Octubre de 1962: la mayor crisis de la era
nuclear (XXII) Moscú ofrece
fórmulas incoherentes para solucionar la Crisis, sin contar con Cuba
RUBÉN G. JIMÉNEZ GÓMEZ (*)
Tarde en la noche del 26 de octubre, el Comandante en Jefe Fidel
Castro visitó la Embajada soviética con el objetivo de enviar un
mensaje a Jruschov para darle ánimo, fortalecer sus posiciones
morales y exhortarlo a que se mantuviera firme, sin errores ni
vacilaciones irreparables en caso de que la guerra estallara. En la
misiva comunicó al Primer Ministro soviético que la agresión contra
Cuba era casi inminente dentro de las próximas 24-72 horas, y que la
variante más probable era el ataque aéreo, aunque no se debía
descartar la invasión. Fidel creyó conveniente comunicar su opinión
de que la invasión de la Isla significaría de hecho la guerra contra
la Unión Soviética, por lo que más tarde o más temprano sería
asestado un golpe nuclear contra el territorio de la URSS, pues los
norteamericanos no esperarían la reacción soviética y tomarían la
iniciativa. Por tanto debía evitar que se repitieran los errores de
la Segunda Guerra Mundial, no debía dejarse sorprender bajo ningún
concepto. El dirigente cubano opinaba que la Unión Soviética no
debía permitir jamás que los imperialistas pudieran descargar contra
ella el primer golpe nuclear.

La flota norteamerica desarrolla su
“cuarentena” en torno a Cuba.
En relación con esta carta surgieron después serias
incomprensiones, pues Jruschov entendió que le estaban proponiendo
que asestara un golpe nuclear preventivo contra los Estados Unidos,
es decir, antes de que comenzaran cualquier tipo de acciones
combativas. En realidad lo que le proponían era que no se dejara
sorprender después de que los norteamericanos comenzaran la agresión
contra Cuba y las tropas y armas soviéticas que se encontraban en el
país. Semejante confusión pudo surgir como consecuencia de alguna
inexactitud en la traducción o debido a la gran tensión nerviosa que
debió presionar entonces sobre los dirigentes soviéticos.
Sábado 27 de octubre
Durante los últimos días, en los Estados Unidos se había
desarrollado la movilización de una gran fuerza de ataque con todos
los ingredientes que se consideraban necesarios, y se habían tomado
toda una serie de medidas adicionales de preparación que permitieran
responder a cualquier giro que tomaran los acontecimientos. En
aquellos momentos ya estaban listos para comenzar ataques aéreos y
marítimos de gran envergadura si se tomaba la decisión
correspondiente.
Los preparativos realizados incluían entre otros aspectos los
siguientes: la agrupación naval concentrada en el Caribe contaba con
alrededor de 200 buques de guerra, lidereados por varios
portaaviones, decenas de destructores y embarcaciones de diferentes
tipos y destinaciones; además, este día zarpaba desde la costa del
Pacífico hacia el Mar Caribe una Brigada Expedicionaria de
Infantería de Marina; el Comando de Defensa Antiaérea Continental
tenía 183 interceptores en el sudeste de los Estados Unidos, entre
ellos había 22 en alerta de cinco minutos, 72 en alerta de 15
minutos y 48 en alerta de una a tres horas; cuatro interceptores
estaban constantemente en el aire, a los que se sumaban otros cinco
desde una hora antes del amanecer hasta una hora después del
crepúsculo; la Marina, el Cuerpo de Marines y el Comando Aéreo
Táctico de la Fuerza Aérea tenían 850 aviones en conjunto en la
Florida para efectuar ataques aéreos contra Cuba, y los incluidos en
el OPLAN-312 (golpe aéreo sorpresivo) se mantenían en alerta de una
hora, pudiendo pasar a niveles superiores de disposición si se daba
la orden; a lo largo de la costa este el Ejército había entregado
cuatro divisiones al Comando del Atlántico para la invasión, además
de la artillería de apoyo necesaria, mientras que desde Texas se
dirigían hacia el este una división blindada, una fuerza de tarea de
infantería y diversas unidades de artillería; el Comando Aéreo
Estratégico mantenía constantemente en el aire a 66 bombarderos
estratégicos pesados B-52 con 196 municiones nucleares a bordo, los
que cubrían blancos en la Unión Soviética por si estallaba la guerra
nuclear general en cualquier momento, además, se mantenían en tierra
en alerta de 15 minutos para el despegue 271 B-52 y 340 bombarderos
medianos B-47, con un total de 1 630 municiones nucleares a bordo de
los mismos; había cerca de 200 cohetes intercontinentales Atlas,
Titán y Minuteman en distintos grados de preparación para el
lanzamiento y cinco-seis submarinos con cohetes Polaris se mantenían
en sus posiciones de combate en el Mar de Noruega.
