Uno de los miembros del comando de las fuerzas especiales de la
Armada de EE.UU. (conocidas como SEAL), que en mayo del pasado año
participó en la operación de asalto aéreo que puso fin a la vida de
Bin Laden, acaba de publicar bajo seudónimo sus recuerdos de lo que
él juzga como "una de las más importantes misiones en la historia
militar de EE.UU.".
Con un título que pudiera traducirse al castellano como No fue
un día fácil: relato de primera mano de la misión que mató a Osama
bin Laden (No Easy Day: The Firsthand Account of the Mission
That Killed Osama bin Laden), este libro parece formar parte de
una reciente tendencia que en varios países del mundo occidental,
incluida España, impulsa a algunos veteranos de los servicios de
inteligencia y de las fuerzas especiales a escribir sus memorias o
narraciones recopilatorias de las operaciones en las que han
participado.
Sorprende al público que asuntos que por su propia naturaleza son
reservados o secretos, y que están sometidos a la legislación
correspondiente, vean la luz pública, a menudo en la pluma de los
mismos que intervinieron en ellos. En ocasiones, ese tipo de
publicaciones revela cierto afán de revancha de quien se sintió
maltratado o poco valorado por el Estado para el que trabajó, u
obedecen a un ajuste de cuentas por quienes han vivido al borde de
la legalidad al servicio del Gobierno y no se han sentido
respaldados por este en situaciones críticas.
El caso aquí comentado, por el contrario, parece responder a una
cierta necesidad de publicidad para las fuerzas especiales
estadounidenses y sus servicios de inteligencia, a fin de promover
entre los lectores un mayor interés por sus actividades y facilitar
el reclutamiento de nuevos miembros tanto en la CIA como en las SEAL,
en la línea de lo escrito antes por novelistas populares en este
género, como Graham Greene, Le Carré o Mailer. En tales
circunstancias, los originales suelen ser presentados a las
autoridades responsables para evitar la publicación de datos
críticos para el servicio correspondiente.
Mark Owen (seudónimo de Matt Bissonnette, un veterano de las SEAL)
asegura que no ha solicitado ningún permiso oficial, sino que él
mismo ha censurado la información secreta que pudiera resultar
comprometedora. Aunque desde el Pentágono se asegura que ha
infringido la legalidad, la imagen positiva que ofrece tanto de la
CIA como de las SEAL parece protegerle contra cualquier posible
persecución.
Dejando aparte lo anterior, los de-talles que Owen describe en su
relato de la operación no dejan en buen lugar a los políticos de
Washington ni a los militares del Pentágono, pues desmontan algunas
declaraciones oficiales que se hicieron justo después de la
operación. Ni Bin Laden se resistió a los asaltantes empuñando un
arma, ni se produjo un tiroteo, ni el famoso terrorista utilizó a
las mujeres que le rodeaban como escudo para protegerse, detalles
que entonces se publicaron para desprestigiar al odiado terrorista
saudí.
La descripción de lo que ocurrió en el edificio paquistaní de
Abbottabad donde se refugiaba Bin Laden revela varios detalles
significativos: se respetó cuidadosamente a las mujeres y a los
niños que allí habitaban, pero el comando invasor tenía un objetivo
claro: dar muerte a Bin Laden y evitar por todos los modos que
pudiera rendirse o entregarse. Para justificar que una vez derribado
el terrorista se siguiera disparando a bocajarro sobre un cuerpo
ensangrentado que se retorcía en el suelo, el autor explica que es
norma básica tirar contra un hombre abatido, porque este siempre
puede disparar un arma oculta o hacer explotar un chaleco. No parece
muy convincente.
En realidad, la decisión de matar y no apresar, se tomó al más
alto nivel: en la Casa Blanca. Owen narra la opinión de una
autoridad judicial sobre esta cuestión: "Si Bin Laden aparece
desnudo, con las manos en alto, no le podrían disparar. Pero yo no
les voy a decir cómo tienen que actuar". Obama dio la orden de
ejecutar la operación y se establecieron unas normas de actuación
que ha-cían prácticamente imposible que Bin Laden fuera capturado.
Poco quedaba de aquellas iniciales ideas de Obama sobre el
imperio de la ley y la justicia democrática para combatir el
terrorismo sin recurrir a los asesinatos premeditados. Del candidato
a la presidencia que aseguraba que podía cambiar todo lo que
reprochaba a su predecesor, al pragmático presidente que hoy se
enfrenta a una realidad que entonces no había sabido calibrar, se ha
producido un salto cualitativo en sentido muy negativo.
Todavía es posible mantener la esperanza de que la presidencia de
EE.UU. recupere los ideales que públicamente dijo sostener hace
cuatro años. Obama dispondrá ahora de otros cuatro años para
demostrar, si es capaz, que la lucha contra el terrorismo será más
eficaz a largo plazo si se respetan la legislación internacional y
la de EE.UU., si se apresa y se juzga públicamente a los terroristas
y se les condena a las penas que les correspondan. Lo contrario, lo
que se viene haciendo hasta ahora (incluyendo los asesinatos
mediante drones), solo contribuye a reforzar el reclutamiento de
nuevos terroristas y a exacerbar sus odios.