Con el cielo bajo los pies

Detrás del proceso tecnológico en industrias y ramas vitales para la nación, está la obra oculta de hombres que desafían la cima de las chimeneas

PASTOR BATISTA VALDÉS

DELICIAS, Puerto Padre.— "Adelante, ya pueden moler caña sin ningún temor y darle más azúcar a este país."

Foto del autorEste oficio implica un constante reto al peligro de las alturas.

Más que consejo, la frase deviene expresión de triunfo en la garganta de Raúl Yanes.

Su nombre no integra la plantilla laboral del coloso azucarero. Encabeza una brigada perteneciente a la Empresa de construcción y montaje especializado del ministerio de la construcción, formada por nueve hombres que construyen, demuelen o reparan chimeneas en toda Cuba.

Miembros de esa escuadra y obreros del central se acercan para estrechar la vigorosa mano de Raúl, quien risueño y campechano corresponde cada gesto, mientras a intervalos mira la enorme torre de cuya cima acaba de bajar, tiznado hasta el blanco de los ojos y sudado hasta la médula, pero satisfecho.

"Para poder iniciar la molida —explica— era imprescindible demoler primero y reparar después la cornisa de esta chimenea: bastante deteriorada tras más de 40 años de intensa actividad sin acciones de mantenimiento o de preservación".

Altas temperaturas (solares y del proceso productivo), lluvia, viento, descargas eléctricas y otros agentes agresivos, terminaron erosionando, agrietando y debilitando el remate o capitel de la elevada torre, con inminente peligro para la seguridad del personal e instalaciones, como consecuencia del desprendimiento inicial de algunos pequeños fragmentos.

DESAFÍO DE ALTURA

Cuando el primer trío de hombres comenzaron la escalada, pobladores y transeúntes no podían dar crédito ante aquel "espectáculo" de indiscutible riesgo y sin precedente allí.

"Están subiendo como los desmochadores de palmas reales" —dijo con atinada imaginación un anciano, al constatar la maestría con que aquellos aseguraban progresivamente cables alrededor de la torre y ubicaban elementos de una plataforma móvil, en continuo ascenso, como soporte para conquistar, palmo a palmo, la cima y llevar hasta ella todos lo materiales imprescindibles durante la restauración.

"Subir de ese modo y trabajar en la cornisa, siempre es un desafío a la altura —comenta Yanes. La construcción de una chimenea o su demolición total se realizan por dentro de ella, pero este tipo de demolición parcial y reparación se hacen desde fuera, encima de una plataforma de madera, con el vacío debajo, el sol encima, la brisa actuando sobre ti... Por eso, normalmente subimos bien temprano y trabajamos mientras el viento lo permite".

Después de 17 años en la construcción, once de ellos directamente en este giro, Javier Aponte confirma cada vez más cuán atento hay que estar todo el tiempo a las medidas e indicaciones: faja o cinturón de seguridad, siempre que sea posible; casco ajustado, botas bien anudadas para impedir la "mala jugada" de un cordón aprisionado, pisada firme en el centro de la tabla, concentración en la labor que se realiza...

Aún cuando la brigada no dispone de los medios verdaderamente idóneos, el extremo cuidado con que actúan e interactúan sus miembros ha impedido accidentes a lo largo de un historial que incluye alturas de todo tipo, "entre la punta y el cabo del Archipiélago".

El año 2012 sumó nuevos aportes mediante la reparación y pintura de dos chimeneas en la termoeléctrica de Nuevitas, labores igualmente imprescindibles para la vitalidad de un grupo electrógeno, un tanque elevado para agua, la cornisa del central Colombia...

En cada una de esas obras queda el sello anónimo pero auténtico y decisivo de hombres como Saturnino Chávez, Juan Darromán, Walvis Navarro, Jorge Luis Doseff, Ricardo Larduet, Osvaldo Torres y su hijo Osvaldito: tan apegados a ese peligroso empleo como ayer lo estuvo Antonio "Ñico" Torres, padre del primero, abuelo del más joven.

Operarios unos, ayudantes otros, a todos los une algo en común: constituir una verdadera familia y no escatimar arrojo a la hora de retar las alturas, mediante un oficio que no se estudia (se aprende), al que no se le teme (se enfrenta), de cuya destreza y calidad también depende el azúcar que produce la nación, la energía que genera el país, el agua que consume la población y otros servicios siempre al alcance de millones de cubanos.

 

| Portada  | Nacionales | Internacionales | Cultura | Deportes | Cuba en el mundo |
| Comentarios | Opinión Gráfica | Ciencia y Tecnología | Consulta Médica | Cartas| Especiales |

SubirSubir