Por su parte, en Cuba, el primer grupo de combate del regimiento
de cohetes de alcance medio ubicado en Santa Cruz de los Pinos-San
Cristóbal alcanzaba la posición de listo para el combate y tenía
comprobados todos los cohetes y los equipos auxiliares de los
mismos, con lo que la división coheteril estratégica estaba lista
con sus 24 rampas de lanzamiento, y las cargas nucleares se
encontraban en posiciones cercanas a las regiones de emplazamiento.
Este mismo día, el general de ejército Pliev recibió otro
telegrama cifrado del ministro de Defensa de la URSS, en el que se
repetía la prohibición categórica de emplear el arma nuclear, por su
decisión, con cualquier tipo de cohete y con la aviación. ¡Así
habían cambiado las concepciones sobre el empleo de este armamento
durante el período transcurrido desde el inicio de la Operación
hasta el punto culminante de la Crisis! Además, desde el amanecer
las baterías antiaéreas cubanas comenzaron a disparar contra todos
los aviones que trataron de realizar vuelos rasantes sobre el
territorio de Cuba, mas los pilotos de aquellos aviones veloces y
maniobrables, al percatarse de que los recibían con fuego aumentaban
velocidad y altura y se retiraban hacia el mar, de forma que ninguno
fue derribado por las ráfagas de los cubanos.
A las 9 de la mañana, hora de Washington, se conoció un nuevo
mensaje de Jruschov para el presidente Kennedy. Esta vez se había
dado a conocer públicamente a través de radio Moscú. El nuevo
mensaje se diferenciaba mucho del anterior, no era largo, vago ni
emotivo, al contrario, resultaba más firme y formal. Su tono era
duro. Demandaba que se retiraran los cohetes estadounidenses Júpiter
de Turquía a cambio de la retirada de los cohetes de Cuba, además,
los norteamericanos se comprometerían a no invadir a Cuba y no
permitir que otros lo hicieran, mientras que los soviéticos
contraerían compromisos similares con respecto a Turquía.
A las 10 de la mañana comenzó la reunión del Comité Ejecutivo del
Consejo Nacional de Seguridad; al iniciarla, el Presidente dio
lectura al mensaje de Jruschov que había sido transmitido por radio
Moscú poco antes y comentó que era una posición muy dura en
comparación con la idea expuesta en el mensaje recibido la noche
anterior: Pensaba también que aquella posición soviética tendría
amplio apoyo en la opinión pública internacional, por lo que debían
considerar hacer pública la carta precedente del Primer Ministro
soviético.
El problema radicaba en que aquella proposición no era absurda,
ni entrañaba un perjuicio para los Estados Unidos o sus aliados de
la OTAN. Durante los últimos tiempos, el Presidente había planteado
varias veces al Departamento de Estado que se llegase a un acuerdo
con Turquía para retirar los Júpiter de allí, pues eran francamente
anticuados y los submarinos con cohetes Polaris en el Mediterráneo
serían mucho mejores militarmente. Los turcos siempre habían
planteado objeciones y dificultades ante la retirada de los Júpiter
y el asunto se había dejado correr en más de una ocasión. El
Presidente estaba irritado ahora, pues se resistía a ordenar la
retirada de aquellos cohetes bajo las amenazas de la Unión Soviética
y a propuesta de ellos. Por otra parte, no quería ser empujado a una
guerra catastrófica por unos proyectiles anticuados y de poca
utilidad. Hizo la observación al Departamento de Estado y a todos
los demás, de que el trato parecería bueno a cualquier persona
razonable, que la posición de los Estados Unidos ante los ojos del
mundo se había hecho sumamente vulnerable, y que había sido por
culpa de ellos, de nadie más.
