El que los numerosos problemas de Asia Central no se resuelven,
sino se acumulan para agravarse en el futuro, ya es un hecho
consumado desde hace tiempo.
Los recientes acontecimientos hacen sacar conclusiones muy
alarmantes: la carga negativa acumulada amenaza con pasar a la etapa
siguiente.
En días pasados, en la frontera entre Uzbekistán y Kirguizistán
se produjo un tiroteo que cobró víctimas de las dos partes. La causa
fue un conflicto con los obreros que estaban reparando la carretera
del lado kirguiz en el territorio disputado. Pero lo relevante no es
el pretexto, sino la facilidad con la que los militares de los dos
países vecinos abren fuego cruzado. Por otro lado, en Tayikistán la
operación contrarrevolucionaria en la región de Pamir como respuesta
de las autoridades al asesinato del general del servicio de
seguridad, Abdullo Nazárov, derivó en una batalla que se llevó
decenas de vidas.
Estos incidentes no son únicos ni nuevos. Pero los inminentes
cambios en Afganistán, donde los parámetros del poder cambiarán sin
duda alguna —lo que ya sirve de motivo para que se desarrolle una
lucha— añaden a los acontecimientos en los países vecinos un
especial matiz de peligro creciente.
Afganistán sigue siendo el factor clave de incertidumbre en toda
la región. Pese a las reiteradas declaraciones de las autoridades de
Estados Unidos sobre la retirada de las tropas estadounidenses en el
2014, no todo está claro. La primera cuestión es si la retirada
significa la salida de todos los militares o si quedan algunas
fuerzas para asegurar la estabilidad. La segunda cuestión es si
algunas (incluidas las más minúsculas) subdivisiones militares serán
dislocadas en estados vecinos de Asia Central. En definitiva: ¿Es
posible un poder sostenible en Afganistán después de la retirada de
las tropas estadounidenses? ¿Cómo será?
Por ahora, estas preguntas no tienen respuestas claras. Todas las
partes interesadas, tanto dentro como fuera de Afganistán, intentan
prepararse para todas las variantes. El efecto de estos cambios en
Asia Central estará determinado, creo, por el comportamiento de las
minorías afganas, que antes del derrocamiento del poder de los
talibanes en el 2001 formaron parte de la Alianza del Norte.
Los líderes influyentes tayikos y uzbekos del norte de Afganistán
no creen en las perspectivas de que se mantenga el actual régimen
con Hamid Karzai a la cabeza. Tampoco, por supuesto, se conformarán
con el regreso a Kabul de los talibanes después de la salida de
Estados Unidos. En la nueva historia de Afganistán hubo periodos en
los que el poder central perteneció a las minorías (el régimen de
los muyahidines, de 1992 a 1995) y a la mayoría de los pastunes (el
régimen de los talibanes de 1995 al 2001). El primer periodo de los
citados se caracterizó por una incesante guerra entre los clanes y
grupos, y el segundo estuvo definido por la dictadura del islam en
un país escindido.
La repetición de cualquiera de estos dos argumentos amenaza con
consecuencias muy indeseables, pero la primera variante sería una
catástrofe de verdad, sobre todo teniendo en cuenta que cada facción
contará ahora con apoyo activo de fuerzas externas.
En el caso de que vuelvan los talibanes, tendrán que resolver la
tarea de incorporar al poder a las minorías desobedientes: a los
tayikos, uzbekos, hazaros y otros. Una variante lógica sería la de
intentar volver a encauzar su energía de la lucha interna a la
externa, hacia el norte. Como los tayikos y uzbekos afganos están,
ante todo, interesados en sacar provecho en su propio país, será
difícil distraerles de los problemas internos, pero incluso una
parte pequeña de la turbulencia afgana bastaría para desestabilizar
a los países vecinos en Asia Central.
En todo caso, una vez activados los diferentes grupos étnicos,
confesionales y sociales de Afganistán, la repercusión en los países
vecinos es inevitable.
En estas condiciones, lo que pasa con la Organización del Tratado
de Seguridad Colectiva (OTSC), que acaba de celebrar su aniversario
20, y en torno a ella, es un verdadero desastre. Debemos reconocer
que los esfuerzos de Moscú por convertirla en una alianza
político-militar más o menos eficiente, aplicados activamente desde
finales del 2000, resultan inútiles. En junio, Uzbekistán volvió a
declarar su salida de la OTSC. Tayikistán y Kirguizistán no dejan de
presentar problemas debido a la presencia en sus territorios de
objetos militares rusos. Ya hemos descrito las relaciones uzbeko-kirguisas,
pero el conflicto entre Uzbekistán y Tayikistán es más profundo aún,
está al borde de una verdadera guerra fría. Además, todas las
capitales de Asia Central no dejan de especular con los problemas
existentes, esperando sacar algún provecho económico o en la esfera
de seguridad a cuenta de la competencia entre Rusia y Estados
Unidos.
El problema de la OTSC es la baja confianza mutua entre la
mayoría de sus miembros (en cuanto a Bielorrusia y Armenia ni
hablamos de estos estados, ya que tienen agendas en la esfera de
seguridad totalmente diferentes). Cuando en el 2010 la alianza no
logró elaborar un enfoque común para superar la crisis acuciante en
uno de sus países miembros, Kirguizistán, fue un signo muy
preocupante.
La incapacidad de identificar, determinar las amenazas internas y
separarlas de las externas y de acordar los métodos de
contrarrestarlas, es un problema que no tiene solución. Durante los
desórdenes en Kirguizistán, los miembros de la OTSC tenían más temor
a crear un precedente de intervención que a las consecuencias de las
propias convulsiones.
Entre tanto, el carácter de las amenazas en la región no permite
separar ya los procesos internos de los externos. La infiltración de
los extremistas desde fuera va a estimular el crecimiento de las
tensiones internas, y al revés. No está claro en este caso cómo
formular los criterios de la intervención. La OTSC se encuentra en
un círculo cerrado.
Muchas reclamaciones contra Rusia de sus socios son justas. Es
verdad que para Moscú no es fácil ver a sus aliados como a iguales.
Sin embargo, las capitales centroasiáticas no deben olvidarse de un
factor importante. La lucha geopolítica por la influencia en los
países postsoviéticos, vista por todo el mundo como un axioma y un
proceso eterno, tiene sus límites. Los sistemas de prioridades de
los actores líderes (Estados Unidos, China, Unión Europea) ahora
dejan relegados al segundo o incluso al tercer plano a muchos de los
estados, aunque hace poco estos les hubieran interesado mucho. Y en
el caso de una situación de emergencia, puede resultar que no hay
nadie que quiera intervenir y asumir responsabilidad por los
problemas ajenos. Es cierto que Rusia no podrá eludir sus
responsabilidades por completo, ya que las consecuencias la
afectarán con mucha probabilidad. Pero también es cierto que Moscú
ya está perdiendo su afán por mostrar que es dueño en dichos
territorios, mientras que analiza los posibles riesgos cada vez con
mayor atención. (RIA NOVOSTI, especial para ARGENPRESS.info)