónica Nacional fogueada, atenta y abierta a incorporaciones complementarias de jóvenes con un elevado nivel académico, un público culto y una formidable cantera de voces femeninas e infantiles entrenadas en el canto.

Para los que no presenciaron el acontecimiento, sépase que la Tercera implicó a más de un centenar de músicos en la escena y en el quinto movimiento una enorme masa coral, amalgamada por la maestra Alina Orraca y proporcionada por Exaudi, la Schola Cantorum Coralina, los coros Polifónico de La Habana, de Cámara de Matanzas y del ICRT, el Ensemble Vocal Luna, las dos corales del conservatorio Amadeo Roldán, la cantoría infantil de la Schola Cantorum y el coro Diminuto, estos dos últimos situados en el pasillo del balcón junto a las campanas tubulares.

Sirvan como referencias de lo que tamaño suceso significa las grabaciones testimoniales que la crítica ha seleccionado como las mejores de la Tercera en los últimos tiempos: la de Leonard Bernstein y Claudio Abbado con las Filarmónicas de Nueva York (1987) y Berlín (1999) y la de Pierre Boulez con la de Viena (2001).

La obra en todos sus movimientos es sobreabundante y refleja la complejidad estilística del pensamiento musical de Mahler, hombre que vivió entre dos épocas —el declive del Imperio austrohúngaro y los estallidos nacionalistas que se agudizarían con el advenimiento tres años después de su muerte de la Primera Guerra Mundial—; dos estéticas —la culminación de la hegemonía romántica y la irrupción de los primeros signos de las vanguardias europeas—; y tres culturas —la germánica, la checa y la judía.

En el plano personal se debatía, durante la época que comenzó a componer la Tercera, entre su carrera cada vez más reconocida como director orquestal —no exenta de episodios conflictivos debido a su carácter irascible y las tensiones a las que sometía a los instrumentistas— y sus deseos de brillar como compositor, que encontró enconadas oposiciones de ciertos sectores de la crítica y la rechifla de los melómanos conservadores.

Pero su libertad de expresar musicalmente lo que sentía —buen romántico al fin— y llevarlo a vías de hecho con conocimiento de causa —buen orquestador y conocedor de los misterios y prodigios de la voz al cabo— se impuso y ya en vida, pero sobre todo a lo largo del siglo XX, cosechó decididos respaldos.

La Tercera sobrepasa los límites formales del sinfonismo, por su visión caleidoscópica, sus desiguales proporciones y sus conflictos temáticos. Es una construcción épica de emociones fluorescentes, y como tal, controlando los meandros desbordados por la sensibilidad y dándole justo valor dinámico a cada tema, Gabrisch se las entendió con la trama orquestal y con los dos pasajes sinfónico-vocales, el cuarto movimiento con una inspirada y precisa María Felicia Pérez en el canto del O Mensch!, texto de Así hablaba Zaratustra, del poeta, filósofo y también músico Friedrich Nietzsche y una disciplinada y a la vez aérea masa coral en el Es sungen Drei Engel del quinto movimiento, material por cierto reciclado de una colección folclórica que le obsedió desde su temprana vocación autoral, El cuerno mágico de la juventud.

En la primera página del manuscrito original, Mahler escribió a manera de subtítulo: Sommermorgentraum, en castellano Sueño de una mañana de verano. La del último domingo en La Habana fue el sueño realizado de una mañana de febrero.

 

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