Inteligente,
por cautelosa, es la idea de sacar al aire únicamente en la
programación de verano el espacio humorístico musical No quiero
llanto. El director José M. Mena y el humorista Ángel García
saben que lo peor que le puede pasar a una propuesta de tal
naturaleza es la rutina que conduce al agotamiento. De modo que una
vez al año no debe hacer daño, como reza el dicho popular, y menos
en el privilegiado horario del domingo después de las noticias,
segmento que a lo largo de esta década ha sufrido carencias y
desventuras.
Evidentemente se trata de un argumento que gira en torno a un
personaje absorbente, Antolín el Pichón, por larga distancia la
mejor criatura que a lo largo de casi tres décadas de ejercicio
profesional ha desarrollado Ángel García.
Basándose en sus propias vivencias guajiras —aunque Manacas,
dicho sea de paso, no es tan guajira como parece, con su fábrica de
cerveza y una colonia alemana en el recuerdo—, Ángel ha consolidado
la imagen y la palabra del cubanito avispado que salta del medio
rural a conquistar la urbe, y se apropia de la moda "chea" de la
ciudad haciéndola más "chea" todavía, y se inventa un barniz entre
populachero y seudointelectual, entre la ingenuidad y el ingenio, el
despropósito y la agudeza.
A estas alturas puede decirse que la "Figura" ha desplazado, para
suerte del comediante, el travestismo, por suerte ahora ocasional,
de la Pía. Irónicamente lo mejor de esta última encarnación de
Ángel, en el momento dedicado a los ripios líricos, aconteció cuando
precedió la irrupción en el set de una joven cantante pop cuyo tema,
tomado muy en serio, adolecía de la misma carga de filosofía cursi y
barata que la Pía había criticado.
Por otra parte, Ángel ha conseguido una línea de continuidad,
sobre la base de un planteo original, con la cosecha de otro gran
humorista villaclareño, el siempre recordado Argelio García,
Chaflán.
Como contrafigura funciona con eficiencia Iván Camejo, el
secretario que le sigue la corriente a Antolín en su intento por
insertarse en el mundo del espectáculo. Su relación con el
protagonista es mucho más orgánica que cuando aparecen otros
personajes caricaturescos hasta la desfiguración. ¿La excepción?
Baudilio Espinosa que se desmarcó de su popular Pepe Rillo para
encarnar a un profesor de modales en uno de los programas de este
verano.
Algún crítico, con razón ha echado de menos la falta de plena
articulación entre las presentaciones musicales y la estampa
humorística, y no le falta razón. Pero cabe señalar que hasta ahora
el nivel de las interpretaciones musicales, en su diversidad,
apuntan a una sostenida calidad y un probado talento. Quizá sea
oportuno, para salvar ese vacío, instruir a los cantantes o
directores de orquesta que dialogan con los protagonistas de modo
que correspondan intencionadamente a ese momento del programa.
La frase que define al Pichón es retadora: "El que me haga
sombra, se va". En realidad, como están las cosas, muy poco, en
términos de humor, le hace sombra a No quiero llanto.