Durante mucho tiempo se recordarán esos primeros 30-40 minutos de
La película de Ana (Daniel Díaz Torres) en los que el filme
se torna una fiesta para los sentidos. Historia de una actriz de
poco talento que se ve precisada a disfrazarse de prostituta para
cumplir los requisitos de unos documentalistas europeos, interesados
en captar durezas del oficio en esta orilla nuestra. Ingeniosidad de
diálogos y situaciones sacados adelante por una extraordinaria Laura
de la Uz, con una también convincente Yuliet Cruz haciéndole la
segunda en el lance de pasarle gato por liebre a los quizás
demasiado ingenuos realizadores.
Primer tiempo fílmico durante el cual cabe imaginarse que La
película de Ana va camino de coronar la cima de esas comedias
trascendentes, capaces de reírse y de hacer reír desde las
realidades más dolorosas, hasta que el guion da un giro,
incuestionable en sus intenciones de dramatizar el conflicto en sus
pespuntes humanos, pero un giro que, al adentrarse en enredos
típicos del género, no logra mantener la misma frescura. Sobrevienen
entonces recurrencias cómicas poco originales y miradas en las que
contrastan los bien construidos personajes del patio con los
extranjeros, algo endebles estos últimos en su composición
dramática, lo que hace tambalearse una escena vital, hacia las
postrimerías, cuando se reúnen los productores, dispuestos a revisar
los casetes filmados por la falsa prostituta.
En su segundo tiempo fílmico, La película de Ana, sin
perder su tono de humorada, pretende referirse desde el tránsito
parabólico que la lleva de la comedia al drama a la transformación y
endurecimiento que sufre su personaje principal, y al mismo tiempo
plasmar con testimonios no falseados una visión menos satírica de la
prostitución. Intenciones múltiples que se consiguen a medias y de
manera un tanto precipitada, pero válidas como reflexión social de
este mundo nuestro. Grata de ver, sin duda, esta última entrega de
Daniel Díaz Torres, entre lo mejor suyo y con unos 30-40 minutos
iniciales inenarrables y dignos del mejor cine.
Y si en La película de Ana el móvil de los acontecimientos
ligados a la prostitución era conseguir el dinero para comprar un
refrigerador, en el corto de ficción de Yoel Infante se expresa el
motivo desde su mismo título: La lavadora. Mucho sexo
infamante y voyeurismo en una casa de citas para representar la
caída por el barranco de la joven protagonista. El final trágico es
predecible (y efectista) desde el mismo instante en que se plantea
el conflicto: conseguirle una lavadora a la abuelita enferma a
cambio de aceptar en el lecho lo mismo el rayo que la tormenta.
Aunque bien filmada, habría que ver cuánto mérito artístico hay en
recurrir más a la acumulación de escenas escabrosas, que a la
audacia sugerente.
Y La demora, de Uruguay, es uno de los filmes más bellos
exhibidos hasta el momento en este 34 Festival del Nuevo Cine. El
amor tratado desde una visión que raya en lo trágico sin llegar a
serlo. Rodrigo Plá tiene el mérito de entrarle al más viejo de los
sentimientos desde un ángulo original: María (excelente Roxana
Blanco), es una mujer en constante estado de tirantez. Vive sola con
tres hijos pequeños y un padre con deficiencias mentales. Y le falta
el dinero. Nadie la ayuda, al señor no lo aceptan en una pensión de
ancianos y entonces ella decide dejarlo una noche sentado en un
banco en medio del frío. Una historia llena de tensiones y con un
dramatismo que pudiera recordar el viejo y sensiblero cuento del
anciano sin abrigos que se congela en una noche de Navidad. ¡Pero
cuidado!, que el tiempo no pasa por gusto y la complejidad en los
planteos se valora. Aunque duro el cuadro, no hay aquí nada que
recuerde a los melodramas del cine del ayer y sí mucha contención y
mano certera para que el espectador juzgue una y otra vez y al final
comprenda que al amor se puede llegar de muchas maneras, el abandono
una de ellas.