Una diana por Cayo Hueso

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

Cuando alguien me recordó que este 26 de julio el barrio de Cayo Hueso cumplía el primer centenario de su histórica denominación, tuve el mismo sobresalto del día en que me enfrenté por primera vez con la certeza de que el antiguo cine Strand se había transformado en el Palacio de la Rumba.

 foto: Marianela DufflarEn las calles de Cayo Hueso cobran vida las tradiciones folclóricas.

Para mí, hasta entonces muchos de los patios, pasajes y casas de los alrededores del Parque Trillo habían sido y eran todavía los más auténticos palacios de la rumba, y no solo por el hecho de que al conjuro de convocatorias formales o simples actos de gozosa improvisación sonaran cajones y cueros o se entonaran dianas y coros, o se bailara desde la tarde a la noche, sino por la memoria de seres privilegiados que de una a otra generación transmitían y desarrollaban los tesoros de una de las muestras más resistentes y sólidas de nuestra cultura popular.

Lo mismo me sucedía con el barrio. Cayo Hueso parecía estar allí si no desde tiempos inmemoriales, al menos desde antes de que recibiera el 26 de julio de 1912 su acta de confirmación. Y, en efecto, así fue. Con la extensión de la ciudad a extramuros a lo largo del siglo XIX se conformó un núcleo urbano entre el todavía inhóspito Vedado y la calzada de Belascoaín, limitado entre la Zanja real y la costa, a la altura del Caletón de San Lázaro.

Pero la explosión demográfica del asentamiento durante los primeros años de la República y la procedencia de los nuevos moradores justificaron la definitiva partida de nacimiento. Muchos obreros de la industria tabacalera de Tampa y sobre todo Key West —la pronunciación de la palabra oeste en inglés, entre cubanos, había derivado en el sustantivo hueso— habían regresado a la Patria supuestamente emancipada. Y la mayoría se había radicado en un barrio al que, en honor a sus orígenes, nombraron Cayo Hueso.

No pocos habían escuchado el verbo imantado de Martí y la mayoría contribuyó, de una manera u otra a los afanes de la preparación y el sustento de la guerra necesaria frustrada por la intervención norteamericana.

En el barrio encontraron familias humildes, trabajadoras como ellos mismos, sangres mezcladas de antiguos esclavos, creencias seculares y el rico mestizaje que le daba entidad propia a la nación.

Ello explica tanto la conciencia patriótica y revolucionaria de sus hijos más preclaros, el establecimiento del Palacio de los Torcedores donde velaron en 1934 al poeta y líder comunista Rubén Martínez Villena, el merecido culto a la memoria de Quintín Banderas en el parque Trillo y la actividad conspirativa de varios jóvenes en la época de la dictadura batistiana, como la irreductible atmósfera propicia para la creación, reproducción y evolución de valores culturales. No olvidemos que Cayo Hueso es el barrio de la comparsa Los Componedores de Batea, del Callejón de Hamel y los muchachos del filin, de Miguelito Valdés, Los Zafiros y Manuela Alonso.

Como una huella paradigmática en la memoria de los pobladores del barrio ha quedado la labor del joven abogado Fidel Castro Ruz que en los albores de la década de los años cincuenta se postuló para ser electo delegado del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) y sostuvo un intenso intercambio con sus moradores.

Por esa saga, y la que ahora mismo en tiempos de transformaciones revolucionarias vive el barrio, Cayo Hueso y sus pobladores se merecen una diana.

 

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