La cuestión se debatió ampliamente, pues la reacción de los
integrantes del Comité fue contradictoria. Algunos propusieron que
debían dirigirse al Gobierno turco para que este solicitara a los
Estados Unidos la retirada de los cohetes, mientras que otros
consideraban que no debían estar de acuerdo con lo planteado por los
rusos, pues los problemas de la seguridad del Hemisferio Occidental
y de Europa eran cuestiones independientes, además de que la
decisión de emplazar los cohetes en Turquía no era norteamericana
sino de la OTAN, por lo que la decisión contraria también debía ser
de esa Organización y eso llevaría tiempo; argumentaban que primero
había que regular la Crisis presente para después ocuparse de otros
problemas.
También se planteó que el segundo mensaje no parecía hecho por la
misma persona que el primero, e incluso se consideraba la
posibilidad de que Jruschov hubiera sido dominado por los
partidarios de la línea dura, si no derrocado. Entre las
especulaciones más o menos fundamentadas que se hacían estaba
presente la incertidumbre de si el líder soviético habría perdido o
no el control de la situación, o era que estaba indeciso o tratando
de presionar al presidente Kennedy. Se suponía que una forma de
interpretar aquellos mensajes controvertidos era que los mismos
constituían una muestra de la lucha por el poder que se desarrollaba
tras bambalinas en Moscú, y surgían diversas preguntas: ¿quién
mandaba en realidad en el Kremlin en aquellos momentos?, ¿habría
sido sustituido Jruschov de la noche a la mañana por algún grupo de
intransigentes? Si eso había sucedido, el resultado sería una
tendencia indetenible hacia el enfrentamiento violento, por lo que
la guerra fría parecía estar a punto de culminar en una terrible
explosión, lo que estaba agravado por el hecho de que la explosión
de marras podría ser termonuclear. En realidad, la explicación era
mucho más sencilla: al conocerse en Moscú el contenido de la
conversación de Robert Kennedy y Dobrinin, relacionada con los
cohetes norteamericanos instalados en Turquía, se había redactado un
segundo mensaje al presidente Kennedy, el que fue transmitido por
Radio Moscú para ganar tiempo, pues se conocía que aumentaba el
peligro de confrontación entre ambas potencias.(1)
Durante la discusión se supo que el Gobierno turco acababa de
hacer una declaración de prensa diciendo que la propuesta rusa sobre
los Júpiter era inconcebible, con lo que se iba a pique la esperanza
de convencerlos para que ellos mismos solicitaran a los
norteamericanos la retirada de las desgraciadas antiguallas de la
discordia. Entonces el Presidente planteó que si los cohetes en Cuba
elevaban apreciablemente la capacidad de golpe nuclear de los
soviéticos, negociarlos por los de Turquía era muy ventajoso, pero
en esos momentos corrían el riesgo de ir a una guerra de
incalculables consecuencias en Cuba, y posiblemente en Berlín, por
culpa de unos proyectiles anticuados y de poco valor militar. Sería
difícil recibir apoyo para dar un golpe aéreo contra Cuba pudiendo
hacer un buen negocio si aceptaban el cambio propuesto. Estarían en
una posición muy mala si aparecían atacando a Cuba para mantener
cohetes inútiles en Turquía. Planteó de todos modos que los
norteamericanos no podían proponer la retirada de los Júpiter en
aquellos momentos, pero los turcos sí podrían solicitarlo, por lo
que se les debía informar claramente acerca del tremendo peligro en
que vivirían durante la próxima semana, ante la elevada probabilidad
de que si ellos atacaban a Cuba los soviéticos respondieran atacando
a Turquía.
Años más tarde, se supo que el Presidente Kennedy había estado a
punto de aceptar el trueque de los cohetes de Turquía por los de
Cuba, en medio de la Crisis. Esto se conoció por revelaciones que
hizo McGeorge Bundy en 1987, durante la Conferencia que celebraron
los norteamericanos en Hawk’s Key para analizar los sucesos de 1962.
Bundy dijo que "el 27 de octubre el Presidente ordenó a Dean Rusk
que hablara con Andrew Cordier, entonces presidente de la
Universidad de Columbia y durante muchos años alto funcionario de la
ONU, para que entregara a U Thant el texto de una declaración y
propusiera, como si fuera de su propia iniciativa, el canje de los
proyectiles. La declaración se pondría en manos del Secretario
General de la ONU cuando Kennedy lo decidiera, y nunca lo hizo".
