"No sabía dónde pisaba —cuenta Yanelis— hasta que un hombre casi 
			al final del trayecto me dio una rama como bastón y me guió hasta la 
			primera vivienda. Los puse sobreaviso casa por casa y enseguida 
			organizaron la salida, primero de niños y mujeres, hacia mi 
			consultorio en Aguacate, donde nos recogería el transporte. 
			"Traté de seguir hasta Saladillo, pero no me dejaron, y aunque 
			insistí y logré salir, enseguida comprobé que solo a nado era 
			posible. Entonces retorné con la misma dificultad a Aguacate, hasta 
			que me dieron alcance en caballos para llevarme hasta Grito de Yara, 
			pero de ningún modo acepté. No dejaría a mis pacientes, y menos 
			sabiendo cuántos niños asmáticos tenía, embarazadas, enfermos que 
			podrían necesitarme".
			Los vecinos tenían una sólida razón. Yanelis es una asmática 
			crónica que desde el lunes anterior había tenido los síntomas de una 
			crisis, y en efecto, la "tirada" hasta La Macota le cobró enseguida, 
			y muy caro, el atrevimiento.
			Casi al anochecer llegaron las carretas, y mientras personalmente 
			ordenaba quiénes se irían primero, ya sentía la opresión de la 
			asfixia en el pecho. A duras penas la convencieron de irse en ese 
			viaje con otras 146 personas, "un viaje terrible, el peor momento de 
			mi vida", confiesa.
			Las pocas fuerzas que le quedaban las compartía entre sujetarse 
			de los tremendos bandazos por el camino intransitable, y repasar el 
			estado de cada pasajero, los niños sobre todo, asegurándoles las 
			capas improvisadas, calmándoles el llanto...
			"Pero llegó el momento en que no pude más, apreté el brazo de mi 
			enfermera y sentí que respiré el último poquito de aire que 
			permitieron mis pulmones. Solo recuerdo el grito desesperado de las 
			personas, el tractor detenido de repente, y el auxilio urgente del 
			técnico rehabilitador que iba en la evacuación. Sandro me salvó la 
			vida", dice.
			"Estaba muy cianótica, casi asfixiada totalmente —relata Sandro 
			Morales, el técnico en rehabilitación. Todo era proclive a una 
			complicación: el agua, el viento, el agrupamiento. Lo único posible 
			era estimularla con digitopuntura en algunos sitios clave. Así lo 
			hice y pudo volver a respirar débilmente, hasta llegar a Grito de 
			Yara".
			La doctora Irais Coober Cadrelo fue la primera en recibirla: 
			"Llegó en muy mal estado, con una cianosis severa por el déficit de 
			oxígeno, y aún así entró al centro de evacuación con un pequeño en 
			brazos. Hubo que atenderla de urgencia. Cuando fuimos a ponerle el 
			suero debimos mostrarle que había suficientes para que lo aceptara, 
			porque a pesar de su extrema debilidad insistía en que faltaban por 
			llegar varios niños asmáticos, que ella aguantaba".
			Alguien con un celular marcó a la casa de la madre, en Bayamo, 
			quien con la presión disparada por la preocupación —aunque no sabía 
			los detalles—, se tranquilizó mucho cuando su hija le afirmó: "Estoy 
			bien, mami", y luego otra persona le explicó que cortó por ir a 
			atender a unos pacientes, sin sospechar que el aliento no le alcanzó 
			para decir más.
			Narran testigos que cuando fue trasladada al consultorio médico 
			reforzado —más grande y equipado—, un grupo numeroso de sus 
			pacientes la acompañaron y esperaron por horas la recuperación. 
			Mejoró muy lentamente, pero al saber de la cantidad de vecinos a 
			la expectativa, sin importarles la lluvia y el viento, decidió 
			obstinadamente volver al centro de evacuación para que sus 
			acompañantes se pusieran a resguardo. "No soportaba verlos allá 
			afuera".
			Dos días después del paso del huracán, de la noche épica pero 
			terrible, a Yanelis hubo que trasladarla al hospital provincial 
			Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, y todavía hoy está 
			convaleciente.
			La joven doctora solo volvió este jueves a Grito de Yara, "para 
			justificar los días de mi ausencia", y de paso ofrecer esta 
			entrevista. Granma debió esperar un mar de abrazos y saludos 
			de compañeros suyos, de incontables vecinos y pacientes, hasta de 
			gente que antes no la conocía. Belkis Fonseca, su auxiliar en el 
			consultorio, habla de la preocupación constante en Aguacate y de 
			cuánta gente lloró; Pedro Árias, residente en Las Ovas, dice que "es 
			inigualable, extremadamente humana y preocupada", y Ana Castillo 
			lamenta como muchos el cambio de consultorio en bien de su salud, 
			"pero aunque esté un poco más lejos ahora, para nosotros seguirá 
			siendo la Doctora de Aguacate".
			Solo allí, entre tantos gestos de respeto, conocimos que el asma 
			la castigó al menos tres veces desde que se instaló en el 
			intrincadísimo lugar, permanentemente húmedo, y aunque en la primera 
			crisis le propusieron un traslado a Grito de Yara, "nunca acepté 
			porque la enfermedad no me haría más chiquita de lo que soy en 
			estatura".
			Yanelis tiene 32 años y la Medicina no fue su primera carrera. 
			Iniciada como estudiante de Ingeniería Química, un tumor en el oído 
			le interrumpió los estudios y la hizo padecer un par de años. Al 
			parecer, tanto tiempo a merced de los médicos le alimentó la 
			vocación, y acogida al Curso de Superación Integral para Jóvenes, 
			aprobó el test de aptitud para hacerse doctora¼ y entonces 
			recomenzó.
			Yanelis se graduó en julio pasado, pero empezó a ejercer hace 
			apenas un mes. En tan brevísimo tiempo volvio a graduarse con un 
			título mayor, ejemplar, paradigmático. Ella no quiere que se lo 
			repitan, "es que no hice nada extraordinario, era mi deber, los 
			médicos tenemos un juramento¼ ", pero su gente allí la ve como una 
			heroína. 
			Por mucho tiempo no podrá evitarlo; es un riesgo que corre la 
			persona cuando en ella es verdad el amor, la humildad, la actitud 
			cabal.