Pasé un agradable fin de semana de noviembre en compañía de
Buenaventura de Sousa Santos y de otros amigos. En su fecunda
reflexión el cientista social portugués señaló las cargadas nubes
que pesan sobre la coyuntura mundial.
Hay una flagrante desconstrucción de la democracia. Desde el
siglo XVI Europa tiene su historia manchada de sangre, debido a la
incidencia de guerras. En los últimos 50 años, sin embargo, creyó
haber conquistado la paz estable debido a la democracia fundada
sobre los derechos económicos y sociales.
De hecho tales conquistas funcionaron como antídoto a la amenaza
representada por el socialismo que se extendía por la mitad del este
del continente europeo. Con la caída del muro de Berlín el
capitalismo rompió la fantasía y mostró su cara diabólica
(etimológicamente, disgregadora).
Los derechos sociales pasaron a ser eliminados, y los países
antes administrados por políticos democráticamente elegidos pasaron
a ser gobernados ahora por la troika FMI-BCE (Banco Central
Europeo)-agencias de riesgo estadounidenses.
Ningún dirigente de esas instituciones fue elegido
democráticamente. ¿Y qué credibilidad pueden tener las agencias de
riesgo si en la víspera de la quiebra del banco Lehman Brothers, el
15 de septiembre del 2008, las agencias atribuyeron a sus papeles la
nota más alta: triple A?
Hoy el único espacio todavía no controlado es la calle. E incluso
se está dando una creciente criminalización de las manifestaciones
populares. La televisión exhibe todos los días multitudes
inconformes reprimidas violentamente por la policía.
El pueblo de ambos lados del Mediterráneo protesta. Pero las
movilizaciones tienen un efecto limitado. La indignación no acaba en
propuestas. El grito no se transforma en proyecto. Wall Street (la
calle del muro) es ocupada pero no derribada, como pasó con el muro
de Berlín. No se ven en el horizonte "otros mundos posibles".
El bienestar que se trata de asegurar hoy es el del mercado
financiero. El Estado dejó de ser financiado solamente por los
impuestos pagados por empresas y ciudadanos. Antes, los más ricos
pagaban más impuestos (en los países nórdicos todavía hoy llegan al
75 % de las ganancias), de modo que se distribuía la riqueza a
través de los servicios ofrecidos por el Estado a la población.
A partir del momento en que la elite comenzó a exigir un Estado
mínimo y pagar cada vez menos impuestos (como lo hemos visto
propuesto en la campaña presidencial de los EE.UU.), los Estados
empezaron a ver aumentadas sus deudas y se apoyaron en los bancos,
que, hartos de liquidez, prestaban a intereses reducidos. De tal
modo muchos países se convirtieron en rehenes de los bancos.
Un caso típico es la relación de Alemania con sus pares de la
Unión Europea. Los bancos alemanes prestaron dinero a España, para
que esta adquiriese productos alemanes. Ahora Alemania es acreedora
de la mitad de Europa.
Eso propaga una nueva oleada de antigermanismo en el continente
europeo. En el siglo XX dos veces intentó Alemania dominar Europa,
lo que terminó en dos grandes guerras, en las cuales fue derrotada.
Ahora, sin embargo, ella amenaza conseguirlo por medio de la guerra
económica. Y una vez más la piedra en el zapato es la Francia de
Hollande que, contrariando todas las expectativas, escapó este año
de la marea recesiva que asuela a Europa.
Los países de América Latina y de África resisten la crisis a
través de la explotación y exportación de la naturaleza-minería,
productos agrícolas, combustibles fósiles, etc. Sin embargo, quien
fija el precio de los bienes son los EE.UU., China y Europa. Cada
vez pagan menos dinero por un mayor volumen de mercancías. El
mercado futuro ya fijó los precios de las cosechas ¡para el año
2016! Tal especulación hizo subir, en los últimos años, el número de
hambrientos crónicos, ¡de 800 a 1 200 millones!
Aumenta amenazadoramente el precio de mercado de los dos
principales bienes de la naturaleza: la tierra y el agua. Las
empresas transnacionales invierten sumas enormes en la compra de
tierra y en los veneros de agua potable en América Latina, Asia y
África. Nuestros países se desnacionalizan por la desapropiación de
nuestros territorios. Es un acaparamiento desenfrenado. Lo curioso
es que las tierras son adquiridas con los habitantes que se
encuentran en ellas¼ como que fueran parte del paisaje.
Hay una progresiva desmaterialización del trabajo. La actividad
humana cede el lugar a la robotización. En los sectores en que no
hay robotización campean la tercerización y el trabajo esclavo, como
la mano de obra boliviana y asiática usada en las máquinas
brasileñas.
Ya no se da distinción entre trabajo pagado y no pagado. ¿Quién
paga el trabajo que usted hace vía equipamientos electrónicos al
dejar el lugar físico en que está empleado?
Antes se luchaba por la remuneración de horas extras y del tiempo
empleado entre el local de trabajo y la vivienda. Hoy, mediante el
ordenador, el trabajo invade el hogar y ahoga el espacio familiar.
La relación de las personas con la máquina tiende a eliminar el
contacto con los compañeros. Lo real cede el lugar a lo virtual. Se
suprime la frontera entre domicilio y trabajo.
El conocimiento está mercantilizado. En las universidades tiene
importancia la investigación capaz de producir patentes con valor
comercial. El conocimiento es valorado por su valor de mercado, como
sucede en las áreas de Biología e Ingeniería Genética. El profesor
encerrado en su laboratorio no está preocupado por el avance de la
ciencia sino por su cuenta bancaria, que debe ser aumentada por la
empresa que le encarga la investigación.
Esa mercantilización del conocimiento reduce, en las
universidades, los departamentos considerados no productivos, como
los de las ciencias humanas. De ese modo se decreta el fin del
pensamiento crítico. Y de paso el fin del conocimiento científico
inventivo, el que nace de la curiosidad por desvelar los misterios
de la naturaleza, y no de su manipulación lucrativa, como es el caso
de los transgénicos.
La esperanza está en las calles, en la movilización organizada de
todos los que, con la mirada en las nubes, son capaces de evitar la
borrasca a fin de transformar la esperanza en proyectos viables.
(Tomado de Adital)