Aquella era una mañana como otra cualquiera. Pero para los padres 
			con sus pequeños en los brazos, ancianos, jóvenes... que llegaron 
			hasta la puerta de aquel humilde e improvisado local en la céntrica 
			calle de Puerto Príncipe bautizada con el nombre de El Entierro, por 
			conducir al campo santo de la capital haitiana, aquel amanecer era 
			de esperanza, de aliento, de mejoría a sus dolencias.
			Era la primera vez que muchos acudían a una persona certificada, 
			capaz de preguntarle ¿qué le pasa?, que les proporcionara un 
			diagnóstico y prescribiera el medicamento oportuno.
			Los protagonistas: jóvenes médicos haitianos, graduados en la 
			Escuela Caribeña de Medicina de Santiago de Cuba, quienes hoy cursan 
			estudios de la especialidad de Medicina General Integral y bajo la 
			tutoría de sus docentes, participaban junto a la Brigada Médica 
			Cubana en una clínica móvil para prestar servicio de asistencia 
			sanitaria gratuita a su pueblo.
			Infecciones respiratorias agudas, hipertensión arterial y 
			parasitismo intestinal figuraban entre las patologías más 
			frecuentes, pero sobre todo se percibía una ausencia de atención y 
			seguimiento médicos. 
			Para los incipientes doctores, esta no era sino la oportunidad de 
			devolverles la sonrisa a aquellos niños, de decirle a aquel anciano, 
			tranquilo, con esto va a mejorar, y de recibir a cambio no solo la 
			más reconfortante de las gratificaciones, sino la única posible para 
			esas personas, la palabra gracias. 
			Era la forma de recompensar a la tierra que los vio nacer, correr 
			de pequeños y crecer hasta despedirlos rumbo a un país hermano a 
			formarse como profesionales de la salud. De modo que regresar a 
			brindar sus servicios, no podría ser otro que su deber, su mayor 
			satisfacción.
			Por ello, los 189 pacientes que fueron atendidos esa mañana, como 
			los miles que son vistos a diario en cualquier paraje de la 
			geografía haitiana y hasta donde llega la ayuda solidaria y 
			desinteresada de los médicos cubanos, se sienten hoy agradecidos.
			Y es que justo allí —donde el ser humano encuentra su sitio, 
			junto a los suyos, a los que más requieren de su condición de 
			semejante, donde experimenta la satisfacción de ser útil— es que se 
			puede dar un vuelco a la desesperanza.