El
último jueves se recibió una llamada en la Redacción Cultural: "¿Qué
pasó? ¿Por qué no hay un espacio dedicado a Juan Formell en la
edición de hoy? ¿Acaso no se lo merece?" ¡No faltaba más, claro que
sí, cómo no!, fue la respuesta. Los aniversarios, cuando son
redondos o cerrados, no deben ser pasados por alto, concluimos. Y
ahí estaba el calendario recordándonos que el 2 de agosto de 1942
nació en La Habana Juan Formell Cortina.
Pero,
a decir verdad, para hablar o escribir sobre Formell no se precisa
de la coyuntura del almanaque. Porque sí, es cierto, Juan cumplió 70
años, pero su música no tiene edad, como tampoco la de Sindo y
Matamoros, Piñeiro y Corona, el Beny y Arsenio, Portillo y José
Antonio, Chucho y Bauzá, Carlos Puebla y Ñico Saquito, Silvio y
Pablo, Adalberto y Revé.
Si su catálogo como autor es imprescindible e impresionante, lo
es también su máxima creación colectiva: Los Van Van. Halló el
timbre, el tono, el color, el formato, el estilo, la distinción, el
sello indiscutible. Suenan Los Van Van y en diez kilómetros a la
redonda se sabe, a simple oída, que son ellos los que suenan. Así
sucedía con la Banda Gigante del lajero de sombrero y bastón, con
las Maravillas de Arcaño, con la incombustible Aragón.
Pero la mayor prueba de que la obra de Juan no tiene edad está en
que es historia, asalta el presente y ahora mismo se está instalando
en el futuro. En que lo que en un momento dado estuvo de moda posee
la virtud de transformarse en un modo de decir y sentir la música
cubana. En el reparto intergeneracional de sus ofrendas.
Por estas y muchísimas razones, cualquier día es bueno para
hablar o escribir sobre Juan Formell. Mejor aun cuando su próxima
obra, la que le ronda en el cerebro y el corazón en estos instantes,
salga a conquistar las pistas de baile y el alma de la nación.