La
crisis alimentaria azota el mundo. Se trata de una crisis
silenciosa, sin grandes titulares, que no interesa ni al Banco
Central Europeo, ni al Fondo Monetario Internacional, ni a la
Comisión Europea, pero que afecta a 870 millones de personas, que
pasan hambre, según indica el informe El estado de la inseguridad
alimentaria en el mundo 2012, presentado esta semana por la
Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la
Alimentación (FAO).
El hambre, creemos, cae muy lejos de nuestros confortables sofás.
Poco tiene que ver, pensamos, con la crisis económica que nos
afecta. Pero, la realidad, es bien distinta. Cada vez son más las
personas que pasan hambre en el Norte. Obviamente no se trata de la
hambruna que afecta a países de África u otros, pero consiste en la
imposibilidad de ingerir las calorías y proteínas mínimas
necesarias, y esto tiene consecuencias sobre nuestra salud y
nuestras vidas.
Desde hace años nos llegan las terribles cifras del hambre en
Estados Unidos: 49 millones de personas, un 16 % de las familias,
según datos del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos,
que incluyen a más de 16 millones de niñas y niños. Números a los
que el escritor y fotógrafo David Bacon pone rostro en su trabajo
Hungry By The Numbers (Famélicos según las
estadísticas). Las caras del hambre en el país más rico del
mundo.
En el Estado español, el hambre se ha convertido, también, en una
realidad tangible. Sin trabajo, sin sueldo, sin casa y sin comida.
Así se han encontrado muchísimas personas golpeadas por la crisis.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística, en el 2009, se
calculaba que más de un millón de individuos tenían dificultades
para consumir lo mínimo necesario. Hoy la situación, aún sin cifras,
es mucho peor. Las entidades sociales están desbordadas, y en los
últimos dos años se han duplicado las demandas de ayuda por falta de
alimentos, compra de medicinas, etc. Y según informa la organización
Save the Children, con cifras de un 25 % de pobreza infantil,
cada vez son más las niñas y niños que solo realizan una comida al
día, en el comedor escolar y gracias a becas, debido a las
dificultades económicas que enfrentan sus familias.
Así no es de extrañar que incluso el prestigioso periódico
estadounidense The New York Times publicara, en septiembre del 2012,
una galería fotográfica de Samuel Aranda, ganador del World Press
Photo 2011, que bajo el título In Spain, austerity and hunger
(En España, austeridad y hambre) retrataba las
consecuencias dramáticas de la crisis para miles de personas:
hambre, pobreza, deshaucios, paro... pero también lucha y
movilización. Y es que el Estado español cuenta con las tasas de
pobreza más elevadas de toda Europa, solo por detrás de Rumanía y
Letonia, según recoge un informe de la Fundación Foessa. Una
realidad que se impone hacia afuera a pesar de que algunos la
quieren silenciar.
La crisis económica, por otro lado, está íntimamente ligada a la
crisis alimentaria. Los mismos que nos condujeron a la crisis de las
hipotecas subprime, que dio lugar al estallido de la "gran
crisis" allá en septiembre del 2008, son lo que ahora especulan con
las materias primas alimenticias (arroz, maíz, trigo, soja... ),
generando un aumento muy importante de sus precios y convirtiéndolos
en inaccesibles para amplias capas de la población, especialmente en
los países del sur. Fondos de inversión, compañías de seguros,
bancos... compran y venden dichos productos en los mercados de
futuros con el único fin de especular con los mismos y hacer
negocio. Qué hay más seguro que la comida para invertir, si todos,
se supone, tenemos que comer cada día.
En Alemania, el Deutsche Bank anunciaba ganancias fáciles si se
invertía en productos agrícolas en auge. Negocios similares proponía
otro de los principales bancos europeos, el BNP Paribas. El Barclays
Bank ingresaba, en el 2010 y el 2011, casi 900 millones de dólares a
costa de especular con la comida, según datos del World
Development Movement. Y no tenemos por qué ir tan lejos.
Catalunya Caixa ofrecía a sus clientes jugosos beneficios económicos
a costa de invertir en materias primas bajo el eslogan: "depósito
100 % natural". Y el Banco Sabadell contaba con un fondo
especulativo que operaba con alimentos.
El hambre, a pesar de lo que nos digan, no tiene tanto que ver
con sequías, conflictos bélicos, etc., sino con quienes controlan y
dictan las políticas agrícolas y alimentarias y en manos de quienes
están los recursos naturales (agua, tierra, semillas... ). El
monopolio del actual sistema agroalimentario, por parte de un puñado
de multinacionales, con el apoyo de gobiernos e instituciones
internacionales, impone un modelo de producción, distribución y
consumo de alimentos al servicio de los intereses del capital. Se
trata de un sistema que genera hambre, pérdida de agrodiversidad,
empobrecimiento campesino, cambio climático... y donde se antepone
el lucro económico de unos pocos a las necesidades alimentarias de
una gran mayoría.
Los juegos del hambre era el título de una película de
ficción dirigida por Gary Ross, basada en el best seller de
Suzanne Collins, donde unos jóvenes, en representación de sus
comunidades, tenían que enfrentarse en una lucha a vida o muerte
para conseguir ganar y obtener, así, el triunfo: comida, bienes y
regalos para el resto de su vida. A veces la realidad no dista tanto
de la ficción. Hoy algunos "juegan" con el hambre para ganar dinero.