Desde Haití

Corail, un pueblo con aires de refugio

Amelia Duarte de la Rosa Enviada especial

Fotos de la autoraA 45 kilómetros de Jérémie —capital de la Grand’ Anse— se encuentra Corail, una comuna enclavada entre las montañas del suroeste de Haití y el mar Caribe. Es un pueblo costero pobre, de lo más sencillo y elemental. Su riqueza y diversidad no se expresan bajo una forma material, residen, más bien, en los valores humanos que sus habitantes han incorporado a su idiosincrasia.

Con la resignación de vivir tranquilos en un lugar que parece ser tierra de nadie, acontece la vida de los pobladores de Corail. La pesca y un pequeño puerto, casi endeble, dan algo de subsistencia al lugar, que a pesar de su aislamiento geográfico exhibe las calles limpias y pavimentadas. Sin embargo, no hay mucho más en el pueblo que un cementerio en la cima de una loma, un Cristo crucificado y la estación de policías, también en lo alto.

Aun así, el poblado tiene dos centros de movimiento continuo de personas: la plaza con la iglesia y el Hospital de Referencia Comunitario (HCR), uno de los tres que existen en todo el departamento. Digamos que es un hospital grande para un pueblo intrincado que solo tiene dos vías de acceso por tierra, peligrosas y casi inaccesibles. Muy pocos vehículos logran pasar el camino y el principal medio de transporte para entrar o salir es la motocicleta.

El hospital conforma la lista de los 23 centros de salud que existen en el país con médicos cubanos. Se construyó después del terremoto con el programa de reforzamiento y brinda asistencia a los habitantes de las comunas aledañas, quienes en su mayoría llegan en parihuelas, al estilo más primigenio de transportación.

Actualmente con el financiamiento de UNASUR, el HCR se amplía con siete nuevas salas y se remodela su interior con el objetivo de mejorar la calidad de vida de los pobladores de la zona y las condiciones de trabajo de los 11 colaboradores cubanos que allí residen.

Servicios de consulta externa, rehabilitación, hospitalización, obstetricia, laboratorio, rayos X y ultrasonidos brinda el centro, cuya modernización debe concluir en febrero del 2013. Pudiera hasta parecer un lujo pero no lo es. Cuando se trata del bienestar de los seres humanos cualquier esfuerzo es poco y más en esta zona casi olvidada por la geografía y la civilización. Las principales enfermedades son las parasitarias, la fiebre tifoidea, el paludismo y la malaria, pero el flujo de pacientes con padecimientos disímiles es también constante en el lugar.

En el pueblo, cuando se acaba el día, todo se sume en la penumbra, los pobladores se encierran en sus casas y algún que otro joven se congrega durante varios minutos bajo el único foco de luz de la calle. La noche se llena de muy diversos sonidos propiciados por la brizna del mar. En sus primeras horas el silencio nocturno se vuelve aparente, pero a las pocas horas todo se lo traga de nuevo la oscuridad y parece que es tierra virgen, territorio de una calma tan infinita que desespera.

En Corail viví tres días que me parecieron un año, pero al igual que sus pobladores dormí tranquila sabiendo que, aun sin tener algo que conecte con el mundo moderno, es uno de esos lugares buenos para refugiarse.

 

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