Días de pesca, 3 y Abuela Mambo

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

Vuelve Carlos Sorín a la Patagonia con un universo muy suyo instalado en el ojo de la cámara y un actor robándole el protagonismo a la mismísima película (¡que eso es mucho decir!), una historia de emociones subterráneas que responde al título de Días de pesca y que como otras del director argentino dedica (en apariencia) más tiempo a narrar lo intrascendente que en ir al corazón de la almendra. El actor se nombra Alejandro Awada y lleva en el rostro un aire de disculpa perenne, como si quisiera agradecerles a los otros que le soporten su presencia. Personaje de padre cincuentón que va en pos de una hija con las intenciones de redimirse de lo que evidentemente fuera una vida de abandonos y portador, al mismo tiempo, de una sinceridad extrema. Nuevamente actores no profesionales coincidiendo con unos pocos que sí lo son y otra vez un viaje de por medio para desentrañar mecanismos inhe-rentes a la condición humana... después del resbalón.

Alejandro Awada protagoniza Días de pesca.

En otras manos, la historia pudo haber sido una proclama para la lágrima fácil, algo impensable en el cine minimalista del argentino, que solo parece traicionarse una vez, necesitado como está de darle un giró dramático al reencuentro entre el padre y su hija. Se trata de la escena en que luego del contacto inicial y la invitación a que la muchacha lo acompañe junto con el marido, en una cena en el hotel donde se hospeda, los invitados no llegan, o al final llega ella, solo para mandarlo a buscar al parqueo y soltarle algo así como "¡para qué viniste papá, para echarme a perder la vida como a mamá!". Una nota algo discordante dentro del estilo tan suave como oblicuo de Sorín, capaz de concebir en un mismo tiro de dados la pesca del tiburón en que pretende enfrascarse el protagonista, con la pesca de la hija, aunque en esta última no medie anzuelo de ningún tipo, sino mucho sentimiento.

De vuelta también el uruguayo Pablo Stoll Ward (Whisky, 2004, jun-to con el fallecido Juan Pablo Revella). Su nuevo filme se titula 3 y es una tragicomedia familiar que involucra a un padre, una madre y una hija inteligente, pero mal estudiante y con tendencia a evadirse por los vericuetos del sexo. Al igual que en Whisky, el temperamento de los personajes está controlado, principalmente el de madre e hija, ya que el padre es un poco más disparatado y ruidoso. Pero sin lugar a dudas predomina una estética de la contención y del escaso decir, de la amargura, el humor y la soledad, un poco, aunque con menos frialdad, a la manera de Aki Kaurismaki y su "trilogía del perdedor", vista no hace mucho en la televisión. Agri-dulce y reiterativo por convicción, 3 es un sólido trabajo creativo al que sin embargo le pesan las dos horas de metraje.

Alegato en favor de las abuelas que son utilizadas como "arma estratégica" por hijos y nueras para hacer de ellas fieles sirvientas cuidadoras de nietos, eso es la coreana-mexicana Abuela mambo, ópera prima ––y como tal compite–– de Eun Hee Ihm. Filmada en blanco y negro y con pocos diálogos, el director le dedica la primera parte a seguir el día a día de una abuela que vive sola, pero se relaciona con otras como ella, baila, hace ejercicios y tiene planes para realizar en la vejez lo que nunca pudo. En pocas palabras: la señora es feliz. Un ritual que sigue en detalles la cámara, hasta que una hija decide que la madre debe entretenerse y ¡quién mejor que ella para cuidarle a la bebita! Y comienza así un segundo ritual, pero de agobios. Meticuloso trabajo el de Eun Hee Ihm, extendido en metraje. Quizá demasiado metraje para este contundente grito en favor de las abuelas y de lo mucho que, "con las mejores intenciones", cae sobre ellas.

 

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