 César 
			Portillo de la Luz completará este 31 de octubre nueve décadas de 
			vida al pie del cañón desde donde dispara la espléndida cohetería de 
			sus canciones formidables y los recios argumentos con que afianza su 
			sentido de pertenencia a esta tierra y a la Revolución.
César 
			Portillo de la Luz completará este 31 de octubre nueve décadas de 
			vida al pie del cañón desde donde dispara la espléndida cohetería de 
			sus canciones formidables y los recios argumentos con que afianza su 
			sentido de pertenencia a esta tierra y a la Revolución. 
			
			 No 
			hay cubano que no haya hecho suyas, en un momento de amor o desamor, 
			algunas de sus canciones, ni bolerista que se respete (y otros que 
			no lo son pero que conocen el extraordinario valor de aquellas) que 
			dejen de incluirlas en su repertorio.
No 
			hay cubano que no haya hecho suyas, en un momento de amor o desamor, 
			algunas de sus canciones, ni bolerista que se respete (y otros que 
			no lo son pero que conocen el extraordinario valor de aquellas) que 
			dejen de incluirlas en su repertorio. 
			Saberse cantado por mujeres y hombres, por muchachos y muchachas, 
			que van de Contigo en la distancia a Tú, mi delirio 
			apropiándose de los versos y las melodías, es lo mejor que puede 
			pasarle a un compositor: que su obra forme parte inseparable del 
			imaginario popular de una época.
			Y es así porque, de un modo u otro, la obra de César los 
			representa y da la medida de una identidad, de una cultura 
			emocionalmente asimilada a través de la canción. 
			Cuando César comenzó a componer, existía ya una vasta tradición 
			trovadoresca en la Isla. Pero eran otras las coordenadas y nuevas 
			las exigencias que se planteaban los muchachos que en La Habana, al 
			filo de los años cuarenta, sentían las primeras urgencias 
			expresivas. 
			Se dice que fue algo espontáneo aquella revolución que aconteció 
			en la cancionística cubana y que se ha consagrado como el movimiento 
			del filin, vocablo prestado del inglés feeling (sentimiento) 
			y que los jóvenes aplicaban cuando una pieza les tocaba la 
			sensibilidad: "Esto tiene tremendo filin", decían.
			Pero las causas estaban a la vista, o mejor dicho, en los oídos 
			de los que rompieron el hielo. La radio y el jazz, Gardel y Arcaño, 
			la irrupción de los conjuntos tipo sonora y las bandas sonoras de 
			las películas norteamericanas se dieron la mano con el agotamiento 
			de patrones métricos y armónicos y las metáforas rebuscadas, y 
			César, como José Antonio Méndez y otros más entonces, y luego Marta 
			Valdés, con lo que tenían más a su alcance, la guitarra, comenzaron 
			a reinventar el acompañamiento, a especular con las inflexiones 
			melódicas y a emplear en las canciones el lenguaje de todos los 
			días, anticipándose, en este último campo, a lo que sería después la 
			poesía coloquial.
			En el caso de César lo que comenzó quizá como algo natural derivó 
			hacia un arte cultivado y esencial. Cada una de las canciones que 
			nos ha entregado se perfila como una miniatura perfecta. Y no se 
			trata solo de sus temas más versionados (y a veces traicionados), 
			como los ya aludidos Contigo en la distancia o Tú, mi 
			delirio, sino de esos otros también imprescindibles: Dime si 
			eres tú, Realidad y fantasía, Canción a la canción,
			Noche cubana, Canción de un festival hasta Son al 
			son, Canción de los Juanes y aquella que dedicó al 
			heroico Vietnam en medio de la agresión imperialista. 
			Marta Valdés, en una estampa que yo hubiera querido escribir, ha 
			recordado meses atrás al "Portillo de mediados de los 40 que sonaba, 
			incesante, en la voz y la guitarra de aquel muchacho flaquito de 
			bigote fino, hoy en un banco de la Avenida de las Misiones, mañana 
			desde la complicidad del sofá de rejilla en una sala, rodeado 
			siempre de atónitos curiosos que supieron escucharle sin chistar".
			Yo no voy a sacar de los entresijos de la memoria al trovador de 
			las noches del Pico Blanco y El Gato Tuerto o de las pláticas 
			ingeniosas con Nicolás Guillén o al que en un bar en Cancún dejó de 
			tocar la guitarra para dejar perplejos a unos magnates mexicanos con 
			una explicación acerca de por qué con la caída del socialismo en 
			Europa no terminaba la Historia. 
			Solamente diré que aquí está César, más allá del bien y el mal, 
			atento a todo lo que sucede a su país y en el mundo, polémico y con 
			arrestos juveniles, a punto de entregarnos una nueva canción.