Barack
Obama es el único aspirante que puede hacer realidad los sueños de
mi padre, declaró la hija de John F. Kennedy durante las elecciones
primarias del 2008.
El senador Ted Kennedy refrendó esa inesperada declaración y así
se le dio un vuelco a la contienda que hasta entonces favorecía a
Hillary Clinton. Obama resultó ser el insólito primer afroamericano
en ocupar la presidencia del país más racista del planeta. De ese
modo adquirió una especie de compromiso que este 22 de noviembre
reverdece al marcar el inicio del cincuentenario del magnicidio que
estremeció al mundo. Significativamente la conmemoración coincide
con la elección de Barack Obama para un nuevo periodo en la Casa
Blanca.
La misma tarde del asesinato la CIA hizo publicar que Lee H.
Oswald, el supuesto tirador único, estaba ligado a Cuba. Uno de los
más reveladores desmentidos ha sido obra del investigador Peter
Kornbluch, quien destapó la visita que los hijos del también
asesinado Robert Kennedy hicieron a Fidel.
"En febrero de 1996 Robert Kennedy Jr. y su hermano Michael
viajaron a La Habana para encontrarse con Fidel Castro. Como gesto
de buena voluntad, ellos llevaron un expediente con documentos de la
administración Kennedy, que habían sido de alto secreto, sobre la
velada exploración realizada para un arreglo con Cuba. (...) Castro
les agradeció por el expediente y les expresó ‘su impresión de que
la intención (del presidente Kennedy), después de la crisis de los
misiles, era cambiar el curso de las relaciones entre Estados Unidos
y Cuba’, dijo Castro..., Kennedy estaba obligado por la retórica tan
negativa hacia Cuba que prevalecía en la opinión pública".1
Kornbluch califica de ironía histórica el hecho de que la
oportunidad de comunicación con la Revolución Cubana aflorase de los
dos más hostiles episodios en las relaciones mutuas: la invasión de
Bahía de Cochinos y la Crisis de los Misiles. Porque las
negociaciones para el retorno de los 1 200 prisioneros mediante una
indemnización, proveyó contactos y confidencias con el abogado James
Donovan, secretamente representando a los hermanos Kennedy.
Donovan reportó que el médico y ayudante de Fidel, doctor René
Vallejo, cuando iba a abordar el vuelo de regreso, le planteó el
asunto de las relaciones. El Departamento de Estado respondió el 7
de noviembre de 1963 "que el restablecimiento de las relaciones es
incompatible con el mantenimiento de las relaciones cubanas con el
bloque sino-soviético. (deben) cesar la subversión en el hemisferio,
pero deben renunciar al marxismo leninismo". Kennedy rechazó esa
respuesta e instruyó a Bundy, en un secreto mensaje, que "no quería
presentar a Castro una condición que obviamente no podría cumplir.
Debemos buscar ideas más flexibles".2
En realidad los Kennedy consideraban tan importante y propicio
ese momento, como no lo había sido la gestión con Donovan a fines de
1961 y como tampoco lo fue cuando Che Guevara, por encargo de Fidel,
hizo significativos planteamientos al enviado de Kennedy en la
reunión del Consejo Interamericano Económico y Social (CIES), en
Punta del Este, Richard Goodwin, al sostener ambos una entrevista
secreta en agosto de 1961.3
De hecho quien tomó la iniciativa en 1963 fue Lisa Howard,
conductora del programa de ABC televisión The News Hour with Lisa
Howard, quien consiguió una entrevista exclusiva con Fidel en mayo
de 1963, pocos días después del primer viaje de Fidel a la URSS,
donde el líder cubano reiteró a Nikita Jruschov, desde que llegó a
Moscú, su profundo disgusto por la forma inconsulta en que este
manejó la retirada de los misiles con carga nuclear que había
instalado en Cuba.
Según Howard, el dirigente cubano, inconforme con el modo en que
se dio por terminada la crisis le dijo en privado que estaba
dispuesto a discutir sobre el personal y los equipos militares
soviéticos que existían en Cuba y de las compensaciones por las
tierras y otras inversiones de empresarios norteamericanos que
fueron expropiadas. El primer contacto fue el 23 de septiembre de
1963, durante un party en la casa de la Howard en Park Avenue. En un
rincón de la sala conversaron Lechuga y Attwood, quien dijo que
pediría autorización al presidente Kennedy para ir a La Habana a
conversar con Fidel Castro. Attwood se trasladó a Washington e
informó a Robert Kennedy, quien lo animó a continuar el proceso,
pero dijo que no sería bueno en ese momento ir a La Habana, pues
suscitaría movimientos en el Congreso que lo entorpecerían. El 5 de
noviembre Bundy dijo a Attwood que el Presidente estaba al tanto.
Pero al igual que Robert, no le parecía oportuno en ese momento,
aunque Fidel había propuesto enviarle un avión a México que
condujera a Atwood a un aeropuerto en Varadero, donde se
entrevistarían en secreto. Se propuso que Vallejo viajase a Nueva
York, mas Fidel tampoco lo consideró prudente.
Tras otros discretos intercambios de los negociadores, hubo un
contacto telefónico de Attwood con René Vallejo, médico y ayudante
personal de Fidel, algo después de medianoche del 18 de noviembre,
desde la casa de Howard para mantener el mutuo acuerdo de
discreción. Acordaron que Fidel enviase una agenda de temas a tratar
después con él, en La Habana. Ese mismo 19 de noviembre, tres días
antes del magnicidio, se informó a Atwood que sería él quien se
reuniría con Fidel en Cuba.
