Dos estrenos, uno en Cuba y otro mundial, dejaron agradable
huella en el 23 festival Internacional de Ballet la noche del
jueves. Se trata de Memoria, que trajo de nuevo a nuestras
tablas al estelar bailarín Carlos Acosta en un solo firmado por
Miguel Altunaga y música de Marcof. En pocos minutos dejó en claro
su clase y ese carisma que lo acompaña siempre, amén de su extrema
capacidad para enfrentar cualquier estilo con un talento y elegancia
sin par, con lo que acaparó una de las más fuertes ovaciones de la
noche en el singular trabajo que añade un juego de luces
interesante.
La otra pieza, de Alicia Alonso, y sin muchas pretensiones
coreográficas: Nosotros, insufló de una magia especial ese
instante de amor juvenil cuando dos jóvenes bailarines (Anette
Delgado y Dani Hernández) se encuentran en el salón de ensayos y se
inicia una relación íntima que va más allá de las tablas¼ La
diminuta obra acercó una atmósfera lírica dibujada a la perfección a
partir de la música de Chopin (versión para violín y piano de Nathan
Milstein, del Nocturno en do sostenido menor), que fue
interpretado en vivo por el maestro Leonardo Milanés y Mónica
Betancourt.
Viengsay Valdés (con excelente paso en el Festival) y el juvenil
Víctor Estévez motivaron al auditorio en Chaikovski pas de deux,
en primer lugar por la fuerza del baile, y esa capacidad para
demostrar en las tablas el ánimo balanchiniano con mucho
virtuosismo. Mientras que el pas de deux Oneguin, coreografía
de John Cranko por el binomio Sadaise Arencibia y Javier Torres,
constituyó un instante de alto dramatismo escénico.
La noche abrió con Muerte de Narciso, coreografía de
Alicia Alonso, y música de Julián Orbón. Inspirado en el poema
homónimo que de forma contraria a lo que sucede al bello adolescente
en el mito clásico, no se lanza al agua sino que se fuga de la
realidad, Alicia recrea la leyenda. Fue muy bien interpretada y
bailada por el italiano Lucca Giacco.