(2)
Por su parte, la reacción del comandante Fidel Castro fue muy
crítica, cuando conoció por Radio Moscú la proposición del trueque
de cohetes hecha por Jruschov, y así se lo hizo saber al Embajador
soviético, Alexander Alexeiev.
Moscú estaba ofreciendo fórmulas para solucionar la Crisis, pero
fórmulas incoherentes, mientras que el tercer país comprometido
ignoraba lo que sucedía. Siguiendo un razonamiento lógico, era muy
difícil suponer que la URSS rindiera sus posiciones por promesas de
escaso valor y, sobre todo, sin consultar con Cuba. Las posiciones
de Jruschov durante los primeros días de la Crisis fueron firmes y
consecuentes; esa actitud no se conjugaba con la inesperada
proposición relacionada con los cohetes de Cuba y Turquía.
Analizando objetivamente las cartas intercambiadas entre Moscú y
Washington hay que llegar a la conclusión de que la URSS actuó con
vacilaciones y que los Estados Unidos mantuvieron en todo momento
una posición de fuerza y de amenazas contra Cuba y contra la URSS.
(3)
Al final de la reunión, Robert Kennedy expresó su preocupación
sobre la posición en que quedarían los norteamericanos si después de
estar hablando con los rusos durante muchos días, los cubanos se
negaban a permitir la inspección de la ONU para garantizar que los
cohetes existentes en Cuba fueran realmente inoperantes. La
respuesta fue que entonces podrían decidir atacar las bases de los
proyectiles para garantizarlo.
En definitiva, la Casa Blanca hizo una declaración que fue el
reflejo de las opiniones vertidas por los círculos de orientación
más agresiva en la administración norteamericana; en esa declaración
los últimos mensajes de Moscú fueron calificados como inconsecuentes
y contradictorios uno con otro, además, se ratificaba una vez más la
exigencia de la suspensión inmediata de los trabajos que se
realizaban en los emplazamientos en Cuba, la inutilización de las
armas y su retirada del territorio.
Los participantes en aquella reunión del Comité Ejecutivo del
Consejo de Seguridad Nacional no lo sabían aún, pero durante el
desarrollo de la misma se había producido un hecho trágico y de
impredecibles consecuencias en el espacio aéreo de la Isla...
CUANDO EL CABELLO DEL QUE PENDÍA LA PAZ MUNDIAL PERDIÓ LA
MITAD DE SU ESPESOR
Tengo en las manos un libro y desde una de sus páginas me observa
un hombre joven, de pelo corto, rostro regular de facciones
agradables, en el que se aprecian unos ojos que parecen claros,
aunque la foto es en blanco y negro. El autor del libro era Robert
Kennedy y su título Trece días. El nombre del hombre de la
fotografía: Rudolf Anderson, Jr., su profesión: piloto militar, su
destino: derribado en cumplimiento de misión sobre Cuba el 27 de
octubre de 1962.
Al igual que el "Marucia" fue el único barco abordado e
inspeccionado durante una "cuarentena" que había comenzado con la
pretensión de no dejar pasar hacia Cuba ningún barco sin que fuera
registrado, el mayor Rudolf Anderson fue el único caído durante un
conflicto que pudo arrastrar a la fosa a decenas o centenares de
millones de seres humanos, e incluso a toda la Humanidad, en el
criterio de muchos especialistas.
El mayor Anderson era piloto de aviones U-2, destinados para la
exploración fotográfica a gran altura, y había realizado más de diez
misiones sobre Cuba durante las últimas dos semanas.
Aquella fatídica mañana un avión U-2 ingresó al espacio aéreo de
la Isla pasadas las 8 de la mañana y comenzó a realizar un vuelo de
reconocimiento a lo largo de la misma, pasando sobre los objetivos
importantes conocidos, fundamentalmente los emplazamientos de los
cohetes soviéticos de alcance medio, y fue derribado con cohetes
antiaéreos cuando estaba a punto de concluir la tarea encomendada.
¿Por qué y por decisión de quién fue derribado el U-2? Sobre esto se
han propagado distintas versiones a lo largo de los años, comenzando
de que había sido derribado por las baterías antiaéreas cubanas, y
pasaban por la afirmación de que el propio comandante Fidel Castro
oprimió personalmente el botón que disparó el cohete y terminando en
que unos generales soviéticos dieron la orden de derribarlo.
