He oído decir que en gran medida el nivel cinematográfico del
espectador actual desciende, a causa de que muy pocos le prestan
atención al trabajo de los críticos. Una opinión que pudiera motivar
alguna que otra sonrisa cáustica.
Próximo a cumplir los cuarenta años viendo películas para más
tarde escribir, o comentar sobre ellas, me permiten en alguna medida
un lavado de mano generacional ––que no pretendo–– en cuanto a esa
responsabilidad culposa que hoy algunos pretenden achacarle a la
crítica, a veces desde la simpleza distorsionadora de la nostalgia:
"Ah, teníamos a Kurosawa, teníamos a Bergman y a Fellini y a la
Nueva Ola y se hablaba y se criticaba, y se discutía sobre ellos".
Tan cierto como que no existían las tecnologías que hoy permiten
llevar imágenes de cualquier tipo a nuestras casas, como esa Belleza
Latina de última moda, frente a la cual trato de explicarle a mi
hija de once años que todo es puro truco sentimental de reality
show para incautos, pura degradación de la mujer al papel de
muñequita tonta y "plasticada", y ella me mira sorprendida, y
después mira a la ventana, y se defiende de tanta vehemencia paterna
diciendo "mis amiguitas la ven". Pero no nos desviemos del blanco.
En los tiempos dorados de los años sesenta y setenta, en que la
crítica cubana comenzó a jugar un papel esencial en la fomentación
de un gusto artístico y estético diferentes, para ver los filmes
comentados por profesionales había que ir a los cines, porque la
televisión en blanco y negro ––excepto los programas de apreciación
cinematográfica que tanto beneficio rindieron–– seguía pasando, por
lo general, las viejas cintas de Humphrey Bogart y de María Félix.
La crítica, fundamentalmente escrita, podía concentrarse entonces
en lo que se proyectaba en los circuitos de estrenos y los que "no
veían y leían", pues se quedaban atrás a la hora de un debate
cultural amplio, masivo, a tono con los nuevos tiempos educacionales
que corrían.
Hoy la dinámica ha cambiado y se sabe que son poquísimos los
filmes de estreno, por buenos que sean, que resisten más de una
semana en cartelera, simplemente porque el público va muy poco al
cine y, en lo que el crítico ve, escribe, y se publica, ya el filme
se desplazó para darle lugar a otro estreno que, casi seguro,
correrá la misma suerte.
Tiene la televisión la responsabilidad de que el cine actual se
vea por grandes mayorías y, en lo que pueda, sin renunciar al
entretenimiento tan afín al medio, ayudar a la formación de un gusto
superior y menos comercial, tarea difícil si se tiene en cuenta que
cada semana se pasan cerca de cincuenta títulos en diferentes
horarios, exponentes de las calidades más diversas, y con tendencias
numéricas a esa "americanización del gusto" tan bien trabajada por
Hollywood en aras de dominar, como lo hacen, las pantallas del
mundo.
Si bien es cierto que la producción mundial cinematográfica
tiende cada vez más al espectáculo banal como gran negocio de
taquilla, no faltan los realizadores verdaderos que siguen creando
en beneficio de la sensibilidad planetaria y de los que aprecian el
cine como la más abarcadora de todas las artes.
Los grandes directores de mi juventud se murieron casi todos,
pero, que no quede duda de ello, otros grandes han venido a cubrir
el puesto.
Hay que organizarse entonces para que se les conozca, y se les
estudie, y se les comente, y para que lo que vale menos no supla en
fáciles "gustos de audiencia" a lo que vale más, ese extravío
cultural en el que todavía los críticos, quizá, puedan aportar algo.