Hoy rendimos homenaje a dos hombres extraordinarios, que han
dejado profunda huella en la historia de nuestra Patria: Maceo y el
Che.
Del primero, leía con avidez todo cuanto se refería a él. Lo vi
siempre como una leyenda. Las 26 heridas que recibió y las más de
800 acciones de guerra en que participó desbordaban los límites de
la fantasía de un adolescente o un joven, al aparecer ante nuestros
ojos como un dios de la guerra. Lo percibía en un espacio difícil de
abarcar demasiado alto y demasiado lejos. Más tarde, la modesta
experiencia de nuestra propia guerra revolucionaria me ayudó a ver
aquel hombre extraordinario un poco más de cerca.
Al segundo lo vi realizar el primer disparo y sus primeras
proezas. Médico e intelectual convertido en soldado temerario,
siempre el primero cuantas veces hizo falta un voluntario para
misiones difíciles, tuve el privilegio de conocerlo más de cerca. Si
quisiera buscar una palabra que fuese sinónimo de austeridad,
integridad, espíritu de sacrificio y ética, esa palabra sería Che.
Ochenta y tres años separaban el nacimiento del uno y del otro.
El primero era ya un personaje legendario cuando el segundo vino al
mundo. Si uno afirmó que quien intentara apropiarse de Cuba
recogería el polvo de su suelo anegado en sangre si no perecía en la
lucha, el otro anegó con su sangre el suelo de Bolivia tratando de
impedir que el imperio se apoderara de América.
Ambos fueron invasores de Oriente a Occidente; ambos murieron en
combate; ambos son hoy símbolos insuperables de valor e
intransigencia revolucionaria; ambos están ahora junto a nosotros, y
nosotros junto a ellos; ambos hicieron lo que todo un pueblo ha
jurado estar dispuesto a hacer; ambos nacieron el mismo día: el 14
de junio. El azar no habría podido idear algo mejor.