Para el autor es imprescindible aportar una nueva versión de los
hechos, que nunca ha sido publicada.
En primer lugar: ¿por qué fue derribado? No había necesidad
militar de hacerlo, como no fuera la de disminuir la probabilidad de
que nos sorprendieran en algún momento con el inicio de un golpe
aéreo sorpresivo, aprovechando la rutina de los vuelos a baja
altura; desde este punto de vista era un disparate y una locura
permitir que continuaran los vuelos rasantes; por otra parte, la
Isla había sido tan fotografiada desde el aire durante las últimas
dos semanas que poco importaban algunas fotos más o menos, máxime
que durante las últimas horas no se habían producido maniobras de
importancia para cambiar de lugar las unidades principales ni nada
por el estilo. Los vuelos continuaban diariamente para mantener el
control de la marcha de los trabajos en los emplazamientos de los
cohetes y del ensamblaje de los IL-28, además de verificar que el
resto de las unidades continuaban en sus posiciones y tratar de
detectar algo nuevo para actualizar los planes elaborados para el
golpe aéreo sorpresivo. Seguramente ya los analistas de fotografía
aérea de la CIA tenían hasta el control de los lugares en que vivían
las mujeres más bonitas de la Isla.
Pero los sobrevuelos constantes tenían otros objetivos, según los
generales del Pentágono: mantener la presión militar sobre
soviéticos y cubanos, humillar a estos últimos y desmoralizarlos a
todos. En realidad fallaban en lo de los efectos desmoralizantes,
pues en realidad tenían un efecto indignante, por no decir otra cosa
mucho más gráfica, sobre los defensores de Cuba, cubanos y
soviéticos. Todos estaban llenos de irritación y de coraje por la
demostración de prepotencia de los yanquis con sus vuelos a baja
altura, la que muchas veces era tan baja que al ladearse un poco los
aviones nos permitían apreciar perfectamente los cascos de vuelo
anaranjados de los pilotos estadounidenses, y hasta se percibían sus
rostros en ocasiones; picaban sobre las unidades como si fueran a
bombardearlas y hasta pedían instrucciones para hacerlo en texto
claro por sus medios de comunicaciones. Todo el mundo estaba loco
por derribarlos de alguna forma, pero había orden de no disparar; no
obstante, si hubiera sido posible hacerlo con piedras no hubiera
sido Anderson la única víctima.
Pero por sobre todas las cosas estaba la cuestión de principios,
pues todos aquellos vuelos eran violaciones flagrantes de nuestro
espacio aéreo, por lo que teníamos todo el derecho del mundo para
derribarlos. Cuando supimos en las trincheras la orden de
advertencia del Comandante en Jefe de que a partir del día siguiente
no admitiríamos los vuelos y les dispararíamos, todos estaban
expectantes; muchos decían que al día siguiente no volarían de mansa
paloma, pues a la todopoderosa CIA llegaría seguramente la
información de la orden impartida, mas no fue así, parece que no
eran tan ácidos como los pintaban.
El sábado por la mañana los aviones que hacían los vuelos
rasantes se aparecieron "paseando" igual que siempre, y aunque les
tiraron en muchos lugares, pudieron escabullirse sin complicaciones.
Con los cañones antiaéreos y las ametralladoras que tenían las
unidades cubanas había que tirar camiones y camiones cargados de
proyectiles para derribar uno de aquellos veloces aparatos, y,
además, no continuaron volando durante el resto del día. Sin
embargo, el avión U-2, que ni se veía debido a la altura a que
volaba, ni tan siquiera se oía el ruido de su motor, fue el que pagó
los platos rotos. Cuando en las trincheras nos enteramos de lo
sucedido, aquello fue una explosión de júbilo.
