Con
la Quema del Diablo en uno de los extremos de la Alameda del Puerto
santiaguero, se despidió cerca de la medianoche del lunes la 32
edición de la Fiesta del Fuego. Tras una semana de intenso jolgorio
cualquiera diría que la tónica predominante fue meramente festiva.
Buena parte de la programación, en efecto, lo es, pero de lo que se
trata es de ir dejando un sedimento cultural en esas propias
representaciones festivas.
Pocos eventos, por no decir el único en el área, registran tan
alta participación de los grupos portadores de las culturas y los
saberes populares.
La Fiesta del Fuego, fiel al legado de su fundador Joel James
Figarola, dignifica el trabajo de las decenas de agrupaciones
cubanas marcadas por música, bailes y ritos haitianos. Nunca se ha
tratado con tanta jerarquía a los houganes del vudú encabezados por
el maestro Pablo Milanés, de Pilón del Cauto. A los colectivos de
Barrancas y Renacer Haitiano (de Morón) no hubo que pedir entregas
extras pues con tremenda energía se les podía ver en los más
disímiles escenarios y en las calles.
Cada uno de nuestros portadores interactúa con sus vecinos de las
islas, practicantes de tradiciones que no han contaminado sus
ejercicios con la sofisticación de los intereses mercantiles.
El notable pensador cubano Fernando Martínez Heredia apuntó ante
la clausura de la Fiesta, que los debates del coloquio El Caribe
que nos une proponen una dimensión inédita de los intercambios
académicos, en tanto esa noción es ampliamente superada por las
voces cruzadas que allí se escuchan.
La Fiesta del Fuego 2012, a no dudarlo, hizo historia.