La última de ellas ha sido La inocencia de los musulmanes,
filme todavía envuelto en misterios y que ha ocasionado fuertes
revueltas en países islámicos. Misterios, porque aunque a todas
luces parece realizada en los Estados Unidos y su productor es una
tal Sam Bacile, agente inmobiliario estadounidense-israelí que vive
en ese país, no son pocos los que afirman que detrás de la referida
identidad pudiera respirar un ser inexistente.
No obstante, desde un supuesto escondite en California, Bacile —o
el que fuere— ha hablado con la agencia AP (otros se quejan de que
no pueden localizarlo) para dejar constancia de que "el Islam es un
cáncer" y de que con su película "estamos combatiendo con ideas".
También reveló que el filme costó cinco millones de dólares y que
cien médicos judíos abrieron generosamente sus bolsillos para
financiarlo, aspecto este último que miembros de la comunidad
israelí en Estados Unidos negaron. ¿El máximo admirador de la
película? El pastor de la Florida Terry Jones, quien ganó titulares
en el año 2010 por organizar una reunión con el propósito de darle
candela a cuanto ejemplar del Corán fuera cazado por los contornos.
Se sabe que La inocencia de los musulmanes, con dos horas
de duración, fue exhibida en un solo cine y con poquísimos
espectadores, y es de pensar que dueños de salas, y el mismo
público, se dieron cuenta de que tanta blasfemia podía derivar en un
cartucho de dinamita.
Y eso mismo ha sido el fragmento de catorce minutos con
traducción al árabe colgado en Internet, pura dinamita ideológica
que, en lo artístico, permite apreciar la poca pericia para combinar
una historia que trata de enlazar presente y pasado. En el presente,
escenas de cristianos egipcios avasallados por gendarmes islámicos,
en el pasado, un Mahoma de pensamiento ligero y represivo,
representado por un actor norteamericano que corrompe mujeres y no
se cansa de gozar de los placeres mundanos de la vida.
Producción tosca y trabajada en sus decorados mediante técnicas
de la infografía, el fragmento deja intuir que trabajos de
posproducción cambiaron diálogos en las voces de unos actores
desconocidos y con poca profesionalidad, ahora quizá asombrados
ellos, al verse diciendo lo que nunca dijeron.
Le queda historia todavía por transitar ––ojalá no más
sangrienta–– a este bodrio antislámico, todavía sumido en misterios
de identidad, aunque no de propósitos.
Es cierto que aunque parece haberse nutrido técnicamente de
Hollywood, no es en sustancia La inocencia de los musulmanes
un producto de esa cinematografía, pero la llamada Meca del cine,
con sus ansias de "espectáculo historicista", ha ofendido a las
cuatro manos a numerosos países y civilizaciones. El recuerdo más
reciente, la muy promovida 300, caricatura llena de odio,
racismo y homofobia. En ella, los espartanos representan a una elite
de culturistas blancos, hermosos, inteligentes, amantísimos esposos
y muchas virtudes más, mientras que las tropas persas con el rey
Jerjes a la cabeza —soberano que se personifica grotesco y con
sanguinaria facha feminoide—, la integran una horda de monstruos con
aires de africanos, asiáticos y árabes. Y como si fuera poco, se les
pertrecha de máscaras escalofriantes y de unas voces cavernosas que
los hacen parecer ogros salidos de las últimas conjuras del
infierno.
Sin embargo (y es un ejemplo entre otros muchos) cuando el
clásico de Berlanga, ¡Bienvenido Mr. Marshall! (1952) fue a
competir a Cannes, el Departamento de Estado ejerció presiones
diplomáticas sobre España (previo acuerdo con los organizadores del
Festival francés) para que varios planos, sin discusión, fueran
modificados.
¿Las razones?
El humor del maestro español ofendía a la bandera norteamericana.