Durante esos tres días Kennedy envió, él mismo, dos mensajes a
Fidel. El Presidente había recibido a fines de octubre al director
del semanario Le Nouvel Observateur, Jean Daniel, quien le había
hecho llegar que viajaría a Cuba para entrevistar al Primer Ministro
de Cuba. Al saberlo, Kennedy recibió el 24 de octubre al conocido
periodista francés y le dijo que había aprobado la proclama hecha
por Fidel Castro en la Sierra Maestra cuando el guerrillero clamó
justificadamente por justicia y especialmente anhelaba desbaratar la
corrupción en Cuba; "simpatizaba con Fidel, pues su anti
americanismo provenía del conocimiento de un número de pecados, que
encarnaba Batista, cometidos por Estados Unidos con Cuba antes de la
Revolución. Añadió que el embargo podía ser levantado si concluía su
apoyo a los movimientos izquierdistas en el hemisferio".4
Kennedy pidió a Daniel que volviese a Estados Unidos para volver a
verlo cuando terminase en Cuba.
El otro mensaje fue que Fidel escuchase atentamente el discurso
que pronunciaría en Florida antes de viajar a Dallas. Allí declaró
que el único obstáculo que dividía a Estados Unidos de Cuba era que
esta "fuese arma de un esfuerzo dictado por poderes externos para
subvertir a las otras repúblicas americanas".5
Jean Daniel conversó seis horas con Fidel el 19 de noviembre, en
el hotel Habana Riviera donde estaba hospedado, el mismo día en que
se acordó el viaje de Attwood a La Habana. Volvieron a verse el día
22, pero mientras conversaban Fidel atendió una llamada telefónica.
Dirigiéndose a Daniel le dijo: "Es sobre Kennedy... en Dallas...
Algo malo ha sucedido... Muy malo... ¡pero muy malo...! su misión de
paz ha terminado. Todo ha cambiado... Han asesinado a Kennedy, es
terrible... Kennedy podría haber sido el más grande presidente de
Estados Unidos, el único líder, al fin, que había logrado entender
que puede haber coexistencia pacifica entre capitalistas y
socialistas, incluso en las Américas".6
En 1978, el Comité Especial de la Cámara de Representantes que
investigó el asesinato recomendó continuar la indagación, pues
sospechaban que fue ejecutado por grupos de la CIA y las mafias
ítaloamericana y sus aliados de origen cubano, especialmente los 40
cubanos integrantes de la brigada 2506 que fueron asumidos por la
rama de planes subversivos de la agencia.
El cambio sobre Cuba proyectado fue un importante motivo del
magnicidio, pero no el único, pues los desafíos de los Kennedy
fueron muchos. Desde 1961 el Presidente se negó a usar armas
nucleares como aconsejaban los militares en la Crisis de Berlín y en
el sudeste asiático. Durante 1962 en la Crisis de los Misiles rehusó
bombardear e invadir Cuba y antes resistió presiones insoportables
para hacer intervenir directamente a las fuerzas armadas regulares
en Girón. En junio de 1963 pronunció un discurso en la Universidad
Americana, donde llamó a abolir las armas nucleares, terminar con la
Guerra Fría y la Pax Americana y a lograr un desarme general y
completo, planteamientos insólitos en aquel ambiente belicista. Unos
meses después firmó con el premier soviético Nikita Jruschov un
tratado para limitar parcialmente las pruebas nucleares. Aunque
limitado, suficiente para que al mes siguiente, agosto de 1963 —a
menos de un año de la crisis de octubre de 1962—, Goldwater lo
acusase de abrir un agujero fatal en las defensas de la nación,
frente a un ataque con misiles del enemigo... Ya antes, el polémico
senador aseguraba que los Kennedy estaban estableciendo una sociedad
mutual soviético-americana.
Pero eso no fue todo. Chocó también, para cumplir su programa,
con los intereses de la industria petrolera, la farmacéutica y la
banca; con los racistas que medraban con la discriminación y los que
lo eran por imitación. En octubre, el mes antes del magnicidio,
dispuso el retiro de 1 000 soldados de Vietnam y anunció el retiro
total de las tropas a fines de 1965. Eso fue demasiado. Para esas
fuerzas ocultas, el Presidente había pasado a ser, de combatiente
por la guerra fría, que creyeron era, a peligroso pacifista. Los
claros pronunciamientos antibelicistas, su decisión de comprometerse
en privado a sostener canales de comunicación con los enemigos de la
Guerra Fría, marcaron a Kennedy como un enemigo de la Seguridad
Nacional del Estado. El Presidente comprendió bien que su
resistencia a los vientos de la guerra lo colocaban en una peligrosa
colisión con la CIA y el complejo militar industrial.
Tenía la experiencia de cuando el mayor general Edwin A. Walker
pretendía impedir la medida que inició la batalla contra la
segregación en las universidades y prácticamente se le insubordinó,
apoyando a los racistas civiles. Kennedy tuvo que hacer uso de toda
su autoridad para conjurar el movimiento.
Peter Wyden, autor del libro titulado La Bahía de Cochinos,
admitió que la CIA no pudo ser controlada y Kennedy pagó caro su
error, porque si hubiese controlado a la CIA como pensó, no habrían
podido asesinarlo. Obama tiene ahora la oportunidad de alcanzar
algunos de los sueños de los Kennedy. En particular uno de los
últimos, que está en el verdadero interés no solo de Cuba, sino
también en el de Estados Unidos.