Aguilera, Reina, Ruden, Elisdeilis o Yosuán, Durán, Eddy Abel,
Alejandro Pérez, no son nombres que tengan todavía un asiento en el
exigente firmamento beisbolero del país. Los primeros son peloteros
santiagueros, los otros industrialistas, las camisetas que más pesan
en la pelota cubana.
Ellos regalaron a la 52 Serie Nacional tres noches que hicieron
grande al béisbol, llenaron de orgullo a quienes fueron a verlos al
estadio o a los que a se acostaron tarde tras apagar la televisión,
después de tres jornadas que desataron emociones por doquier.
Y sintieron el ejemplo de sus más experimentados compañeros,
halando parejo. Poll y Malleta, convertidos en verdaderos mentores
para que no falte el aliento y el consejo oportuno en el terreno;
Rudy lanzándose en primera como si en ese turno le fuera la vida, o
Bell, metido de lleno en una justa como si fuera frente al más
encumbrado rival internacional.
Así se juega al béisbol y se honra y se defienden los colores de
franelas que hombres como Kindelán, Pacheco, Vinent, Vera... o
Anglada, Capiro, Javier Méndez o Germán, la pusieron en lo más alto
del arcoíris deportivo del país.
Industriales y Santiago de Cuba, siguen convocando a las gradas,
aunque uno esté a media tabla de posiciones y el otro en el final de
ella, hospedajes desconocidos para esas escuadras en las temporadas
nacionales. El Latino se llenó porque fue en busca de un buen
béisbol, y lo encontró, vivió hasta el final el desenlace, porque
cuando Santiago e Industriales están en el terreno nadie se puede
ir, no se puede dar nada por hecho, siempre van en busca de más.
Durante martes, miércoles y jueves, con un Vargas de aquellos
grandes Industriales y un Godínez de la otrora aplanadora, al frente
de las escuadras, la vergüenza deportiva de la nueva hornada no
defraudó, dieron el espectáculo de siempre, el clásico de la pelota
cubana que todos esperamos.