Ni uno ni otro abismo se advierten, afortunadamente, en la 
			producción Los Hermanos Arango y las Estrellas del Folclor 
			(Bis Music, 2012), álbum y concierto audiovisual que reflejan uno de 
			los más sensibles y fecundos acercamientos a esas fuentes en una 
			doble vertiente: el testimonio y la permanente actualización.
			Hay que dar crédito a quien afirmó que África, como unidad y 
			destino común, comenzó a reconocerse en tierras caribeñas, al entrar 
			en contacto en la plantación esclavista, las diversas etnias traídas 
			a la fuerza para ser explotadas como mano de obra. 
			Los cálculos del demógrafo Juan Pérez de la Riva establecen que, 
			desde el comienzo de la colonia en Cuba hasta la abolición de la 
			esclavitud, fueron importados alrededor de un millón de esclavos 
			procedentes de diferentes comunidades asentadas en su mayoría en 
			África occidental.
			Aquí se cruzaron y entrecruzaron, y a la vez, física y 
			espiritualmente, se fundieron, junto a europeos, asiáticos y 
			criollos, en el magma de la transculturación; sin embargo, son 
			visibles ciertos hilos conductores que nos llevan al conocimiento 
			particular de algunas de las huellas más profundas, aquellas que 
			identifican la presencia de las culturas yoruba, conga y arará. 
			Ese fue uno de los puntos de partida del trabajo desarrollado por 
			los Hermanos Arango, al retomar cantos y toques que a lo largo del 
			tiempo han trascendido hasta convertirse en carne y sangre de la voz 
			popular, más allá de las prácticas religiosas con que los esclavos y 
			sus descendientes defendieron el territorio de su espiritualidad.
			
			Otro bloque de arrancada se sitúa en uno de los más formidables 
			complejos músico-danzarios que definen la cubanía: la rumba. Las 
			tres variantes fundamentales del género —columbia, yambú y guaguancó— 
			se expresan con sus denominadores comunes y sus diferencias. 
			Pero a este auténtico espectro sonoro no le podía faltar la 
			impronta del jazz latino, inteligentemente dosificado, sobrepuesto 
			con sobriedad en algunos temas, como para recordarnos que el 
			encuentro de la corriente principal del jazz en los años 40 del 
			siglo pasado, cuando el swing daba paso al bebop, 
			provino de gente íntimamente vinculada a la santería, los cabildos, 
			los coros de clave, las comparsas y las rumbas de solar. 
			A los Hermanos Arango —Feliciano, experto contrabajista, piedra 
			angular de importantes agrupaciones cubanas de música popular y 
			formaciones jazzísticas; Eugenio, percusionista y cantante recordado 
			por su labor junto a Pablo Milanés; Ignacio, guitarrista que no es 
			segundo de nadie; y Cristina, tecladista de ley—; no les interesó, 
			sin embargo, ser protagonistas absolutos de la producción, a pesar 
			de ser por sí mismos capaces de extraer y comunicar la enjundia de 
			los materiales a interpretar. 
			Prefirieron sumar a portadores vivos del más entrañable linaje, 
			como el venerable Goyo Hernández, quien lamentablemente no pudo ver 
			el resultado final de la producción; los Aspirina —Luis Chacón, 
			Miguel ángel Mesa y Mario Jáuregui—, sabios oficiantes de la 
			tradición; y la singularísima Zenaida Armenteros, fundadora del 
			Conjunto Folclórico Nacional y dueña y señora de las artes de Ochún.
			
			Realizado por Enrique Carballea y Luis Najmías Jr., este último 
			excelente director de fotografía, el concierto, registrado de arriba 
			abajo en una sesión en los Estudios Abdala, sencillamente no tiene 
			desperdicio. No hicieron falta efectos especiales ni aditamentos 
			escenográficos para adornar lo que fue aconteciendo desde el tronco 
			a la raíz.
			En las voces, los instrumentos y los cuerpos de los Hermanos 
			Arango y las Estrellas del Folclor, se condensa y expande la gracia 
			insular.