Cada
palabra de Fito Páez, en la proyección de su documental El amor
después del amor, 20 años o luego en el concierto, era
simbólica, como si perteneciera a esa larga declaración que ha
venido haciendo en obras y en constantes idas y vueltas a La Habana.
En la noche del miércoles, en el teatro Karl Marx de la capital,
el cantautor argentino, convirtió su presentación, estremecedora y
memorable, en una serenata a "esta ciudad amada", en la que una vez
más reveló las motivaciones para estar a sus pies, las huellas que
le ha dejado tanto en sus creaciones como en su propia historia.
El músico apareció sin avisos. Dio la sorpresa como aquel
muchacho que regresa a casa después de un viaje. Su voz acaparó la
atención del público. Los aplausos, la emoción, la afable acogida.
Desde una esquina del escenario, envuelto en los aires de la 34
edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano,
invitó a mirar a las pantallas y luego "si nos quedan ganas, hacemos
juntos un par de canciones". El piano, al centro, indicaba que con
seguridad la noche tendría segunda parte.
Por fin, el anunciado estreno mundial del documental El amor
después del amor, 20 años, tras dos décadas de que el
álbum se convirtiera en uno de los más escuchados e imprescindibles
a la hora de listar los mejores del rock latinoamericano. Durante la
proyección del DVD que mezcla revelaciones de Fito sobre las
historias y los significados de las canciones del disco con una de
sus presentaciones en Buenos Aires, surgió un coro en vivo, sobre
todo, con temas que han suplido la timidez o los silencios de muchos
en momentos sublimes de sus vidas, como Te vi, Un vestido
y un amor, Dos días en la vida, La balada de Donna
Helena, Tumbas de la gloria, Creo y el propio
El amor después del amor. El rosarino cierra el viaje diciendo:
"El amor se trata de comprender al otro, no de juzgarlo". Tal vez
quiso desnudar su filosofía, tal vez, regalarle otra arma al
público, tal vez ofrecerle una nueva confesión a La Habana.
Las luces sobre el piano. A punto de comenzar otra aventura.
11 y 6, Ambar violeta y luego Giros, en la que se
atreve a hacer giros con los cuales retumba el teatro.
Comparte canción con el italiano Zucchero, otro grande del rock.
Un dúo con el pianista Robertico Carcassés, para llegar al delirio
aún en El breve espacio en que no estás, de Pablo Milanés.
En un concierto especial, exactamente único, como este no podía
olvidarse de su generación de músicos y amigos que como él salieron
de casa a tocar rock and roll. Calamaro, el flaco Spinetta, Charly
García. A este último lo homenajea en escena, con Desarma y
sangra, "una de esas cumbres de la música universal", dice. Y
seguro, muchos en el público, rastrearon otras cimas de la canción
comprometida o se hallaron en el tiempo de las más difíciles y a la
vez humanas utopías.
Con Santiago Feliú, en medio del singular "desvarío" de esta
descarga tira un Cable a tierra. Luego homenajea sin
pronunciarse a Carlos Varela, a Silvio Rodríguez. Lo hace con
movimientos en el piano, con fragmentos reconocibles para después
adentrarse con intensidad en Habana, la canción en la que más
directamente reverencia a la ciudad y a los intensos días que ha
vivido aquí.
Pero el momento cimero vino después, sin micrófono, sin piano,
sin acompañamiento. "Vamos a hacer algo inolvidable". Empieza a
cantar, silencio rotundo, Yo vengo a ofrecer mi corazón.
Quizás para algunos haya sido solo la creatividad desbordada de Fito
Páez o su necesidad de darle un regalo especial a La Habana. Para
otros, pudo ser más.
"Y hablo de países, y de esperanzas, y hablo por la vida, hablo
por La Habana". Las palabras ya no retumban el teatro sino adentro
de quienes escuchan. "Quién dijo que todo está perdido...cuando no
exista nadie cerca o lejos", enfatiza. Enseguida el rosarino deja de
cantar: "Yo vengo a ofrecer mi corazón", reafirma en la despedida,
como si no quisiera dejar duda de su amor por esta ciudad en la que
vuelve a hacer historia.