Los críticos y el gusto

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT

He oído decir que en gran medida el nivel cinematográfico del espectador actual desciende, a causa de que muy pocos le prestan atención al trabajo de los críticos. Una opinión que pudiera motivar alguna que otra sonrisa cáustica.

Próximo a cumplir los cuarenta años viendo películas para más tarde escribir, o comentar sobre ellas, me permiten en alguna medida un lavado de mano generacional ––que no pretendo–– en cuanto a esa responsabilidad culposa que hoy algunos pretenden achacarle a la crítica, a veces desde la simpleza distorsionadora de la nostalgia: "Ah, teníamos a Kurosawa, teníamos a Bergman y a Fellini y a la Nueva Ola y se hablaba y se criticaba, y se discutía sobre ellos".

Tan cierto como que no existían las tecnologías que hoy permiten llevar imágenes de cualquier tipo a nuestras casas, como esa Belleza Latina de última moda, frente a la cual trato de explicarle a mi hija de once años que todo es puro truco sentimental de reality show para incautos, pura degradación de la mujer al papel de muñequita tonta y "plasticada", y ella me mira sorprendida, y después mira a la ventana, y se defiende de tanta vehemencia paterna diciendo "mis amiguitas la ven". Pero no nos desviemos del blanco.

En los tiempos dorados de los años sesenta y setenta, en que la crítica cubana comenzó a jugar un papel esencial en la fomentación de un gusto artístico y estético diferentes, para ver los filmes comentados por profesionales había que ir a los cines, porque la televisión en blanco y negro ––excepto los programas de apreciación cinematográfica que tanto beneficio rindieron–– seguía pasando, por lo general, las viejas cintas de Humphrey Bogart y de María Félix.

La crítica, fundamentalmente escrita, podía concentrarse entonces en lo que se proyectaba en los circuitos de estrenos y los que "no veían y leían", pues se quedaban atrás a la hora de un debate cultural amplio, masivo, a tono con los nuevos tiempos educacionales que corrían.

Hoy la dinámica ha cambiado y se sabe que son poquísimos los filmes de estreno, por buenos que sean, que resisten más de una semana en cartelera, simplemente porque el público va muy poco al cine y, en lo que el crítico ve, escribe, y se publica, ya el filme se desplazó para darle lugar a otro estreno que, casi seguro, correrá la misma suerte.

Tiene la televisión la responsabilidad de que el cine actual se vea por grandes mayorías y, en lo que pueda, sin renunciar al entretenimiento tan afín al medio, ayudar a la formación de un gusto superior y menos comercial, tarea difícil si se tiene en cuenta que cada semana se pasan cerca de cincuenta títulos en diferentes horarios, exponentes de las calidades más diversas, y con tendencias numéricas a esa "americanización del gusto" tan bien trabajada por Hollywood en aras de dominar, como lo hacen, las pantallas del mundo.

Si bien es cierto que la producción mundial cinematográfica tiende cada vez más al espectáculo banal como gran negocio de taquilla, no faltan los realizadores verdaderos que siguen creando en beneficio de la sensibilidad planetaria y de los que aprecian el cine como la más abarcadora de todas las artes.

Los grandes directores de mi juventud se murieron casi todos, pero, que no quede duda de ello, otros grandes han venido a cubrir el puesto.

Hay que organizarse entonces para que se les conozca, y se les estudie, y se les comente, y para que lo que vale menos no supla en fáciles "gustos de audiencia" a lo que vale más, ese extravío cultural en el que todavía los críticos, quizá, puedan aportar algo.

 

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