A
45 kilómetros de Jérémie —capital de la Grand’ Anse— se encuentra
Corail, una comuna enclavada entre las montañas del suroeste de
Haití y el mar Caribe. Es un pueblo costero pobre, de lo más
sencillo y elemental. Su riqueza y diversidad no se expresan bajo
una forma material, residen, más bien, en los valores humanos que
sus habitantes han incorporado a su idiosincrasia.
Con la resignación de vivir tranquilos en un lugar que parece ser
tierra de nadie, acontece la vida de los pobladores de Corail. La
pesca y un pequeño puerto, casi endeble, dan algo de subsistencia al
lugar, que a pesar de su aislamiento geográfico exhibe las calles
limpias y pavimentadas. Sin embargo, no hay mucho más en el pueblo
que un cementerio en la cima de una loma, un Cristo crucificado y la
estación de policías, también en lo alto.
Aun
así, el poblado tiene dos centros de movimiento continuo de
personas: la plaza con la iglesia y el Hospital de Referencia
Comunitario (HCR), uno de los tres que existen en todo el
departamento. Digamos que es un hospital grande para un pueblo
intrincado que solo tiene dos vías de acceso por tierra, peligrosas
y casi inaccesibles. Muy pocos vehículos logran pasar el camino y el
principal medio de transporte para entrar o salir es la motocicleta.
El hospital conforma la lista de los 23 centros de salud que
existen en el país con médicos cubanos. Se construyó después del
terremoto con el programa de reforzamiento y brinda asistencia a los
habitantes de las comunas aledañas, quienes en su mayoría llegan en
parihuelas, al estilo más primigenio de transportación.
Actualmente con el financiamiento de UNASUR, el HCR se amplía con
siete nuevas salas y se remodela su interior con el objetivo de
mejorar la calidad de vida de los pobladores de la zona y las
condiciones de trabajo de los 11 colaboradores cubanos que allí
residen.
Servicios de consulta externa, rehabilitación, hospitalización,
obstetricia, laboratorio, rayos X y ultrasonidos brinda el centro,
cuya modernización debe concluir en febrero del 2013. Pudiera hasta
parecer un lujo pero no lo es. Cuando se trata del bienestar de los
seres humanos cualquier esfuerzo es poco y más en esta zona casi
olvidada por la geografía y la civilización. Las principales
enfermedades son las parasitarias, la fiebre tifoidea, el paludismo
y la malaria, pero el flujo de pacientes con padecimientos disímiles
es también constante en el lugar.
En el pueblo, cuando se acaba el día, todo se sume en la
penumbra, los pobladores se encierran en sus casas y algún que otro
joven se congrega durante varios minutos bajo el único foco de luz
de la calle. La noche se llena de muy diversos sonidos propiciados
por la brizna del mar. En sus primeras horas el silencio nocturno se
vuelve aparente, pero a las pocas horas todo se lo traga de nuevo la
oscuridad y parece que es tierra virgen, territorio de una calma tan
infinita que desespera.
En Corail viví tres días que me parecieron un año, pero al igual
que sus pobladores dormí tranquila sabiendo que, aun sin tener algo
que conecte con el mundo moderno, es uno de esos lugares buenos para
refugiarse.