La “montaña rusa” recupera su origen de camino de
hierro JUAN ANTONIO BORREGO
Cuando por fin amainó el temporal que asoló a toda la provincia
espirituana a finales de mayo pasado, los operarios que tuvieron a
su cargo la inspección del subramal entre Trinidad y el poblado de
Méyer retrataron el estado ruinoso del vial con una frase que al
parecer va a perdurar en el imaginario de los pobladores de la zona:
"Esto quedó como una montaña rusa".
La
colocación de material de relleno después de las intensas lluvias ha
mejorado, considerablemente, la vía entre Manaca y Méyer.
La línea férrea había sido averiada al menos en 12 puntos de su
trazado, incluidos desniveles artificiales, socavaciones del
terraplén en tramos donde solo sobrevivió el esqueleto de la vía y
destrucción total de una alcantarilla en la zona de Maguas, donde un
arroyuelo al parecer indefenso arrastró el relleno y levantó en peso
las estructuras de concreto que quedaron desperdigadas aguas abajo.
El panorama se tornaba entonces doblemente complejo, toda vez que
a la magnitud de los daños de ahora se añadía un factor adicional:
el aislamiento del ramal trinitario que, como consecuencia de una
crecida similar, en junio de 1988, perdió el puente sobre el río
Agabama, lo que imposibilitaba transportar por este medio el
equipamiento y los materiales para enfrentar la contingencia.
Fue entonces que los especialistas y las autoridades propusieron
como alternativa salvadora el traslado por carretera de los equipos
y áridos hasta la zona de Manaca Iznaga en un operativo que luego
continuaría por ferrocarril hasta los lugares dañados.
Imagen
del ramal a finales de mayo pasado en la zona de Manaca Iznaga.
Con esta fórmula han sido colocados en la vía unos 1 500 metros
cúbicos de material —piedras chinas pelonas traídas desde la arenera
Algaba y rocas desde la cantera de Lorente— más una cantidad no
despreciable recuperada in situ, lo cual debe contribuir a
abaratar la reparación, que según el ingeniero Manuel Miyares, jefe
de Producción en la Distancia de Vías Placetas, ha sido calculada en
unos 568 mil pesos.
Gracias a los trabajos de rehabilitación ejecutados, en cuestión
de días se reabrió el tramo Manaca-Méyer y recientemente, tras la
reposición de la obra de fábrica en Maguas, a cargo de la Empresa
Constructora de Obras de Ingeniería (ECOI-25), de Villa Clara, se
dio paso hasta Trinidad y Casilda.
"Aquí estuvimos trabajando contra la naturaleza", dice Orestes
Zulueta, el jefe de la cuadrilla de movimiento de tierra, que desde
el 9 de junio se mudó para la zona, donde, según dice, la
persistencia de la lluvia "muchas veces nos rompía por la tarde lo
que habíamos hecho por la mañana".
POR LOS MEANDROS DEL AGABAMA
Además de retorcido y angosto, el ramal que enlaza la zona de
Trinidad, al sur de Sancti Spíritus, con el Ferrocarril Central, en
Placetas, provincia de Villa Clara, nació predestinado a padecer
largos periodos de incertidumbre.
Así lo prueba su historia desde los tiempos en que la burocracia
colonial engavetó los sueños de Federico Freeman y James Tate,
quienes en época tan lejana como 1833 solicitaron privilegios para
construir un ferrocarril entre la villa trinitaria y el cercano
puerto de Casilda, hasta nuestros días, cuando crecidas e
inundaciones exageradas han amenazado más de una vez con borrarlo
del mapa.
Construido el primer tramo entre Casilda y Trinidad —6 de junio
de 1856—, no fue hasta 1919 que se completó el ambicioso proyecto a
través del lomerío.
Sobre lomo de mulos llegaron al Escambray los topógrafos
encargados de "adivinar" la ruta más segura y menos costosa para
atravesar el macizo montañoso, empeño que, por lo abrupto del
relieve y sobre todo por la proliferación de ríos, cañadones y
desniveles interpuestos en su curso, parecía poco menos que un
imposible en aquellos tiempos.
Único ferrocarril intramontano de servicios públicos en el país,
la ruta de 90,2 kilómetros de longitud es apreciada por
especialistas en la materia como una reliquia de la ingeniería para
su época, que acortó distancias, "descubrió" comunidades olvidadas,
favoreció el comercio y legó, además, la posibilidad de disfrutar un
derrotero excepcional por sus valores paisajísticos y naturales.
En un recorrido que el historiador Esteban de Varona describía
hacia 1946 como un "jugar del río con las paralelas de hierro", la
línea férrea, que nace en el puerto de Casilda, roza el sur de
Trinidad, atraviesa el Valle de los Ingenios y trepa,
vertiginosamente, por las faldas del Escambray, itinerario que
obligó a los constructores a un constante zigzagueo entre las lomas
y a valerse de un sistema de puentes (Táyaba, Ay, Las Mariquitas y
Agabama, entre otros), muchos de los cuales se conservan hoy en día.
El Agabama, considerado el más largo de su tipo en Cuba —250
metros de longitud entre sus cabezas y 52 metros de alto sobre la
vaguada, según la Guía de Arquitectura de la Ciudad de Trinidad y el
Valle de los Ingenios—, fue derribado por la soberbia crecida del
río en la tarde-noche del 2 de junio de 1988.
LOS SERVICIOS CONTINÚAN
Detrás de una montaña de papeles, en su despacho del Centro
Territorial de Infraestructura Ferroviaria, en Santa Clara, el
ingeniero Ernesto Simonó, especialista principal, no oculta su
admiración por la obra que se perdió: "No exagero si digo que sobre
el puente Agabama cabía perfectamente el tren de petróleo que
llevaba el crudo a la refinería de Cabaiguán, con su locomotora, 20
tanques y el cabús", dice.
"Después de fracturado el ferrocarril —explica Simonó—se
comenzaron las investigaciones para recuperar la vía, e incluso
llegamos a reproyectar un nuevo puente, pero en la etapa inicial de
los trabajos Planificación Física nos alertó de que en esa zona se
había previsto otra obra, lo cual nos llevó a desestimar el
proyecto".
En el transcurso de los años siguientes, el Agabama se terminó de
volar para Materias Primas, los puentes de Las Mariquitas (140
metros de largo y 55 de alto) y La Rosita también fueron
desmantelados para otros usos, 14 kilómetros de vía entre Sopimpa y
Méyer se emplearon en obras de mayor prioridad.
La amputación de este segmento intermedio no ha impedido que el
ramal continúe prestando diferentes servicios, sobre todo para el
traslado de pasajeros entre Placetas y Sopimpa, por la parte norte,
y entre Trinidad y Méyer, por la sur, un alivio para muchas
comunidades que hoy carecen de otro medio para la transportación.
A tenor con la estrategia de rescate de la infraestructura
ferroviaria que impulsa la dirección del país, los especialistas han
trabajado también en ideas conceptuales sobre un nuevo trazado entre
Sopimpa y Méyer; sin embargo, la cuestión no es como coser y cantar.
"Esta variante implica la construcción de unos 20 kilómetros de
vía —explica Simonó—, que por las características del relieve
siempre implicaría una inversión costosa, con siete u ocho túneles,
similar cantidad de puentes de gran dimensión y múltiples obras de
fábrica".
Por ello, a pesar de las ventajas económicas y sociales de volver
a enlazar norte y sur por vía férrea, se trata de una decisión a
sopesar cuidadosamente en estos tiempos. |