¿Quién dio la orden de derribarlo? Los proyectiles de nuestras
ametralladoras más potentes no alcanzaban ni la altura de tres
kilómetros, mientras que los cañones antiaéreos de 100 mm, los que
enviaban la bola más alto, no pasaban de los diez, pero el U-2
volaba en alturas de alrededor de veinte kilómetros, y los cohetes
antiaéreos, únicos que podían alcanzarlos, solo estaban en manos de
los soviéticos. Así que lo que se plantea en algunas obras y relatos
sobre los sucesos de octubre de 1962, de que durante años los
norteamericanos pensaron que ese avión había sido derribado por los
cubanos, no se lo creen ni los autores de los mismos. Para los
estadounidenses siempre estuvo perfectamente claro que lo habían
hecho los soviéticos. En la conocida entrevista con María Shriver,
en 1992, que hemos citado varias veces, el comandante Fidel Castro
expresó al respecto lo siguiente:
"Lo más probable es que en la atmósfera que se crea, cuando
nuestras baterías antiaéreas disparan contra todos los aviones en
vuelo rasante, la orden de disparar contra el U-2 se originó en la
orden dada a nuestras fuerzas antiaéreas. Si se me pregunta quién
tiene la responsabilidad no vacilo en decir que fue nuestra. No se
podía permitir que continuaran los vuelos rasantes, era un disparate
y una locura, porque nadie sabía en qué momento podía empezar el
fuego y las desventajas militares en ese caso eran tremendas.
"Pienso que nunca se debió dejar volar los aviones U-2, siempre
se debió haber disparado contra ellos, y estuve de acuerdo en que se
disparara contra el U-2. Podía lamentar la muerte de un piloto, pero
la acción me pareció correcta." (Continuará)
(*) Teniente coronel ® y fundador de las Tropas Coheteriles.
(1) Diez Acosta, Tomás: Peligros y principios... Ob. Cit., p.
168.
(2) Lechuga, Carlos: En el ojo de la tormenta... Ob. Cit., pp.
94-95.
(3) Ídem, 136-137.
Entregas
anteriores:
·
Octubre de 1962: la mayor crisis de la era nuclear (XXI):El hacha de
piedra estaba al doblar de la esquina
·
Octubre de 1962: la mayor crisis de la era nuclear (XX): La
respuesta de la Revolución
Octubre
de 1962: la mayor crisis de la era nuclear (XIX): Crecen las
tensiones; se desata la guerra mediática
·
Octubre de 1962: la mayor crisis de la
era nuclear (XVIII): ¿Había llegado la hora para una invasión
a Cuba?
·
Octubre de 1962: la mayor crisis de la
era nuclear (XVII): La Crisis en pleno apogeo
·
Octubre de 1962: la mayor crisis de la
era nuclear (XVI): Bloqueo, pero después el
golpe aéreo
·
Octubre de 1962: la mayor crisis de la
era nuclear (XV): Atacar o no atacar, he ahí
la cuestión
·
Octubre de 1962: la mayor crisis de la era nuclear (XIV): La
histeria se desencadena
·
Octubre de 1962: la mayor crisis de la era nuclear (XIII): La clave
que nunca se usó: “Al Director: la cosecha de caña de azúcar marcha
con éxito”
·
Octubre de 1962: la mayor crisis de la era nuclear (XII): Nunca
rendiremos cuentas de nuestra soberanía
·
Octubre de 1962: la mayor crisis de la era nuclear (XI): Si Jruschov
hubiera escuchado los planteamientos que le hicimos no ocurre la
crisis
·
Octubre de 1962: la mayor crisis de la era nuclear (X): Si Jruschov
hubiera escuchado los planteamientos que le hicimos no ocurre la
crisis
·
Octubre de 1962: la mayor crisis de la era nuclear (IX): Si Jruschov
hubiera escuchado los planteamientos que le hicimos no ocurre la
crisis
·
Octubre de 1962: la mayor crisis de la era nuclear (VIII): Si
estamos haciendo una cosa absolutamente legal, absolutamente justa,
¿por qué ocultarlo?
·
Octubre de 1962: la mayor crisis de la era nuclear (VII): Ocupando
posiciones
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Octubre de 1962: la mayor crisis de la era nuclear (VI): La
travesía, ¿en qué condiciones?
·
Octubre de 1962: la mayor crisis de la era nuclear (V): Una reunión
histórica y una decisión de última hora
·
Octubre de 1962: la mayor crisis de la era nuclear (IV): ¡Manos a la
obra!
·
Octubre de 1962: la mayor crisis de la era nuclear (III): Algunos
errores de apreciación
·
Octubre de 1962: la mayor crisis de la era nuclear (II): Nacimiento
y aprobación de la Operación “Anadir”
·
Octubre de 1962: la mayor crisis de la era nuclear (I): Surge una
idea audaz e inesperada |