La decisión soberana de Correa de conceder asilo al fundador de
Wikileaks, Julian Assange, y responder con firmeza a las
intimidaciones seguido por el inmediato apoyo que recibió de sus
vecinos, demostró que Latinoamérica ha decidido definitivamente
dejar de ser el traspatio de Washington, y a la vez ripostar
enérgicamente a los palanganeros de la Casa Blanca en el llamado
Viejo Continente.
Estados Unidos y sus aliados en Europa recibieron una bofetada
diplomática sin precedentes, y fueron obligados a retractarse de
aventurarse en una agresión violenta contra la embajada ecuatoriana
en Londres.
El propio Assange agradeció el domingo a las naciones de América
Latina su rápida actuación y respaldo al mandatario Correa, lo que
impidió que las autoridades británicas, por orden expresa de
Washington, intervinieran utilizando la fuerza en la legación
ecuatoriana para secuestrarlo.
Agregó que si el Ejecutivo de Londres no tiró por la borda las
Convenciones de Viena y las leyes internacionales fue porque el
mundo estaba observando, gracias a las oportunas denuncias de los
países latinoamericanos.
El ciudadano australiano apuntó hacia el régimen norteamericano
como el cazador de brujas de Wikileaks, y llamó a Barack Obama,
actual inquilino de la Casa Blanca, a respetar la libertad de
expresión y no perseguir a los periodistas.
Los paladines de la llamada libertad de prensa, Estados Unidos y
Europa, acosan a Assange por revelar informaciones confidenciales a
los medios de comunicación, que implican a esos imperios en
agresiones y acciones subversivas contra terceras naciones.
La determinación del Presidente ecuatoriano de otorgarle asilo al
creador de Wikileaks tiene muy preocupado especialmente a
Washington, por las posibles informaciones secretas que aún tenga en
su poder el australiano, y que pueda sacar a la luz pública.
Aunque no debe descartarse una operación para apresar a Assange,
un eventual asalto a la sede diplomática de Ecuador, tendrían que
pensárselo una y otra vez sus organizadores, porque la reacción de
América Latina podría ser más contundente, e incluso llegar al
cierre de las embajadas norteamericanas y de Londres en esta región.
Washington, aunque obstinado como de costumbre, debe entender que
los tiempos han cambiado en detrimento de su poderío en América
Latina, donde imperan hoy la defensa de la independencia y la
soberanía, además de la integración regional contraria al histórico
dominio del Tío Sam.