Una extraña flor en el jardín para Bonachea

Virginia Alberdi Benítez

Con la certeza de lo inevitable llegó la noticia, el destacado pintor cubano Vicente Rodríguez Bonachea, artífice de una poética iconografía que dio lugar a una fauna original alucinante, falleció en la mañana del viernes, varios días después de sufrir un accidente cerebrovascular.

Nacido en La Habana en el año 1957 y egresado de la Academia de San Alejandro en 1976, en su obra se reconocen un depurado oficio pictórico y un cromatismo equilibradamente exacerbado. No solo pintó, sino trasladó sus obsesiones a la tercera dimensión, mediante esculturas e instalaciones, y el uso de la madera, el vidrio, el plástico, el hierro y el barro.

Bonachea logró perfilar unas representaciones peculiares, pobladas de criaturas míticas y evidenció dominar las invenciones oníricas con el férreo oficio del equilibrio compositivo. Este hombre íntegro, afable y de prodigiosa imaginación se entregó a una pasión fabuladora como si el artista hubiera soñado con el universo onírico de Tolkien.

Durante los años comprendidos desde 1976 al 1983 trabajó como pintor en el ICAIC; ejerció la docencia en el Instituto Politécnico de Diseño Industrial y en la Escuela Paulita Concepción en la segunda mitad de los ochenta.

Realizó más de 45 exposiciones personales dentro y fuera de Cuba, la más reciente de ellas Noche insular: jardines invisibles, en La Cabaña, como parte de las muestras colaterales de la XI Bienal de La Habana. También contribuyó este año a las exhibiciones colectivas Bola viva, en Colombia, y AB+C, en el Hotel Nacional.

Por la calidad de su obra mereció diferentes premios y distinciones entre los que sobresalen el Concurso NOMA, Tokio, Japón, Mención (1986); Salón Nacional de Ilustración, La Habana, Cuba, Premio (1990); Arte Gráfico-Revista Plural, México D.F., Mención (1992); y Diploma al Mérito Artístico, Instituto Superior de Arte, Ministerio de Cultura, Cuba (2007).

Participó activamente en murales de carácter conmemorativo, subastas humanitarias, acciones colectivas a favor de la comunidad. Obras suyas integran diferentes colecciones institucionales y privadas en Cuba y el extranjero.

El arte cubano contemporáneo está en deuda con Bonachea, ese pintor que supo plantar una extraña, pero fulgente flor en la visualidad de nuestra Isla.

 

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