Los nuestros habían arrasado en toda la línea en una lid matizada
por la prolífera ofensiva y las lógicas carencias con el guante,
propias de la edad. Entre ese panorama, anclaron terceros en bateo
(408 de average y slugging de 592), segundos en pitcheo (2,67
limpias por cada nueve entradas y 70 ponches en 54 capítulos) y
cuartos en defensa con 11 errores.
Invictos en ocho salidas, dominantes sobre cuanto contrincante
aparecía en el camino, sin duda presentaban credenciales suficientes
para afrontar como favoritos la definición del título frente a
Venezuela, pero en dicha instancia sufrieron una inexplicable
metamorfosis que dio al traste con la consecución del máximo
galardón al perder 2-10.
En el partido más importante de la contienda, el definitorio,
mostraron pésima defensa (cinco fallas), pobre bateo de solo seis
jits y dos carreras, sumado a la baja efectividad de los
serpentineros, detalles que lastraron al plantel, el cual arrancó en
desventaja y jamás logró sobreponerse ante un rival muy ajustado,
capaz de promediar 424, con 39 extrabases —de ellos cuatro jonrones—
durante las ocho presentaciones anteriores.
Un día antes ya hubiera sido prudente prender las alarmas por el
pobre rendimiento contra México en el epílogo de la segunda ronda,
duelo que ganaron in extremis con tres anotaciones en el
final del noveno para dejar al campo a los locales, a pesar de
cometer cuatro marfiladas.
¿Qué pudo con ellos? ¿Cansancio, presión de favoritos?
Ciertamente una incógnita, pues luego de tan inmaculada trayectoria
nadie se imaginó el revés final, mucho menos por tan notable
diferencia frente a una escuadra a la que ya habían mayoreado 11-5
solo dos días atrás.
De cualquier manera, válido destacar el potencial de la naciente
generación, con la cual es preciso seguir trabajando en los torneos
domésticos, en pos de pulir las deficiencias que, de no ser
solucionadas en esta edad, afloran después en las categorías
superiores, cuando poco o nada se puede hacer.