Añoranzas y realidades de López Sacha

MADELEINE SAUTIÉ RODRÍGUEZ

Quizás muchos de los lectores que ha ganado merecidamente el escritor manzanillero Francisco López Sacha no sepan de esa vieja pasión suya por el rock, que lo mantuvo, después de haber escuchado por primera vez a los Beatles, añorando durante toda su adolescencia un micrófono para poder cantarlo, ni de ese repentino deseo que siendo niño lo embargó una mañana para escribirle un poema al mes de enero; tampoco podrían imaginar sus seguidores que este carismático narrador asegure, a pesar de ser el cuento el género desde donde más se le conoce, que es justamente la novela el que más ha trabajado.

Foto: Alberto BorregoFrancisco López Sacha.

Los detalles de estas y de otras tantas revelaciones de corte personal e intelectual, que de tan dinámicamente contadas hicieron al auditorio dudar que ya había pasado casi una hora de charla, fueron ofrecidos en el espacio Libro a la Carta, en la capitalina librería Fayad Jamís, al que fue invitado este autor, que además de haber sido favorablemente reconocido por su literatura de ficción (Dorado mundo, Premio Razón de Ser de la Fundación Alejo Carpentier; Descubrimiento del Azul, Premio Abril, Escuchando a Little Richard, Premio Juan Rulfo, entre otros), tiene a su haber también enjundiosos estudios que lo han llevado con éxito al ensayo literario (La nueva cuentística cubana y Pastel flameante), a la crítica de cine, y más recientemente, a la de tipo musical.

De hermosas intimidades como el nacimiento de El cumpleaños del fuego, a partir de la lectura del primer poemario de su amigo Amado del Pino, lo cual lo hizo escribir sin parar nueve cuartillas que después se convertirían en novela; de cuánto les debe a otros escritores con quienes intercambiaba lo que hacían, y de cuán provechosa resultaba la "crítica demoledora" que se tributaban en aras de conseguir un resultado mejor, conversó López Sacha, quien también abordó su arduo trabajo —seis volúmenes— como antólogo de cuentos cubanos, lo cual le permite una opinión autorizada sobre el género.

"A partir del ochenta el cuento tuvo un momento muy importante y se abre con El niño aquel, de Senel Paz, como lo vuelve a tener en el noventa con El lobo, el bosque y el hombre nuevo. Empieza entonces una revolución en el género, que le cambió la estructura al punto que asimiló elementos teatrales, ensayísticos, performáticos, plásticos e incluso matemáticos y, creo, la ha cambiado radicalmente. Sigo pensando que el cuento ahora tiene una gran avanzada, pero no la misma velocidad de transformación que tuvo entonces. Estamos en un ‘remanso del péndulo’ que ha heredado esos cambios, pero tampoco hay la misma calidad".

Nuevos rumbos emprende ahora este autor y aunque sigue trillando los asuntos relacionados con la narrativa cubana que ya le es tan familiar, se ha acercado también con gran acierto a la teoría literaria y a la música. "Acabo de terminar un libro que se llama Cinco aproximaciones a la música de la narrativa cubana (Ediciones Unión), donde trato de explicarme fenómenos de la estructura composicional de novelas y cuentos en términos de música en general, de otras perspectivas que he descubierto en Carpentier, en Martí y en otros escritores nuestros".

Varias novelas —entre ellas El más suave de todos los veranos y Aire de luz—, "que se escriben divorciándose de la realidad" aguardan ya por que el autor les pueda "pasar lija y pintar". Han tenido que esperar a pesar de ser su género favorito porque las circunstancias no le han permitido emprender ese largo paseo que, considera, significa aventurarse en esta creación.

"Ahora, después de acumular 40 años de oído y de lectura, estoy haciendo, como quería a los 18, textos sobre música, fundamentalmente de rock. Saldrán por ahora alquilados en el blog de mi amigo Senel Paz", nos dice, y le regala al auditorio un suculento comentario desde el que es posible escuchar, con solo cerrar los ojos, los punzantes sonidos producidos por los dedos del legendario tecladista afronorteamericano Billy Preston.

 

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