MADRID.— Esperaba mucho de la presencia de la puesta en escena de
Pancho García en el importante Festival Una Mirada al Mundo. El
resultado de la primera función del jueves 8 de noviembre superó con
creces mis expectativas. A casi una década de su estreno en la sala
Hubert de Blanck de nuestra Habana, la obra de la dramaturga
española Paloma Pedrero se disfruta mejor en la atmósfera de
intimidad y cercanía que propicia la sala Francisco Nieva, del
Teatro Valle Inclán, sede del Centro Dramático Nacional.
La relación de García con la imprescindible dramaturga madrileña
data de muchos años y constituye uno de esos raros casos de plena
identificación entre unos textos de formidable nivel literario y su
plasmación escénica. En el espectáculo que nos ocupa facilita la
labor del director que En el túnel, un pájaro habla con profundidad
de temas eternos como la realización artística y humana, la familia,
la soledad; ahonda en asunto polémico como el derecho a una muerte
digna, pero toda su riqueza verbal y conceptual está sostenida por
una estructura de notable eficacia teatral.
El sintético y expresivo ámbito escénico está a cargo del maestro
Eduardo Arrocha. Esta puesta en escena junta a dos Premios
Nacionales de Teatro y lo hace para recordarnos que Arrocha y Pancho
se encuentran en un momento de plenitud. Mucho colabora también el
intencionado y preciso diseño de luces de Manolo Garriga.
Uno de los mejores regalos de la vida teatral es que una obra, en
lugar de envejecer, se vigorice y acerque con los años; que una
puesta en escena se perfile y ahonde. Ahora En el túnel... mantiene
el costado argumental de la relación entre una vida plena y una
muerte sin humillación adicional, pero el creciente ritmo que
alcanza la puesta y su desenfado hacen ganar peso a otras certezas,
como la posibilidad de compañía cuando la soledad es más poderosa.
Pancho García y Míriam Learra asumen los mismos roles que en los
días del estreno habanero. El virtuosismo de García no ha hecho si
no acrecentarse y hacerse —de tan eficaz— sereno, íntimo. Pancho
logra con el protagonista la proeza de convertir en algo
conversacional y entrañable hasta las ideas más complejas de ese
escritor que se despide del mundo, renunciando a todo menos a la
lucidez, la pasión creadora, y la mezcla de amargura y entusiasmo
con que asume los sentimientos de los demás. Míriam defiende el
regreso desde el pasado —y desde una vida también dolorosa— de una
hermana que asume el reencuentro poniendo gracia y entereza donde
pudo estar el común melodrama.
Para los intérpretes de los personajes jóvenes, este sólido
montaje significa un estreno. Y mucho aportan. Rachel Pastor logra
una límpida cadena de acciones, un decir a la vez sereno y vigoroso
que hacen de su enfermera un factor decisivo para lograr un
dinamismo que se agradece en un texto de alta carga conceptual como
este. Alexander Díaz —con una trayectoria formidable en los últimos
montajes de Argos Teatro— se enfrenta al reto de un personaje del
que tenemos menos información que del resto. Alexander llena de
matices y energía a su periodista.
El Teatro Cubano ha estado bien representado en un festival de
alto nivel y formidable respuesta de público. Se juntan en esta
propuesta varias circunstancias: un gran texto, una puesta en escena
lúcida, una interpretación comprometida y sensible; la coincidencia
sobre las tablas de figuras consolidadas y jóvenes teatristas. Con
todos esos ingredientes resultan naturales y orgánicos los aplausos
de este lluvioso noviembre madrileño.